Parte III




Capítulo V


Rodas, 4 de setiembre de 1522.

El estallido conmovió la quietud del amanecer, la tierra tembló. David vio como el muro se derrumbaba en pedazos, una columna de humo negro se elevaba al cielo y trozos de piedras caían dentro de la ciudad.

Aún no se había terminado de acallar el estruendo cuando miles de gargantas llenaron la mañana con alaridos de combate. Eran los temibles Jenízaros de Solimán que se lazaban a conquistar la ciudad. Cruzaron a la carrera, animados por las órdenes de sus comandantes, el espacio de media milla que separaba ambos ejércitos. Treparon sobre los escombros y se trabaron en dura lucha con los Caballeros Cruzados. Desde todos los baluartes acudieron los defensores hacia el muro de Inglaterra. Una fuerza móvil, presta para defender cualquier punto de la muralla que cediera, comandada por el Caballero de Grolée, de la lengua de Francia, se batía valerosamente para detenerlos.

Los jenízaros lucharon con denuedo. Los caballeros retrocedieron y pronto las banderas del sultán flamearon en lo alto del muro. El Gran Maestre combatía al frente de sus soldados retrocediendo hasta un segundo círculo de defensas. Allí hicieron pie firme. Los habitantes de la ciudad, campesinos, mujeres y niños, acercaban piedras y tinas de pez hirviendo que los soldados arrojaban desde lo alto de ese segundo muro sobre los cuerpos de los jenízaros que pretendían escalar la pared.

Al mediodía todavía no estaba definida la suerte de la batalla. Mustafá Pachá enviaba soldados de refresco al frente mientras los primeros combatientes regresaban extenuados. Los muertos y heridos aumentaban en los dos bandos. La artillería, que había llenado de estruendo la ciudad desde que había comenzado el sitio, estaba silenciosa. Pero el aire estaba cargado de sonidos, de órdenes, de gritos, de toques de clarín y ayes de dolor.

Cuando el sol ya se ponía, los turcos no habían podido aun quebrar la segunda defensa. Mustafá Pachá dio, a su pesar, la orden de retirada. Sobre las murallas de Rodas quedaban miles de cadáveres de valientes soldados.

 

 

 

Al día siguiente, ya de noche, David salió del campamento para ver si había alguna flecha con mensaje de Amín. Se arrastró, oculto en las sombras, junto con Yusuf. Las cartas llegaban cada dos o tres días y, si bien no tenía forma de responder, había ideado un código de banderas para que Amín supiera del arribo de una carta. Cada vez que encontraba una flecha con un mensaje, izaba una bandera roja junto a los colores de la Compañía.

Por medio de estos informes, Mustafá Pachá y los comandantes turcos se enteraban de lo que sucedía dentro de la ciudad. Amín contaba que, después de rechazar el gran asalto, los cruzados habían concurrido a la Catedral de San Juan y habían rezado dando las gracias al Señor. Luego, todos los habitantes se ocuparon de fortificar un segundo muro en el círculo interior. La carta decía además que los sitiados esperaban resistir hasta que arribara el auxilio que habían pedido a los reinos de España y Francia; aguardaban que Adriano, el Papa, llamara a una cruzada para detener al infiel. Amín agregaba que las informaciones le llegaban por uno de los ayudantes de la lengua de España llamado Juan Díez.

Ya en el campamento, David pidió a los guardias una audiencia con el Serasker.

Su sorpresa fue grande al ver, cuando le franquearon la entrada a la tienda de Mustafá Pachá, que se hallaba reunido el Consejo de los Visires. Estaba el Berleybey Ayas Pachá, que comandaba las fuerzas que atacaban los muros defendidos por las lenguas de Francia y Alemania; el Tercer Visir, Ahmed Pachá, que lidiaba contra los bastiones de Auvernia y España; el anciano Kasim Pachá, que había sido preceptor de sultán, y que combatía frente al bastión de Provenza; por último, el Gran Visir, Piri Pachá, que desafiaba las fuerzas de la lengua de Italia.

—Infórmanos de lo que sabes —instó Mustafá Pachá.

David leyó la carta. Luego el Serasker continuó:

—Hemos celebrado un consejo con la presencia del Sultán. Se ha decidido cambiar el modo de combate: en vez de concentrar todo el esfuerzo en un solo punto de la ciudad, donde el enemigo puede contenernos con escasas tropas, dado lo estrecho que son las aberturas que logramos hacer en las murallas, intentaremos un ataque en cinco lugares diferentes al mismo tiempo. Lograremos así dividir las fuerzas de defensa y aprovechar la ventaja de nuestro mayor número de soldados. Para ello debemos derribar de prisa parte de los muros, antes que los cruzados terminen de fortalecer el segundo círculo.

Hizo una pausa en su discurso, miró a todos los presentes buscando consentimiento, y luego continuó dirigiéndose a David y Yusuf:

—Es por ello que necesitamos de vosotros. Tenéis que señalar los sitios más débiles, para que así podamos apuntar hacia ellos nuestra artillería y demoler sus defensas.

 

 

 

Acampando en incontables tiendas, fuera de las murallas, en los campos devastados por la guerra, están los turcos, que quieren entrar a la fuerza en el bastión de Rodas; dentro de los muros, los cristianos defienden la fortaleza. En ambos lados están los judíos; algunos ayudan a los turcos a combatir contra los cruzados, tienen fresca en su mente la expulsión de España, como David, que recuerda a menudo aquella mañana, hacía ya muchos años, en que vio por primera vez el mar desde las colinas de Cádiz. Dentro de la ciudad también hay judíos, unos esclavizados por los caballeros y otros, convertidos al cristianismo por la fuerza durante la expulsión de Rodas, cuando eran todavía niños.

En ambos bandos hay hombres que luchan, traicionan y mueren. Parecería que estos hombres no pueden convivir. No pueden vivir juntos sin guerrear. Sin embargo vemos, con la perspectiva de nuestro tiempo, que a lo largo de la historia se suceden períodos de tolerancia, como aquellos días de la España de las tres religiones, y períodos de odios, guerras y persecución.

En este mundo donde vivimos, donde vivirán nuestros hijos, deberemos convivir con el otro, con el que habla en otro idioma, con el que reza con otro rito, con el que no reza… Porque las fronteras se acercan, algunas caen. Los países se unen en grupos, primero por motivos económicos, luego por lazos políticos, formando grandes zonas comunes; y en esas zonas aparecerán mosaicos de diversas costumbres que pueden chocar. En un mundo que acorta las distancias, colocándonos cada vez más cerca unos de otros, deberíamos prepararnos para convivir, como lo hicieron durante algún tiempo en la España de las tres religiones. Convivir permitirá a nuestros hijos vivir mejor y, tal vez, comience a cumplirse la profecía de Isaías: "El juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y ellos romperán sus espadas para hacer arados, y sus lanzas trocarán en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra".






Capítulo VI



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