por Liliana Mizrahi |
Un niño que mata es alguien que se presenta a sí mismo a la opinión pública y cuenta a través del crimen la forma en que su propia vida fue desdeñada. Crimen emocional reprimido e ignorado por la comunidad. Su asesinato es una puesta en escena que despierta en el mundo espanto, horror, tristeza, compasión, condena, pero logra atraer la atención sobre sí, por un rato, recién en el acto final de la tragedia que pone en escena. Los informes sobre niños maltratados se multiplican, las reuniones cumbres, los simposios y las mesas redondas pero es gracias a la "compulsión a la repetición" que estos niños logran con sus escenificaciones trágicas atraer la atención pública al máximo, aunque en ella terminen encontrando su ruina.
Un niño que mata es un caso de destructividad extrema, se trata de una descarga de odio acumulado desde una edad muy temprana. Este odio se desplaza hacia otros objetos sustitutos: animales, niños, adultos. 0 bien dirigen su propia rabia infantil acumulada contra su propio yo y se drogan, sufren accidentes o bien se suicidan. Los niños pueden matar y al matar se matan a sí mismos. Hijos filicidados de una cultura infanticida. Niños que no han encontrado otro modo de contar su tragedia que haciendo lo que les hicieron. Un niño que mata o se mata nunca tuvo un adulto en quien confiar sin peligro sus sentimientos de odio, frustración e impotencia, tampoco tuvo una pertenencia social comunitaria de la cual recibir algo de ternura, amparo o satisfacer sus deseos de aprender, desarrollarse, ser reconocido, amar y ser amado, sociedad de los adultos abusa de él, lo manipula, engaña, abandona y desatiende, entonces la integridad del niño sufre un daño irreparable. El entorno no le provee de las condiciones para enojarse legítimamente, aprende a ocultar sus sentimientos verdaderos, reprime, disocia su dolor y su bronca. Los niños además, por su necesidad y dependencia, suelen sentirse culpables de la crueldad de los adultos que aman. En la repetición lo que se espera encontrar alguna vez es un mundo mejor, pero se termina recreando las mismas constelaciones desgraciadas que lo conducen a la tragedia. En realidad, el niño no quiere matar, lo que desea profundamente es renacer. Los adultos enseñan que matar es posible. La violencia y la impunidad están incorporados en la vida cotidiana como códigos naturales y lógicos. Los niños son parte de un mundo de adultos que necesitan una inmensa industria bélica para sentirse seguros. Si la justicia no existe y los adultos hacen justicia por mano propia, los niños aprenden a hacerse justicia solos porque los adultos y la comunidad que debería reivindicarlos y cuidarlos no lo hace. La televisión también legitima que matar es posible y enseña cómo. Este código moral que prestigia la violenciaconfunde porque oscila entre la ficción y la realidad y la homogeneiza. Confusión que ningún adulto ayuda a discriminar, lo que es peor aún enfatiza y admira. El infanticidio tiene siglos de antigüedad en la historia de la humanidad. No sólo el niño abandonado se ve afectado por la violencia de su desamparo, sino que todos nosotros somos las víctimas futuras de su legítimo odio, frustración e impotencia. Este conocimiento debería implicar cambios estructurales para detener la escalada de violencia de adultos contra niños y de niños que matan adultos.