¿Una mujer quiere realmente abortar?
(Reflexiones para acompañar el film rumano “4 meses, 3 semanas y 2 días”). Ninguna mujer elegiría abortar, si pudiera controlar del todo su fertilidad. El film es muy claro al respecto: abortar es una experiencia traumática y está agravada por la condena social y la culpa. Sabemos que no hay anticonceptivos totalmente seguros. La ciencia no se ha ocupado en desarrollar anticonceptivos masculinos seguros que nos preserven de maternidades no deseadas. Sin embargo..., a las mujeres no se nos ocurre que los varones se vasectomicen y se legisle sobre el cuerpo masculino que embaraza. Ningún hombre ha vivido en su cuerpo el miedo, el dolor, la tristeza, la culpa, en definitiva la violencia que implica la experiencia de abortar. Abortar es una experiencia sórdida, la violencia se ejerce sobre el cuerpo y sobre la conciencia de la mujer. Esto está expresado casi sin palabras en el film. El cuerpo de las mujeres no es una materialidad muda, no se designa un objeto, ni una máquina reproductora, se nombra una identidad profunda en su verdad natural. ¿Porqué las mujeres debemos someternos a embarazos que en realidad son accidentes no buscados ni deseados? Quedar embarazada de un hijo que no se buscó ni se desea es una experiencia muy dura. Esto se ve con claridad en el film. Si a esto, que no es poco dramático y que muchas veces termina siendo trágico, se le agrega la amenaza, la persecución, la clandestinidad que inevitablemente implica la penalización legal: la culpa, el miedo, la impotencia pueden llegar a ser muy destructivos para las mujeres. No hay ninguna política, ética, sistema de pensamiento o de opinión que no se transforme en opresivo, mientras las mujeres no tengamos el poder absoluto sobre el uso de nuestros cuerpos. Se nos expropia de un derecho que tenemos y que es un derecho humano. Todo el film gira alrededor de estos conceptos y el gran malentendido que esto significa para varones y mujeres. La libertad de decisión de las mujeres no está sólo amenazada por una legislación autoritaria sino también, de un modo oculto y fuerte, por la banalización de los conflictos esenciales y la creciente incapacidad de cuestionarnos acerca de la vida y de la muerte. ¿Porqué el aborto es peor que la pérdida de vidas humanas en guerras, genocidios, holocaustos, o bien en políticas económicas que, a más largo plazo, matan igual? Nuestros políticos, nuestros sacerdotes, nuestros dirigentes, no quieren mujeres autónomas que puedan poner en crisis el dominio y el control masculino sobre nuestra capacidad reproductora y sobre la institución maternidad como institución política. Las escenas con el varón que va a realizar el aborto ratifican la necesidad de imponer el poder masculino sobre el cuerpo de ambas mujeres. La institución de la maternidad es invisible, intocable, sagrada y mistificada. No hablo de abolir la maternidad, sino de propiciar la responsabilidad, la creación y el sostén de la vida en el terreno de la libre decisión. La maternidad debe ser una tarea libremente elegida. Si el argumento es: “En defensa de la vida”, entonces hablemos primero de los que ya nacieron, de la indiferencia y el desprecio glacial por el otro. De la falta de solidaridad, el individualismo y la autorización para manipular la vida de los otros. La defensa de la vida puede convertirse en devoradora cuando procede a la eliminación de todos los que (supuestamente) la obstaculizan. El problema no es la defensa de la vida sino la necesidad masculina de controlar el poder reproductor de la mujer que, desde hace siglos, ha constituido un espacio de grandes contradicciones. El patriarcado, la misoginia, el machismo, que muestra la película a través del personaje masculino, que maltrata a las dos jóvenes, habla de políticas opresoras, que en nombre de la vida, conducen a la extrema inhumanidad. El poder político y el poder religioso no conciben a la mujer como sujeto en tanto un ser con autonomía, conciencia y responsabilidad. Ellos agravan o banalizan, exasperan o apuran los problemas sociales de complejidad ética. En el patriarcado, las políticas son aquellas que mantienen la supremacía y el control masculino intactos, en nombre de una vida que ellos son los principales en destruir y abortar. De Rumania a la Argentina, casas más, casas menos... Nuestro país, Argentina, ha generado y sigue generando verdaderos abortos humanos, monstruos que llegan a desarrollarse como adultos siniestros y abominables, en tanto secuestradores, torturadores, abusadores de niños, violadores de mujeres, apropiadores, asesinos. En Argentina se penaliza el feticidio y hasta hace poco tiempo, se había despenalizado el genocidio. ¿Por qué se pretende que recaiga sobre las mujeres todo el peso del respeto y el cuidado de la vida? La misoginia es una tensión aberrante. Si queremos aprender a ser libres y responsables nadie puede decirnos lo que debemos pensar. El núcleo de la responsabilidad moral de cada uno, es aprender a ver y saber elaborar el propio pensamiento. Desde hace siglos, existe un intenso temor ante la perspectiva de que las mujeres tengamos la última palabra acerca de la capacidad reproductora de nuestros cuerpos. Es por eso que esta sociedad que excluye y reprime, en definitiva expropia la libertad de elección de la mujer en cuanto a su propio cuerpo y sus maternidades. Las mujeres, (la mayoría), no estamos a favor del aborto porque sí, estamos a favor de “nuestra libertad para decidir”. Las políticas económicas continúan siendo abortivas. Multiplican los infanticidios a diario, generan carencias: alimentación, cuidados de salud, educación, escolaridad, resguardo, techo, familia. Políticas económicas abortivas que expulsan y abandonan a nuestros niños o inducen a nuestros jóvenes al alcohol, las drogas, el homicidio, el suicidio, por impotencia, por desesperación. Políticas que manifiestan el desprecio por las generaciones futuras e interrumpen, malogran o hacen fracasar el desarrollo vital de niños y jóvenes. Los abortan. Un sistema político, educativo y religioso que no se ocupa (como debiera) de la educación sexual, de planes y métodos anticonceptivos, de la prevención de embarazos en adolescentes, o del sida. Abortan. Una sociedad que muestra a diario el desprecio por la vida en general, el rechazo por el otro y desarrolla desde el poder religioso, un discurso en defensa del embrión y pretende legislar sobre, nada más ni nada menos que, el cuerpo de las mujeres. En la Argentina somos administrados por políticos de ética frágil y tardía que viven apremiados por el marketing electoral y su discurso está por el suelo en tanto credibilidad. Se toma el problema aborto como tema de campaña electoral y se pervierte el interés social y ético del tema. ¿Quiénes entre los argentinos estamos dispuestos a un debate abierto, profundo y honesto sobre las políticas abortivas sociales, económicas, religiosas y culturales? Así como no se puede matar, no se puede mentir y no se puede robar. Sin embargo... Hablemos de las matanzas de los que ya nacieron, de los asesinatos directos e indirectos, inducidos y legitimados que se cometen a diario. La mayoría de nuestros políticos y nuestros sacerdotes son hipócritas, pueden sostener su doble discurso, su doble moral y nuestro pensamiento crítico, nuestras propias voces y nuestra participación política se ha debilitado. Nos han debilitado: el terror, la represión militar, la injusticia, la pobreza, la miseria espiritual, el vacío moral, la apatía y la impotencia ante la corrupción de nuestros políticos, nuestros empresarios y nuestros religiosos. Si el tema es el aborto en tanto feticidio, creo que las mujeres debemos tener el derecho de decidir que hacer con nuestros cuerpos y con nuestras maternidades. Se trata de asumir una conciencia de responsabilidad sobre nuestras maternidades, a solas, en pareja, con nuestros sacerdotes o nuestros ginecólogos, con nuestra familia o nuestros amigos, oscilando entre la buena y la mala conciencia, pero responsables y maduras, sin culpa y sin miedo. Las mujeres que votamos somos adultas (maduras o inmaduras), y muchas somos independientes y autónomas. En la autonomía, auto-nomos, uno mismo se da sus leyes. La autonomía es un actuar reflexivo y crítico que crea un movimiento sin fin, a la vez individual y social. La democracia es un régimen de la autorreflexión política, social e individual. La lucha por la democracia es la lucha por un verdadero autogobierno en todos los órdenes. Recordemos: nos han debilitado y muchas veces intentaron abortarnos como comunidad y como país.
Enero de 2008
|
Liliana Mizrahi
Es psicóloga clínica especializada en Psicoterapias de adultos y adolescentes en encuadres individuales y grupales; diseño de terapias vinculares, de pareja y familia; y coordinación de talleres vivenciales y de reflexión.
Títulos anteriores
|
Enviar correo a Liliana Mizrahi
Volver a Mujeres Sin Fronteras