Cutralcó

Pablo A. Chami

         Llegó la noche del sábado. Marcelo había esperado impaciente que llegara ese sábado porque había baile en el pueblo vecino de Cutralcó. La ilusión de un nuevo encuentro con Laura llenaba todo su ser. Estaba enamorado. Contempló la luna que rielaba sobre el lago. La nieve caída el día anterior resplandecía contra el oscuro follaje de los pinos. La calma del momento era sobrenatural. Aguardó la venida del autobús dentro del refugio que lo protegía del frío.

         Al ver el vehículo detenido delante de la parada se sobresaltó. Había aparecido sin ruido. Era un modelo diferente, más moderno, de forma aerodinámica. ¿Y el conductor? ¿Sería nuevo? Qué hombre tan raro, pensó. Debe ser de otro pueblo. Subió. La puerta se cerró con un soplido sordo. Se sentó. ¿Y estos asientos? Tienen cinturón de seguridad. Mirá que son cómodos, pensó. ¿Dónde estarán los muchachos que deberían venir en este autobús? Qué extraño que no conozca a nadie, en este pueblo todos nos conocemos. La marcha comenzó en silencio. ¿Iremos camino a Cutralco? Miró por la ventana. La luna se acercaba y, con espanto, vio que el lago era como una moneda de plata, allá abajo.




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