Opinión de Fernando Ayllón

 

La Inquisición española estuvo, desde sus orígenes supeditada a la voluntad real, lo cual la llevó inclusive a enfrentarse en algunas oportunidades contra el propio pontífice. Diversos ejemplos de ello son los roces de los primeros inquisidores con Sixto IV o Inocencio VIII; la causa contra el Arzobispo Bartolomé de Carranza; las dificultades ocasionadas por la Inquisición a la admisión de bulas pontificias; etc. Cierto es que en ocasiones devino en instrumento político de los reyes para fines diversos, por su característica dualidad, estatal-eclesiástica. Sin embargo, debemos recordar también que no existía ningún tribunal que no estuviese sujeto a dicha presión y utilización por el poder político, no sólo en España sino en todo el mundo. El Santo Oficio fue el símbolo de la etapa en la cual se estableció y desarrolló. La alta religiosidad de la época motivó el surgimiento de una institución que se encargase de la fe, la moral, el mantenimiento del orden público y la paz social. La Inquisición, más allá de cualquier humana desviación de sus objetivos, cumplió ese rol. Fue muy importante para el estado y para la formación de la unidad nacional española, defendiéndola contra los graves peligros que la amenazaban. El Tribunal no fue una traba para el progreso intelectual de España como lo demuestra el hecho contundente, ampliamente documentado y fuera de toda discusión, de que la época de su mayor acción coincidió con la del apogeo hispano.

El tribunal de la Inquisición, Fernando Ayllón, Pag. 578 y 579.


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