Las culturas minoritarias en un mundo globalizado

Este artículo fue presentado por Pablo A. Chami en el coloquio realizado en la ciudad de Buenos Aires por la B´nai B´rith Argentina los días 10 y 11 de noviembre de 1999.

Nos encontramos en un mundo que tiende a ser global. Se introducen en nuestra cultura los valores de los países centrales, especialmente de los Estados Unidos de América. Tomamos Coca Cola, Comemos en McDonald´s, nos vestimos con jeans Levi´s y calzado Nike. La lista es interminable. El idioma ingles, que antes era necesario, se transforma en imprescindible.

Los jóvenes se ven obligados a adoptar criterios universalistas y desprecian o subvalúan las culturas minoritarias que recibieron desde las raíces de sus familias.

Esto implica una pérdida de identidad. Creo que existe una pérdida de identidad como nación, en éste caso la Argentina, y existe una pérdida de identidad como grupo perteneciente a la cultura judía, y en mi caso especial, a la de Sefarad o judeo-española.

¿Por qué pienso que el concepto de identidad es importante?

Veamos su definición. La palabra identidad deriva del latín: ídem, que quiere decir igual, lo mismo. Según el Diccionario de la Real Academia Española: "Identificarse con otro es tener las mismas creencias, propósitos, deseos, etc., que él."

Existen dos miradas, la que yo tengo de mi mismo y la que otro puede tener de mi. Cuando difieren ambas miradas se produce un conflicto de identidad. También puede ser que mi mirada sea incorrecta por falta de conocimientos adecuados acerca de mí mismo y de mis orígenes, o puede ser que el otro tenga una opinión errada acerca de mi por falta de conocimientos o por simples prejuicios. Muchas veces coinciden ambos errores, el mío y el del otro.

Tener clara la identidad implica conocer nuestro origen, nuestra historia, nuestras costumbres, nuestros valores. Lo que conocemos es lo que amamos y respetamos y, si nos respetamos, nos hacemos valer y respetar por los demás.

Tener clara la identidad permite apreciar los acontecimientos del devenir histórico y de lo cotidiano. Los apreciamos con una nueva mirada, los juzgamos con una nueva perspectiva y entonces podemos tomar decisiones concretas y correctas en los casos donde esa identidad es menoscabada o vulnerada. Estoy pensando en los atentados terroristas en la Argentina contra la Embajada de Israel y la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), en las profanaciones de tumbas en los cementerios judíos y en las diversas reacciones de la comunidad judía y la opinión pública nacional.

Los judíos en particular, como miembros de una minoría, deberíamos ser conscientes del problema, especialmente por el destino que nos deparó nuestra azarosa historia.

Es importante entonces analizar ésta contradicción entre la globalidad y las culturas particulares y minoritarias y encontrar respuestas que nos ayuden a tomar conciencia del peligro que importa el desestimar éstas culturas y aprender a apreciar lo que tienen de valioso. Creo que es necesario definir y difundir nociones y conceptos que permitan que haya una conciencia global de respeto por las minorías.

Los judíos tenemos un pasado histórico al que debemos volver para aprender de sus enseñanzas. Los dos casos más importantes de aniquilación de judíos y de una cultura judía se produjeron en el momento en que la sociedad que albergaba esa minoría alcanzó la unidad territorial. Me refiero a la expulsión de los judíos de España, que se produce cuando los reyes Fernando e Isabel conquistan Granada, uniendo bajo el lema "un sólo reino, una sola religión", a la mayor parte de la península Ibérica. La segunda es la Shoah, genocidio del pueblo judío por los nazis, que se produce cuando el Reich Alemán domina casi toda Europa y los judíos quedan atrapados en un territorio dominado por Hitler.

El profesor Haim Vidal Sephiha, sobreviviente de Auschwitz y estudioso de la cultura judeo-española dice que: "cada uno debe cultivar sus raíces, porque cultivando sus raíces va combatiendo contra el racismo."

Agrega además, hablando de los sobrevivientes que: "nosotros todos somos huérfanos de padre, de madre y de cultura, y yo no quiero que la Shoah física sea acompañada de una Shoah cultural o intelectual."

Debemos estar alertas para que las culturas minoritarias no desaparezcan ante el embate de la globalidad.

En lo que sigue me ocuparé de lo que acontece en la cultura occidental, que es en la que nos encontramos inmersos, y la americana y la argentina en particular.

Si volvemos la mirada a Europa, vemos que hay un grado de chauvinismo exacerbado hacia las minorías. Leemos en los diarios que se producen desmanes raciales en Alemania, España, Francia, Servia. En Austria observamos con estupor la ascensión de un partido con consignas neo nazis, que propone frenar la inmigración y limitar el derecho de asilo.

Vemos entonces que retornan en el viejo continente ideas que creíamos perimidas luego de la segunda guerra mundial, guerra que culminó con el descubrimiento de los horrores de los campos de exterminio.

Por otro lado, en nuestra América, compuesta por países de sociedades nuevas, abiertas a la inmigración, encontramos la idea del "crisol de razas". Ésta idea surge desde la época de la independencia y más concretamente con los pensadores de la constitución de 1853, Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverria.

Con el lema: "gobernar es poblar", se inicia una era de inmigración masiva en nuestro país, favorecida por las leyes que fomentaban el ingreso de extranjeros, durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda.

Consecuencia de ellas es que, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, arribaron al país inmigrantes de todos los lugares de la tierra. En su mayoría fueron españoles e italianos, pero también llegaron ingleses, franceses y alemanes. Estos inmigrantes profesaban principalmente la religión católica, pero otros eran protestantes, mahometanos o judíos.

Los que pensaron en la inmigración, lo hacían con la idea de que los que llegaban tenían hábitos de trabajo y laboriosidad que algunos de los primitivos habitantes carecían y, que los recién llegados contribuirían con su labor y con su ingenio a engrandecer al país. Pensaban la América como "crisol de razas". Creían que al cabo de algunas generaciones, los hijos de éstos inmigrantes se integrarían en una nacionalidad y con ella surgiría un hombre nuevo, que reuniría las virtudes de libertad e independencia del nativo con la laboriosidad del inmigrante.

¿Qué pasa hoy, un siglo y medio después de que la idea del crisol fue concebida? Creo que la identidad original de los seres humanos no se pierde por completo. Vemos que los hijos o nietos de los inmigrantes quieren conservar parte de sus antiguas tradiciones, creencias o costumbres. Los miembros de las distintas comunidades fundan sus propias instituciones: escuelas, universidades, centros de estudios, hospitales, mutuales, cementerios, iglesias y sinagogas. Todo ello con el propósito de conservar y transmitir su identidad y sus valores.

Aquí es donde pienso que el modelo del crisol no coincide hoy con la realidad, pues las diferencias no se borran tal fácilmente. Mi abuela siempre me decía: "la sangre no se hace agua".

Entonces ¿con qué me identifico? ¿Con qué nos identificamos? Es en este punto donde creo que deberíamos pensar en otro modelo de país, otro modelo de sociedad, una sociedad abierta, de muchas etnias, donde cada una sea respetada, para que cada individualidad brille con sus colores propios y, como un hermoso mosaico, forme una figura que nos satisfaga a todos. Quisiera una sociedad que contribuya al respeto y la tolerancia hacia el otro, el diferente. Diferente ya sea por sus ideas, por el color de su piel o por su religión. Creo que lo que hace rica una nación son las diferencias y las virtudes de la diversidad de sus habitantes.

Las culturas totalitarias buscan igualar, buscan la uniformidad en el pensamiento de sus ciudadanos, uniforman la vestimenta, imponen ideas que son foráneas para muchos grupos de individuos que habitan dentro de sus fronteras. Desprecian y combaten lo que es diferente, lo que es variado, lo colorido, lo alegre, lo que es propio y heredado de las tradiciones de las familias, lo vivido y aprendido en muchos hogares.

Cuando éstas sociedades totalitarias no logran sus propósitos de imponer una cultura uniforme mediante la persuasión y la propaganda, muchas veces tratan de hacerlo por la fuerza. Queman en primer lugar los libros que trasmiten las ideas que no responden a su ortodoxia y más tarde pueden llegar a quemar, o a asesinar por diversos modos, a los seres humanos.

Hannah Arendt, en su libro "Los orígenes del totalitarismo" dice: "El antisemitismo (no simplemente el odio a los judíos), el imperialismo (no solamente la conquista) y el totalitarismo (no simplemente la dictadura), uno tras otro, uno más brutalmente que otro, han demostrado que la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia que sólo puede ser hallada en un nuevo principio político, en una nueva ley en la tierra, cuya validez debe alcanzar esta vez a toda la Humanidad…"

Hoy no creo que sea posible oponerse frontalmente al proceso de globalización que parece por el momento irreversible. Pienso que una de nuestras tareas para el siglo que comienza sería luchar para que esa globalización incluya y respete lo particular, lo singular, lo pequeño, como partes imprescindibles y valiosas de la totalidad.

En esta lucha tendríamos que ubicarnos del lado de las otras minorías que conforman el mosaico de nuestro país y del mundo. Me refiero a las minorías indígenas, las minorías de otros credos, de otras razas, y a todas las minorías que sufren alguna forma de discriminación.

Concluyendo: un mosaico de culturas puede ser una imagen que nos identifique, que permita que las diferentes particularidades que conforman la nación se unan en la diversidad, conociendo aquello en que coincidimos y respetándonos en lo que nos diferenciamos. Me interesa pensar en una cultura que tenga como valor central el respeto por lo diverso. Desearía que ese mosaico sea una imagen que nos caracterice por una tolerancia que hoy parece en todas partes perdida. Imaginemos una globalización valiosa, formada por la suma de los atributos propios de cada tradición y opongámonos a la pérdida de éstos valores ante el avance de culturas más poderosas y prósperas.



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