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Una mujer terrible

 Por Liliana Mizrahi *

 

“La vida del espíritu es exactamente eso: vivir pensando y comprender.”

Julia Kristeva, El genio femenino, Tomo 1

Cuando publicaste tu primera novela La invitada (1943), yo recién nacía. No sé bien cómo, pero tus ideas caminaron por el espacio y llegaron hasta mi casa.

Las mujeres, te cuento, seguimos saliendo del sopor de los prejuicios y las convenciones tradicionales y habitamos la lucidez de la vigilia reflexiva. Y vos lo sabrás, las mujeres lúcidas ya no esperan.

Me parece comprender que nuestros conflictos de liberación, como mujeres, estaban trivializados por las convenciones culturales. Simplificar las realidades complejas, trivializar lo problemático, es siempre un drama.

Simone, vos lo sabés: una mujer que conquista su lucidez no tiene retorno. El camino de la inteligencia es irreversible. Las mujeres estamos dejando de ser ausencias-presencias, secundarias y silenciosas, sumisas y complacientes, ocupamos lugares de poder político, empresarial, económico, intelectual o científico. Sin embargo, el abuso y la opresión existen.

Ahora que te pienso, a 100 años de tu nacimiento, si algo te envidio, es el permiso que tuviste, desde el comienzo, para ser inteligente y crítica, que es el auténtico modo de ser libre. Te resultó más fácil que a otras.

A mí me facilitaste el camino. El anhelo de libertad estuvo siempre en la mayoría de nosotras. Ese anhelo nos da la maravillosa sensación de estar en la vida. La pasión hoy de la mayoría de las mujeres es la misma que vos tuviste: comprender, aprender, saber, comunicar.

En 1927, te licenciaste en Filosofía y escribiste:

“Sartre, correspondía plenamente al compañero que yo había soñado desde los 15 años. Era el doble en quien encontraba incandescentes todas mis manías. Siempre podía compartirlo todo con él” (Memorias de una joven formal).

Viviste en un tiempo interesante de la historia, y lo supiste aprovechar. La posguerra abrió una brecha por la que fluyeron nuevas ideas capaces de representar a una juventud diferente. El existencialismo rompió con los valores del pasado y ofrecía una ética nueva. Existir era reformular la existencia. “Vivir es la voluntad de vivir” (Por una moral de la ambigüedad, 1947).

En 1949 se publicó El Segundo Sexo, el ensayo feminista más importante del siglo XX. (Se vendieron 22.000 ejemplares la primera semana.) Tus ideas caminaron y caminaron por el espacio, la tierra estaba fértil, las conciencias femeninas abiertas y receptivas, era el momento: las mujeres estaban ávidas de libertad y vos comprendiste que la libertad no puede ser retórica o ilusoria, la legitimaste con tu vida. Y aún hoy seguimos aprendiendo que la libertad es comprometida o no es libertad.

Te imagino lo mejor que puedo: con un padre abogado de extrema derecha, que aspiraba y se debatía con ideales aristocráticos, y una madre puritana, ultracatólica. Los burgueses Beauvoir, después de un tiempo y empujados por un abuelo especulador que terminó en la cárcel, cayeron en la bancarrota y se reconocieron: pobres. Debieron mudarse a un modesto departamento, incómodo y precario.

Vos y tu hermana Helene estuvieron determinadas por una férrea moral cristiana y por los mismos convencionalismos sociales y morales que sumergieron en la ajenidad de sí mismas a casi todas las mujeres. Sin embargo... en poco tiempo (ése es el punto)... reconociste tus deseos. Te diste cuenta de lo que querías, muy tempranamente y lo legitimaste. No opacaste tu conciencia, tuviste permiso para abrirla y darles rienda suelta a tus anhelos. No todas tuvimos ese privilegio, vos sí y lo supiste aprovechar, de algún modo nos sirvió a muchas.

Sabrás que “el que desea y no obra engendra peste”, dice Blake, y eso es lo que pasa todavía con muchas mujeres. Desean y no realizan sus deseos.

A los 15 años, tus deseos comenzaron a crecer y concretarse, te fuiste a estudiar, encontraste un excelente interlocutor en Sartre, viviste y te preguntaste acerca de tu condición de mujer. Miraste a las mujeres con una sensible visión antropológica, conceptualizaste filosóficamente lo que veías y te comprometiste con tus responsabilidades de mujer madura de esa época. Una mujer contemporánea. Una mujer de tu tiempo. Tuviste ese coraje.

Miles estaban ahí, sin voz ni voto, ni en sus propias vidas.

¿Te acordás de Mary Wollstonecraft y las sufragistas inglesas de fines del siglo XIX? Ellas te precedieron, pero... lo tuyo fue escribir, llegar y comunicarte con millones de cabezas femeninas.

Yo seguía con asombro las vicisitudes de tu vida. Mostrabas que otra alternativa existencial era posible, que vos podías, tenías esa osadía. Una alternativa totalmente alejada de la mía.

Con el tiempo, me ayudaste a romper la inercia de una vida tradicionalista, salí de la pasividad y la obediencia, atravesé el aislamiento y me puse a trabajar en la ignorancia de mí misma y también junto a otras mujeres.

Las mujeres de mi generación empezamos a construir nuestras vidas buscando nuestra identidad específica, a nuestra imagen y semejanza. Y expresamos como pudimos el desesperado deseo de renacer como protagonistas verdaderas.

Hoy en día, muchas mujeres somos capaces de cambiar el orden del mundo, si es necesario, pero no cambiar el rumbo ni perder nuestros deseos.

Aun así, todavía perdura la impotencia de no-ser-reconocida, y sigue siendo fuente de resentimiento. Aún nos falta mucho camino, siempre nos va a faltar.

No importa tanto si las mujeres puntualmente te leímos o no, tus ideas llegaron a casi todas, y por eso luchamos, como dirías vos: “para recibir todo de la vida”, porque nos queremos y nos sabemos “dotadas para la felicidad”.

Cuando El Segundo Sexo fue traducido al español y llegó a Buenos Aires en 1958, yo tenía 15 años. Mi madre no sé si lo leyó o no, pero lo cierto es que me puso a trabajar, ayudaba a chicos a hacer los deberes, ponía ruleros y peinaba, o hacía títeres en los cumpleaños. Y... ahorraba. Prendió en ella tu idea de que las mujeres, para liberarnos, debíamos trabajar e independizarnos económicamente.

Ayudaste a varias generaciones a reconocer y pensar el camino de la responsabilidad en la creación de una misma. Yo comprendí que ésa era la tarea: el esfuerzo y el compromiso con nuestra evolución. Eso era “hacerse” mujer. No es fácil, es denso, pero es la manera de vivir.

Para muchas mujeres, la opresión que impone la miseria económica no deja mucho espacio para pensar ni hacer grandes cosas. La tarea ahí es sobrevivir.

Te cuento: vivimos entre el exceso obsceno, el despilfarro y la carencia más extrema e inhumana. Es un mundo desbordado de violencia y millones de mujeres viven sumergidas en una pobreza indecente, pero no se rinden, las conozco, son creativas y hacen malabarismos.

También es cierto que muchas mueren, desaparecen, son abusadas, prostituidas o secuestradas. Vos lo sabés, el camino de la libertad no es fácil para nadie, y menos para nosotras.

Conocemos el trabajo liberador y también muchas formas del abuso. Sabemos las virtudes de la independencia económica, pero todavía existe la esclavitud; nos atrevemos más a pensar la maternidad como trampa, pero acá, las argentinas todavía no hemos conquistado la despenalización del aborto y los varones deciden aún sobre nuestros cuerpos.

Lo que también es cierto es lo que dijiste: “El problema de la mujer ha sido siempre un problema para el hombre”.

Yo te recuerdo con mucho cariño. Que descanses en paz, nosotras seguimos con la tarea de hacernos mujeres.

* Licenciada en psicología, ensayista y poeta. Autora de, entre otros libros, Mujeres en plena revuelta

 

 


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