El 18 de julio se cumplirá el 3er. aniversario del horror de AMIA. Los argentinos tenernos esta y otras tragedias sin resolver y convivimos a diario con la falta de respuesta y compromiso para encontrar a los responsables. El desprecio por el dolor social: esa es la respuesta que el gobierno argentino da a sus ciudadanos. AMIA es Argentina hoy. Eso es: AMIA es una metáfora de la injusticia, impunidad, corrupción, desdén, crónica sordera e indiferencia ante los reclamos más dramáticos a los que estamos sometidos la mayoría de los argentinos, todos los días. Ser argentina, para mí, es una tarea dura, pesada e Ingrata. Cargarnos con un genocidio militar sin justicia, la arbitrariedad de un indulto sin consulta, el destino incierto de los desaparecidos sin respuesta, las tragedias de la Embajada de Israel y el horror de AMIA sin resolver, el abandono de nuestros jubilados, la humillación de los desocupados, la multiplicación y explotación de niños en la calle, la adolescencia sin expectativas, las casas de estudio sin cultura, la soberbia de la corrupción, la estupidez, la frivolidad, la hipocresía. Todo esto habla de la banalización que se hace del drama social, del desamparo y la impotencia a que estamos sometidos. El derrumbe de AMIA es el derrumbe ético que aplasta, asfixia, entierra y mata a muchos argentinos. La impunidad enferma. La impunidad ataca, deteriora, pervierte el amor que todo ser humano necesita sentir por su patria. Nos enferman de impotencia, dolor, desesperanza, tristeza. La mayoría de los argentinos somos seres dolientes, carenciados, marginados, porque la injusticia nos debilita y neutraliza como sujetos críticos, y desde esa neutralización nos controlan mejor. La impunidad es el atentado que todos los días ataca y derrumba nuestras instituciones. La injusticia es exclusión, exilio. Sólo el ejercicio activo de nuestra memoria histórica permitirá preservar nuestra sensibilidad. «Consolad, consolad a mi pueblo», dice Isaías.