Telepatía
Por Liliana Mizrahi
Brasil. Febrero 1988.
Cuando llegamos a la
comunidad, antes de entrar… me detuve en la entrada y pensé: este tema y este
otro tema, que son temas dolorosos en los que no quiero pensar, se quedan
afuera, no entran conmigo.
Eso pensé yo. Eso necesitaba
creer. Y así entré a la comunidad, pensando que 2 temas conflictivos de mi
vida, yo los podía dejar afuera, los escindía y no pasaba nada, dejaba por mi
voluntad mis 2 conflictos más importantes de ese momento en la puerta de la
comunidad. Me sorprende mi inmadurez y mi propia ingenuidad de ese momento.
Después del episodio de la
serpiente comencé a cambiar mi humor, mis conductas, estaba más disponible
afectivamente y entregada a la experiencia. Saludaba a todos. Comencé a sonreír,
estaba contenta y agradecida. Parecía que todos me querían y nos queríamos. Fue
muy muy lindo. Comenzó a ser una experiencia de profunda amistad y los
aprendizajes se multiplicaban. No olvidaba la muerte de mi madre, pero seguía
viviendo y aprendiendo.
En la comunidad estábamos
(aparentemente) aislados. No había teléfono, ni radio, ni televisión, ni
correo, ni nada que nos conectara con el afuera, sin embargo llegaban las
noticias, el correo, los taxis, no nos faltaba nada.
Y lo que llegaba, llegaba
puntual y cuando era necesario.
Una mañana, estaba
trabajando en el jardín y se me acercó una mujer.
Se acercó y me contó que había tenido un sueño
que ella no podía entender y me lo quería contar, tampoco sabía porqué a mí. Le dije que me
interesaba escucharlo, lo contó y mientras contaba su sueño, yo comencé a
sentir que un fuerte dolor de garganta comenzaba y avanzaba dentro de mi propia
garganta y me costaba tragar la saliva.
Después que me contó su
sueño me dijo que tampoco sabía porqué a mí. Me invitó, si yo quería, a hablar
de ese sueño. Yo le respondí que entendía el sueño, que tenía que ver conmigo,
o sea no se había equivocado de persona, pero que me sentía enferma y lo iba a pensar.
Yo a esa altura tenía un
fuerte dolor de garganta y unas líneas de fiebre. Le dije que lo iba a pensar y
me metí en la cama, dejé todo y me acosté afiebrada.
Esta mujer había soñado con
las dos cuestiones conflictivas que yo concientemente quise dejar en la puerta
y afuera de la comunidad. Y ella a través de un sueño, creado por su propio
inconciente y llevada intuitivamente hacia mí, me devuelve, restituye los temas
que yo quería disociar. Quise creer que esos temas no entrarían conmigo. No conté
con la telepatía. No conté conmigo como totalidad.
No conté que somos con los
otros.
Mientras ella me contaba su
sueño, comprendí que me había soñado a mí, venía y me lo contaba, llevada por
su intuición profunda, sin saber porqué a mí. Restituía pedazos míos que yo
intentaba excluir, separar, ser yo, pero sin esas partes que no me gustaban.
Esa Telepatía, decían los
compañeros de la comunidad, era el resultado de la concentración y la
meditación continuada y el ritmo que llevábamos en la convivencia. Se trataba
de eso, de vivir concentrado, meditar con cada tarea y estar en el aquí y
ahora. Para mí fue una comunicación muy profunda, de inconciente a inconciente
y me comprometía conmigo misma, frente a mí misma. ¿qué hacer? Hablar, no
hablar. Confiar.
Estuve unas horas en cama
tomando agua, necesitaba lavarme por dentro. Me bajé la fiebre con una ducha
casi fría. Y partí hacia la casa donde vivía esta mujer, que me estaba
esperando, como si supiera que iría.
Me ofreció un té y comencé a
explicarle el sueño en relación a mi vida y mis circunstancias y hablé de esos
aspectos de mi vida que yo creía que no eran los mejores, y que ingenuamente,
había dejado afuera porque no los quería conmigo. Ella me escuchaba con gran
cariño y atención. Sabía de la vida.
Después habló ella, me fue
dando su opinión sobre los contenidos del sueño, me aclaró cosas que yo no
entendía, y me agradeció haber ido a explicarle el sueño. Hablamos de los
contenidos del sueño, de la vida y la muerte, de la relatividad de todo, de
aprender de los errores, de que no hay fracaso cuando se aprende…… y habló un
largo rato, recuerdo esa escena dorada en mi vida.
Un discurso de amor,
compasión, perdón y amistad. Me fui sintiendo mucho mejor.
El dolor de garganta aflojó
y desapareció. Me sentí mucho más aliviada de haber podido hablar de lo que
estaba disociando y empezaba a reprimir. Aprendí más acerca de la condición
humana, de la comunicación sin palabras, a lo lejos, desde lejos, la brújula de
la intuición. El encuentro. El verdadero interés por el otro. El verdadero
deseo de ayudarlo en el máximo respeto y aprender del otro.
La experiencia de aprender
una de la otra y agradecerse mutuamente, esos encuentros son trascendentes. Yo
no recuerdo el nombre de esa mujer, ni sus ojos, ni el color de su pelo. Sólo
recuerdo la intensidad del encuentro y aprendí a reconocer el milagro del
encuentro.
No podía no ver todo eso que
me era dado, en el marco de una geografía exuberante y una subjetividad en
duelo, en ese momento. Por eso se los cuento ahora.
Liliana Mizrahi. Enero de 2013