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Pablo A. Chami |
Imperialismo y dependencia: un debate histórico del siglo XX
Es posible que la preocupación por el pasado resulte de la preocupación del estudioso para encontrar las razones de ciertas transformaciones de los sistemas políticos y económicos de su época.[1]
Mario Justo López (h)
Los conceptos de imperialismo y dependencia han encendido un debate histórico e ideológico a lo largo de todo el siglo XX. Desde los primeros escritos de J. A. Hobson y el texto clásico de V. I. Lenin, los autores intentaron explicar fenómenos contemporáneos mediante el estudio de la historia reciente. ¿Servirán estos conceptos para explicar las diferentes crisis económicas y sociales que se produjeron la última década del siglo XX? Me refiero a las crisis en el Sudeste Asiático, en México, en Brasil, y finalmente la crisis en la Argentina del año 2001. Contestar a estas preguntas excede los límites de este trabajo. Lo que pretendo es esbozar un estado de la cuestión que sirva como introducción a un trabajo futuro. Comenzaremos con los artículos de orientación socialista y marxista de Hobson y Lenin, seguiremos con las repercusiones de las teorías del imperialismo en la Argentina con los escritos de connotación nacionalista de los hermanos Irazusta y de Scalabrini Ortiz, continuamos con las críticas de los historiadores ingleses a las teorías marxistas del “imperialismo económico” de Koebner y la noción de “imperio informal” de Gallagher y Robinson, pasaremos a las teorías de la “dependencia” de Cardoso y Faletto y de Theotonio dos Santos para terminar con el análisis de las diversas teorías del argentino Mario Justo López (h).
El
término imperialismo ya se empleaba desde mediados del siglo XIX,[2]
pero el primero que escribió una teoría acerca del imperialismo fue el
periodista y miembro del Partido Laborista inglés, John Atkinson Hobson, en su
libro Estudio del imperialismo,[3]
escrito en 1902 luego de regresar de Sudáfrica, donde había sido enviado como
corresponsal inglés durante la guerra de los Boer. Comienza definiendo el
colonialismo: “consiste en la migración de parte de los miembros de una
nación a tierras extranjeras vacías o escasamente pobladas, y los emigrantes
conservan los plenos derechos ciudadanos de que disfrutaban en la metrópoli o,
en otro caso, crean en dichas tierras un sistema de autogobierno local en todo
conforme con las instituciones de la metrópoli y sometido, en última
instancia, al control de aquella.”[4]
El colonialismo es una extensión de la nacionalidad y depende de la
capacidad de los colonos para trasplantar la civilización que ellos representan
al nuevo medio geográfico y social en el que se encuentran. Pero Hobson
interpreta que, cuando la expansión de la nacionalidad se produce en un
contexto donde los británicos son minoría, donde ejerce el poder político
pero los habitantes no aceptan la dominación extranjera, esta situación da
lugar al imperialismo, y, si el poder ejercido es despótico, puede crear
un problema grave y permanente.[5]
Hobson
se refiere a lo que él conoce del Imperio Británico y extiende sus
consideraciones a las colonias de Francia y Alemania en África. Cree que la
existencia de varios imperios en competencia por los mercados es un fenómeno
moderno, una perversión del nacionalismo.[6]
Considera que el imperialismo británico de fines del siglo XIX es perjudicial
para el conjunto de los habitantes de la metrópoli, y se pregunta entonces “¿qué
indujo a la nación británica a embarcarse en un negocio tan ruinoso?” La
respuesta que nos da es que, si bien fue ruinoso para el conjunto de la nación,
ha sido rentable para ciertas clases sociales.[7]
Pasa
luego a buscar quienes, dentro de Gran Bretaña, se beneficiaban con las políticas
imperiales. Encuentra un primer grupo al que define en general como imperialismo
comercial. Está formado por aquellos que obtienen beneficios de los
trabajos y empleos necesarios para mantener el imperio, como ser: cuando se
realizan gastos de fondos públicos en naves de guerra, cañones, pertrechos, en
salarios para más puestos de militares y marinos, más cargos en los servicios
consulares, beneficios para los industriales y los trabajadores de las empresas
que proveen a los nuevos mercados, más trabajo para ingenieros, misioneros, y
otros emigrantes.[8] Grandes sumas de dinero
del presupuesto se destinan a los fabricantes navales y a los de armamentos.
Para Hobson, este es el núcleo del imperialismo comercial. El segundo grupo
interesado en promover el imperialismo es el compuesto por los inversionistas.
Los recursos aportados por estas inversiones en el extranjero son una parte
importante del ingreso británico. Los excesos de ahorro de los grandes
financistas y de los ahorros de la clase media se vuelcan a esos negocios en el
exterior que suponen una renta más alta que en la metrópoli. Son estos
inversores quienes presionan al gobierno para que les ayude a realizar
colocaciones rentables y seguras en el extranjero.[9]
Además, los agentes bursátiles tienen como negocio fundar nuevas compañías y
canalizar los recursos de los ahorristas hacia las colocaciones en el exterior. “La
riqueza de estos grupos financieros, la magnitud de sus operaciones y sus
ramificaciones organizativas a lo ancho del mundo los convierten en elementos
decisivos y fundamentales en la marcha de la política imperial. Tienen más
intereses que nadie en las actividades imperialistas, y los mayores medios para
imponer su voluntad en las decisiones políticas de las naciones.”[10]
Concluye
con una denuncia: Todos estos grupos son los que abogan por extender las políticas
imperiales, “Son una especie de parásitos del patriotismo que toman el
color de éste para protegerse. Los representantes de estas fuerzas pronuncian
bellas frases, hablan de su deseo de ampliar el área de la civilización, de
crear un buen sistema de gobierno, de propagar el cristianismo, de acabar con la
esclavitud y elevar el nivel de las razas inferiores.”[11]
Mario Justo López (h) considera que Hobson, durante los primeros años del siglo XX, en vista de las consecuencias de la Guerra de los Boer en Sudáfrica, tenía una preocupación por el auge que habían tomado las inversiones en el exterior, que forzaban a las potencias a una política internacional más agresiva y amenazaban con la posibilidad de desencadenar una nueva guerra. Lenin, como veremos enseguida, estaba preocupado también por los acontecimientos recientes de la Gran Guerra que habían quebrado la “supuesta solidaridad de la clase trabajadora y la interpretación que de ello se hiciera como prueba de la falsedad de la teoría de la lucha de clases de Marx.”[12]
Lenin escribió en Zurich, en la primavera de 1916, su libro: El imperialismo, Fase superior del capitalismo.[13] En el prólogo admite que se basó en el escrito de J. A. Hobson para la parte teórica y que, dada la censura existente en Rusia, se cuidó de mencionar ejemplos que tuvieran relación con ese país.[14] En el prólogo a la edición francesa y alemana de 1920 nos da la clave para comprender las motivaciones que lo impulsaron a escribirlo: sostiene que la Guerra Mundial ha sido de ambos lados una guerra imperialista por “el reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colonias, de las ‘esferas de influencia’ del capital financiero.”[15] Considera que “el capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países ‘adelantados’.”[16]
Luego, anuncia uno de los puntos importantes de su tesis al preguntarse dónde está la base económica del imperialismo, a lo que responde que se encuentra en el parasitismo y en la descomposición del capitalismo en su “fase histórica superior, es decir, al imperialismo.”[17] Admite que esta noción la tomó del escrito de Rodolfo Hilferding: El capital financiero, cuyo subtítulo es la “fase última de desarrollo del capitalismo.”[18] Para Lenin, el proceso de concentración capitalista de la industria en empresas cada vez más grandes es una de las características del capitalismo.[19] Resalta luego el papel de la exportación de capitales y la creación de una red internacional de dependencia y de relaciones del capital financiero. “Lo que caracteriza al viejo capitalismo, en el cual dominaba plenamente la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capital.”[20] Este excedente de capital no se consagra a la elevación del nivel de vida de las masas del país que los produce sino que se exporta al extranjero, a los países atrasados, donde los capitales son escasos, el valor de la tierra es pequeño, los salarios son bajos, las materias primas baratas y el rendimiento del capital es más lucrativo.[21] Además, la exportación de capitales repercute en el desarrollo de los países en los que están invertidos, “acelerándolo extraordinariamente.”[22] Algunos países como España, Rusia, Argentina, Brasil, China se presentan ante los grandes mercados de dinero exigiendo la concesión de empréstitos. En las operaciones de este tipo, el acreedor obtiene por lo general un beneficio extra: “un favor en el tratado de comercio, una base hullera, la construcción de un puerto, una concesión lucrativa o un pedido de cañones.”[23]
Lenin considera que en la primera década del siglo XX ya se ha terminado la conquista de todas las tierras libres del planeta. Para Inglaterra, el período de intensificación de las conquistas corresponde a los años 1860 a 1880 y este proceso se acelera durante los últimos veinte años del siglo XIX. En Alemania y Francia, las conquistas imperiales corresponden a estos últimos veinte años. Por otro lado, el período de crecimiento del capitalismo no monopolista abarca de 1860 a 1870. “Es justamente después de este período cuando empieza el enorme ‘auge’ de conquistas coloniales.”[24] En la época de mayor florecimiento de la libre competencia en Inglaterra, los dirigentes políticos eran adversarios de la política colonial y consideraban inevitable emancipación de las colonias. “¡En cambio, a fines del siglo XIX los héroes del día eran en Inglaterra Cecil Rhodes y José Chamberlain, que predicaban abiertamente el imperialismo y aplicaban una política imperialista con el mayor cinismo!”[25]
Lenin se anticipa a los teóricos de la dependencia al sugerir que existe una situación de dependencia en ciertos países, señalando a la Argentina como ejemplo de país dependiente, aunque no se explaya demasiado en ese tema. Transcribo el párrafo: “Para esta época son típicos no sólo los dos grupos fundamentales de países —los que poseen colonias y las colonias—, sino también las formas variadas de países dependientes que desde un punto de vista formal, político gozan de independencia, pero en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática. [...] Modelo [...] es, por ejemplo, la Argentina.”[26] Considera que Argentina se halla en tal dependencia financiera de Londres que se la puede calificar como una “colonia comercial inglesa.” Señalando finalmente los vínculos que existen entre la burguesía argentina, el capital financiero y la diplomacia inglesa.[27] El Pacto de Ottawa, que analizaremos más adelante, parecería confirmar, años más tarde, estas palabras.
Para Lenin, el imperialismo es la última fase del desarrollo del capitalismo, cuando se produce la sustitución de la libre competencia por el monopolio. Constituye el tránsito del capitalismo a un régimen superior. Podría decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. No satisfecho con esto, intenta una definición del proceso imperial. Contempla cinco rasgos esenciales: 1) Concentración de la producción y del capital hasta un grado de desarrollo que ha creado los monopolios; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación del capital financiero; 3) la exportación de capitales; 4) asociación monopolista de capitales que se reparten el mundo; 5) el reparto territorial del mundo ente las potencias capitalistas más importantes.[28] Finalmente concluye diciendo que “El mundo ha quedado dividido en un puñado de estados usureros y una mayoría gigantesca de estados deudores.”[29]
Los escritos de Hobson y Lenin, si bien se referían a problemas de los países periféricos, su preocupación residía en la forma que el imperialismo afectaba a la sociedad europea y en especial a la clase trabajadora. Veremos a continuación la repercusión de estas ideas en la Argentina. En 1933, los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, escribieron el libro La Argentina y el Imperialismo Británico.[30] El libro fue escrito como consecuencia del tratado suscripto entre la Argentina y Gran Bretaña, conocido como pacto Roca-Runciman, luego de las negociaciones entre el Vicepresidente argentino, Julio A. Roca (h) y Walter Runciman, presidente del Board of Trade de Londres. En él se critica la gestión del tratado por la misión de Roca, calificando la negociación del convenio como desastrosa.[31] Además, el libro de los hermanos Irazusta es considerado como fundador de la corriente nacionalista denominada luego revisionismo histórico.[32]
Lo que había
sucedido fue que el Gobierno Británico, ante la grave crisis económica de los
años 1929 y 1930, tomó la decisión de favorecer las importaciones desde los
países del denominado Commonwealth: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Irlanda,
Sudáfrica, y Rhodesia, y restringir la importación de productos de terceros países.
Esto se convino en la Conferencia Imperial Económica en la ciudad de Ottawa
durante los meses de julio y agosto del año 1932 y se conoce como el Pacto de
Ottawa. A fines de ese año el gobierno Británico comunicó a la Argentina que
ya no gozaba del libre acceso al mercado británico por haberse adoptado una
nueva política. La República Argentina resultó uno de los principales
perjudicados como resultado este tratado por dos razones: en primer lugar, al
reducir la entrada de la producción argentina a Gran Bretaña se provocaría
una caída importante de sus exportaciones pues una parte substancial de ellas
estaba dirigida a ese mercado. En segundo lugar, como la principal fuente de
recursos del Estado Nacional eran los derechos de aduana, esa caída del
comercio exterior le quitaba recursos al erario público. Ante estos hechos, el
gobierno de Agustín P. Justo envió a Inglaterra al vicepresidente Julio A.
Roca (h) para reunirse con Runciman. Luego de arduas discusiones, se aprobó el
tratado en abril de 1933. Al
gobierno argentino se le garantizaba el acceso al mercado británico a cambio de
concesiones en las tarifas aduaneras para la importación de productos británicos
y cambio especial para la liquidación de divisas. Los
argentinos aprobaron las condiciones británicas, quedando la distribución de
la cuota de carne en manos de las empresas extranjeras y obteniendo los británicos
una última concesión en materia de emisión de valores de cambio.
El libro de los hermanos Irazusta consta de tres partes. En la primera tratan acerca de la misión de Roca y de su opinión acerca de cómo debían de haberse llevado a cabo las negociaciones. En la segunda hacen un análisis del tratado y, refriéndose a la política argentina con respecto al capital extranjero consideran que: “Antes pudo servir para atraer capitales, que vinieron en condiciones de privilegio abusivo, y esquilmaron al país, pero que en parte valorizaron su riqueza natural. Ahora ya no servirá sino para salvar lo que sea salvable de los beneficios de aquel abuso.”[33] Luego denuncian un intento de someter al país a cierto tutelaje citando al canciller inglés en la Conferencia Económica Mundial de Londres que dio que para obtener nuevos créditos “sería necesario cierto control del país prestamista,” y que por el momento no se concederían nuevos créditos sino que deberían ocuparse de asegurar el pago de lo ya adeudado.[34] Seguidamente pasan a configurar la situación de dependencia, en el contexto de la gran depresión de los años treinta, con los siguientes párrafos:
Pero si la situación mundial sigue empeorando, las exigencias del proteccionismo imperial, que son más políticas que económicas, se acentuarán. Todas nuestras concesiones presentes y futuras, salvo la entrega total de nuestra soberanía, serían en el último caso previsto, vanas para evitar el retiro del cliente inglés.
Para que la entrega fuera materialmente provechosa, tendría que ser absoluta; no como la participación en el imperio de un gran dominio semilibre, sino como una dependencia directa de la Corona.[35]
En la tercera parte: “Historia de la oligarquía argentina”, los autores hacen una interpretación de la historia desde el punto de vista de lo que llamamos hoy la corriente del revisionismo histórico. Reivindican la figura de Juan Manuel de Rosas y critican las ideas de Rivadavia y Sarmiento. Su posición es de un nacionalismo católico siendo su bandera el antiimperialismo, pero necesitaban diferenciarse de otros, como los socialistas y marxistas, que también ya habían hecho suyo el discurso antiimperialista.[36]
También en Argentina, Raúl Scalabrini Ortiz, en su libro Política Británica en el Río de la Plata[37], sostiene que “el ferrocarril extranjero es el instrumento del antiprogreso.” Cita luego a Allen Hutt, que en su libro: El fin de las crisis, dice que la construcción de ferrocarriles en las colonias y en los países subordinados “es una muestra de imperialismo en su papel antiprogresista que es su esencia.”[38] La argumentación principal de Scalabrini Ortiz es la siguiente: “El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros es el ferrocarril. El arma del ferrocarril es la tarifa. Las tarifas juegan un papel preponderante en la vida de un pueblo. Con ellas se pueden impedir industrias, crear zonas de privilegio, fomentar regiones, estimular cultivos especiales y hasta destruir ciudades florecientes. Es un arma artera, silenciosa y, con frecuencia, indiscernible hasta por el mismo que es víctima de ella.”[39] Para fundamentar sus opiniones cita a continuación discursos pronunciados en el Congreso, como el del diputado Osvaldo Magnasco en el año 1891, donde pasa revista a los problemas que causaban las tarifas en las diversas provincias.[40] Luego cita a Arturo Castaño, diputado riojano, también en 1891, José Heriberto Martínez y Carlos Alberto Tornquist, en junio de 1922, del ingeniero Humberto Canale, director de Puertos y Canales, en 1929, que se quejaba que los puertos de Mar del Plata y de Necochea no eran atendidos por el Ferrocarril Sud.[41] Lo que no hace Ortiz es un estudio comparativo de las tarifas ferroviarias de Argentina con respecto a Estados Unidos, Canadá, o la propia Gran Bretaña en los períodos que abarca su estudio. Un trabajo de este tipo podría mostrar si eran abusivas las tarifas ferroviarias en la Argentina.
El
historiador inglés Richard Koebner, en un artículo escrito en el año
1949 en The Economic History Review,[42]
critica las ideas de Hobson y Lenin acera del origen económico del imperialismo
y cuestiona la forma en que se usa el término imperialismo. Dice que el vocablo
imperialismo es ambiguo y, según sean los diversos autores, denota significados
diferentes, pero la acepción más usada del término es cuando está acompañado
por el adjetivo “económico”. Con “imperialismo económico” se intenta
decir que las naciones llamadas de la “civilización occidental” fueron
empujadas por sus capitalistas para dominar a pueblos más débiles en regiones
lejanas, para explotarlas.[43] Los que sostienen esta
interpretación consideran que es en la época del capitalismo de fines del
siglo XIX la que da lugar al imperialismo sin tener en cuenta que hubo imperios
anteriores, como el Imperio Romano, en épocas en que la economía capitalista
no existía. El autor se pregunta entonces si fue únicamente el interés de los
grupos capitalistas los que expandieron los imperios o si, además del económico,
hubo otros motivos.[44]
Pasa
luego a considerar el origen del término imperialismo. Comenzó su carrera
durante la época del Segundo Imperio Francés y continuó usándose para
calificar la política de Disraeli. El término nació con una connotación
negativa de crítica a las políticas antes mencionadas. Continuó su empleo a
fines del siglo XIX con los ataques a las guerras en África del Sur y las políticas
de Estados Unidos en su guerra contra España en 1898. Luego el término
imperialismo fue teorizado por Hobson que lo extendió para referirse a las políticas
expansionistas de Francia y Alemania,[45]
como ya vimos en párrafos anteriores. Otros autores, en Alemania y en Italia,
usaron el término imperialismo para calificar, ya sea en forma favorable o
adversa, la política exterior británica, sin un específico contenido económico.
También fue usado para designar otras políticas imperiales a lo largo de la
historia, como el Imperio Romano, o el español. Antes de 1914 la acepción
definida por Hobson del término imperialismo fue usada solamente por autores
socialistas de Alemania y Austria como Bauer o Rosa Luxemburgo, que incorporaron
el concepto de imperialismo a las ideas de Marx. Lenin estudió el libro de
Hobson durante su permanencia en Suiza y publicó su artículo El
imperialismo, fase superior del capitalismo cuando arribó a San Petersburgo
en 1917. En sus traducciones al alemán y al francés sirvieron para afianzar
los escritos de Rosa Luxemburgo y otros autores marxistas.[46]
En Estados Unidos, el profesor Acille Villate dio una serie de conferencias en
el William´s College donde resaltaba los orígenes económicos del imperialismo
en el que las potencias industriales obtenían mercados para su superproducción
de manufacturas y capitales. Esto impulsó una vasta literatura norteamericana
que no estaba vinculada con el socialismo. En consecuencia, Koebner encuentra
tres grupos de pensamiento y propaganda del imperialismo: la marxista, la
fabiana y la Americana. Todas son reelaboraciones de las teorías de Hobson y
establecieron concepciones históricas similares.[47]
Koebner
formula luego su tesis central que cuestiona la validez histórica de la tesis
del imperialismo económico. Para que ésta tuviera validez, habría que
demostrar que el imperialismo encierra una cierta categoría de acciones políticas
y administrativas de los gobiernos y que los grupos capitalistas tendrían que
tener un papel relevante y además, que estas acciones tendrían que formar una
parte importante de la estructura capitalista.[48]
Considera que no existen suficientes evidencias para que la teoría se sostenga,
que no existieron flujos importantes de capital hacia las colonias y hacia otro
tipo de empresas exteriores.[49]
Pasa luego a referir los sucesos británicos de fines del siglo XIX y comienzos
del XX afirmando que la política imperial fue forzada por las circunstancias y
no por la voluntad del gobierno.[50]
Que la ocupación de Egipto se hizo a pesar de la voluntad del gobierno y que
las aventuras de Cecil Rhodes y de Gordon en África fueron empresas privadas.
En el caso de Gordon, fue enviado al norte de Egipto para aplacar un
levantamiento Sufí y, si en un primer momento el gobierno británico le retaceó
el apoyo, luego envió una extraordinaria expedición que derrotó el
levantamiento y aumentó las fronteras del Imperio Británico en el Sudán. En
el caso de Rhodes, reconoce que la Rhode´s South African Company esta conectada
en forma más cercana al capitalismo especulativo.[51]
Luego narra los sucesos en África de fines del siglo XIX, nos dice que el público
inglés se había acostumbrado a pensar que las colonias eran una sección
preciada de su nación y que una Bretaña grande era la verdadera Gran Bretaña.[52]
La relación entre imperio y comercio es confirmada en un discurso de George
Wyndham, Ministro de Guerra durante la guerra de los Boer, donde proclama que en
los lugares recónditos en los que exploradores ingleses pusieron sus plantas
grandes porciones del capital inglés fue invertido.[53]
Concluye su ensayo diciendo: “Ha quedado claro que la experiencia económica
era sólo una parte, aunque indispensable de la realidad que hizo nacer el
concepto de ‘la era del imperialismo’ y el de ‘imperialismo económico’.
Pero los motivos de moral política eran más poderosos y esos motivos estaban
hondamente enraizados en la tradición inglesa.”[54]
John Gallagher y Ronald Robinson publicaron el artículo The Imperialism of Free Trade,[55] en el año 1953. En él elaboran el concepto de “Imperio Informal”. Sostienen los autores que Gran Bretaña se expandió durante el siglo XIX no solamente por su imperio formal, sino también por el imperio informal. No es posible comprender esta historia si tenemos en cuenta sólo el imperio formal. Es como describir un iceberg viendo la parte que emerge sobre la superficie.[56] Los autores entienden que no es raro constatar que las conclusiones a las que llegan los distintos historiadores sean contradictorias porque recortan los hechos de acuerdo a sus diferentes hipótesis y en realidad están hablando de diferentes imperios. Entonces, dividen la historia en períodos llamados imperialistas y otros denominados antiimperialistas de acuerdo a que se extendiera o contrajera el imperio formal o aumentara o disminuyera la creencia en la importancia de la hegemonía británica en ultramar. Por ejemplo Hobson y Lenin sostienen que la fase imperialista de fines del siglo XIX es la etapa superior del capitalismo que necesariamente desembocaría en una ampliación del Imperio.[57] Sin embargo, este razonamiento tiene ciertas falencias que los hechos contradicen: durante el período de 1841 a 1851, Gran Bretaña anexó a Nueva Zelanda, la Costa de Oro, Lebuan, Natal, Punjab, Sind y Hong Kong. En los siguientes veinte años, anexó otra serie de colonias, todo esto en el período considerado por dichos autores como no imperialista.[58] Si contemplamos el imperio informal, las dificultades son todavía mayores. Lo que se puede apreciar entonces es una política continua de expansión, ya sea por medios formales o informales. La intención de no anexar no quiere decir que no existiera una intención de no controlar.[59] La presunción de que el gobierno británico, en la época del libre comercio, consideraba superfluo el imperio, viene de sobrestimar los cambios en las formas legales. Durante toda la época victoriana el gobierno de las colonias era retenido en los casos que eso significara sacrificar o poner en peligro el liderazgo británico o sus intereses.[60] O sea que la política imperialista era permanente, a veces con anexiones y otras con un imperialismo informal, dependiendo de las necesidades de control. Esto debilita las tesis socialistas que consideran al imperialismo como consecuencia de la concentración monopólica industrial y financiera de fines del siglo XIX.
Analizaremos ahora la teoría de la dependencia, que fue elaborada desde el punto de vista de América Latina, durante la década del 1960 por Theotonio dos Santos, Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto, entre otros. Esta teoría fue concebida para explicar el “fracaso del modelo de desarrollo autónomo basado en la industria, o de desarrollo orientado hacia el mercado interno”.[61]
Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto escribieron entre los años 1966 y 1967 el libro Dependencia y Desarrollo en América Latina.[62] Se plantean la siguiente pregunta: Si los países de América Latina al terminar la Segunda Guerra Mundial estaban en condiciones de completar su sector industrial y comenzar a lograr un desarrollo autosustentado y todos los factores actuando en conjunto parecían suficientes para lograr el automatismo de crecimiento impulsados por los estímulos del mercado, era difícil explicar por qué las políticas aplicadas no fueron suficientes para lograr su objetivo.[63] A continuación sugieren dos respuestas posibles: o bien “faltaron las condiciones institucionales y sociales” que hicieran posible dicho desarrollo o “había en realidad un error de perspectiva que hacía creer posible un tipo de desarrollo que económicamente no lo era?”[64] Para explicar estos hechos elaboraron la teoría de la dependencia. Consideran que es necesario redefinir la noción de subdesarrollo en el marco de la formación del sistema productivo mundial. “La situación de subdesarrollo se produjo históricamente cuando la expansión del capitalismo comercial y luego del capitalismo industrial vinculó a un mismo mercado economías que, además de presentar grados diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista.” No solamente había una diferencia de etapa en la evolución del sistema productivo sino que también había una diferencia de función o posición dentro de la estructura económica internacional.[65]
Theotonio dos Santos define la dependencia de la siguiente forma:
La dependencia es una situación donde la economía de cierto grupo de países está condicionada por el desarrollo y expansión de otra economía, a la cual se somete aquella. La relación de interdependencia establecida por dos o más economías, y por estas y el comercio mundial, adopta la forma de dependencia cuando algunos países (los dominantes) pueden expandirse y autoimpulsarse, en tanto que otros (los dependientes) sólo pueden hacerlo como reflejo de esa expansión, que puede influir positiva y/o negativamente en el desarrollo inmediato.[66]
Siguiendo la argumentación de Cardoso y Faletto, en la situación colonial, la dependencia aparece como reflejo de lo que acontece en la metrópoli, la situación de dependencia en las naciones subdesarrolladas en el período posterior a la independencia política, surge como una dinámica social más compleja. Depende de vinculaciones de subordinación al exterior y del comportamiento social, político y económico de intereses nacionales.[67] No es una variable externa sino que depende de la configuración de las “relaciones entre las distintas clases sociales en el ámbito mismo de las naciones dependientes.”[68]
Los teóricos del desarrollo suponían que en los países de la periferia era necesario “repetir la fase evolutiva de las economías de los países centrales.”[69] Cardoso y Faletto amplían el concepto de la siguiente forma:
Los países latinoamericanos, como economías dependientes, se ligan en estas distintas fases del proceso capitalista a diferentes países que actúan como centro, y cuyas estructuras económicas inciden significativamente en el carácter que adopta la relación. El predominio de la vinculación con las metrópolis peninsulares —España o Portugal— durante el período colonial, la dependencia de Inglaterra más tarde y de Estados Unidos por último, tiene mucha significación.[70]
Cuando se rompe la dependencia colonial y se pasa a la dependencia de Inglaterra, ésta tiene como sustento interno una clase social formada por productores nacionales que estaban en condiciones de establecer un acuerdo entre las diversas fuerzas sociales por lo que estaban llamados a tener una situación privilegiada.[71] Esto muestra que si se compara con los patrones europeos o norteamericanos, la situación de subdesarrollo de América Latina no es una desviación que debe corregirse sino un “cuadro histórico distinto por su situación periférica.”[72] Luego de las luchas por la independencia a comienzos del siglo XIX, las naciones latinoamericanas tuvieron que dar un nuevo orden a la economía y a la sociedad local. Hubo un período anárquico hasta mediados del siglo, luego del cual se delinearon los límites territoriales y los grupos hegemónicos recuperaron sus relaciones con los mercados mundiales y con los demás grupos locales. “Se perfila entonces una primera situación de subdesarrollo y dependencia dentro de los límites nacionales.”[73] Inglaterra se relaciona con la periferia a través del abastecimiento de materias primas y no en la inversión de capitales productivos. Las inversiones se orientaban a los sectores en que las economías locales no estaban en condiciones de desarrollar, como el sistema de transportes, el financiamiento de empréstitos para la realización de obras locales, generalmente garantizadas por el Estado, más que en inversiones directas.[74]
Seguidamente pasan a reseñar el proceso de industrialización de las principales naciones latinoamericanas ya en el siglo XX, como consecuencia de la forzada sustitución de importaciones, consecuencia del aislamiento con los proveedores externos durante las guerras mundiales, y luego bajo la amparo de políticas arancelarias proteccionistas. En estas condiciones pudo darse un desarrollo económico con estabilidad. Pero esta “modernización se hace a costo de un autoritarismo creciente y sin que disminuya el cuadro de pobreza típico del ‘desarrollo con marginalidad’. [...] el orden se mantiene gracias a mecanismos abiertos o disfrazados de presión y violencia.”[75]
La interpretación de Cardoso y Faletto consiste en que existen límites estructurales precisos para este tipo de desarrollo. La industrialización requiere cantidades importantes de acumulación de capital, lo que a su vez produce una fuerte diferenciación social.[76] La vinculación de las economías periféricas al mercado internacional se da ahora como inversiones industriales directas en los nuevos mercados nacionales.[77] Estas inversiones pueden generar elevados índices de desarrollo, pero, a pesar de ello, las decisiones económicas y de inversión “pasan” por el exterior y pueden depender de presiones externas.[78] Las empresas extranjeras pueden transformar sus beneficios económicos en capital, y este capital puede ser invertido en las economías centrales o en otras economías dependientes, distintas de aquellas en donde se generaron.[79] En estos casos, mediante la transferencia desde el exterior de capitales, técnica y organización se “inaugura un nuevo eje de la economía nacional. [...] esa revolución implica, por supuesto que en un plano más complejo, un nuevo tipo de dependencia.”[80]
Ernesto Laclau, en su ensayo Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación histórica a los casos argentino y chileno,[81] publicado por primera vez en 1969, introduce el concepto de renta diferencial para explicar el auge de la economía argentina de fines del siglo XIX y comienzos de siglo XX. La renta diferencial surge de los menores costos de la producción agropecuaria con respecto a los altos precios que se obtenían por sus productos en el exterior. “La renta era muy superior al beneficio agrario.”[82] Define la dependencia económica como “la absorción estructural y permanente del excedente económico de un país por parte de otro.” Como es el caso de dos países económicamente vinculados pero que la división internacional del trabajo determinara en uno de ellos una composición menor de capital.[83] Sería como la relación de la Argentina y Gran Bretaña antes de la crisis del año 30. Lo explica del siguiente modo: El monopolio de la tierra y la elevadísima renta diferencial proveniente de la inagotable fertilidad de la llanura pampeana se unieron para consolidar la estructura a la vez capitalista y dependiente de la economía argentina.[84] La inserción de la Argentina en el mercado mundial reviste de esta forma una estructura económica vulnerable y dependiente porque al ser la renta diferencial el motor de todo el proceso, ésta “pasó a ocupar el lugar que en un capitalismo no dependiente corresponde a la acumulación de capital.” La magnitud de la renta diferencial depende de la posibilidad de colocar los excedentes en el mercado internacional y esta posibilidad depende de la “acumulación capitalista” de los países avanzados, “toda la expansión económica del país terminaba por depender de una variable que escapaba a su control.”[85]
Según
Laclau, en los países altamente industrializados, los efectos de las crisis
económicas tendieron a neutralizarse mediante mecanismos anticíclicos, como
por ejemplo la regulación de la tasa de interés del Banco de Inglaterra, lo
que les permitía regular el flujo de capitales. Esto hacía que la crisis se
transfiriera a los países de la periferia que, además de la crisis que
soportaban, debían sufrir una fuga de capitales.[86]
Desde el otro lado del Atlántico, D. C. M. Platt, en dos de sus escritos, cuestiona las teorías del imperialismo y de la dependencia desde un punto de vista liberal. En el primero se plantea la cuestión de “qué es lo que influye en los gobiernos para determinar la forma de su imperialismo.”[87] Considera que la teoría del imperialismo está incompleta porque falta un estudio profundo del poder político y económico de los individuos privados en el marco del imperialismo informal y el control ejercido por el agente “financiero, inversionista, concesionario, contratista, comerciante y administrador extranjeros, operando independientemente de la ayuda gubernamental en el sector subdesarrollado del mundo.” Reconoce empero que en muchos casos no es posible diferenciar las presiones ejercidas por el empresario de las ejercidas por su gobierno.[88] Considera que el control británico tenía fundamentalmente origen en los empresarios privados y no del gobierno, en el período anterior a 1914.[89] Platt sostiene que en el período de laissez-faire el vínculo económico existía, entonces, “Si ‘imperialismo’ es solamente la descripción de una relación económica automática entre países capitalistas y países subdesarrollados, entonces los europeos eran ciertamente imperialistas en América Latina antes de 1914.”[90] En ese imperialismo informal, el instrumento más poderoso de control era la negación del crédito. Se ejercía mediante el Listing Comité de la bolsa de Londres y por la Corporación de Accionistas extranjeros. “No pocos gobiernos latinoamericanos se derrumbaron por faltarles su apoyo.”[91] Los gobiernos latinoamericanos dependían de las casas financieras europeas para sus préstamos y ayudas y, cuando un gobierno se hallaba en problemas, los gerentes financieros internacionales imponían condiciones duras antes de otorgar un préstamo de ayuda como ser: el pago de los derechos de aduana directamente a los bancos extranjeros, destrucción del papel moneda, restricciones en el gasto del estado, entre otras.[92] Desde su posición liberal, considera que se debería abandonar el “vocabulario tradicional de ‘imperialismo económico’, y considerar en su lugar las categorías de comercios, industrias y servicios que, por su naturaleza, dieron poder y control a los individuos, nativos o extranjeros, que los manejaban.”[93] Concluye diciendo que, si bien la presencia de financieros, diplomáticos, inversionistas y comerciantes fue considerada como evidencia suficiente del control del “imperialismo económico” en acción, y, aunque fuera cierto en ocasiones particulares, “no puede ser considerado como regla.”[94]
Platt, en su segundo artículo: Objeciones de un historiador a la teoría de la dependencia en América Latina en el siglo XIX,[95] publicado en 1980, arremete contra la teoría de la dependencia. Comienza tomando la definición de Theotonio dos Santos que ya mencionáramos en páginas anteriores. Toma la idea de Philip O´Brien de que el subdesarrollo de los países de América Latina está condicionado por su posición en la economía internacional y por las relaciones entre estructuras internas y externas.[96] Cita luego a Stanley y Barbara Stein quienes postulan que después de la independencia de España, la herencia colonial de una economía orientada a la exportación llevó a estos países a una economía vinculada con la oferta y la demanda situada fuera de las economías nacionales. Inglaterra reemplazó a España en este esquema. Similares consideraciones encuentra en los escritos de André Gunder Frank para Chile y de Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto que comentamos en páginas anteriores.[97] América Latina participó entonces en la economía internacional como productora de materias primas, metales preciosos y alimentos y como importadora de bienes de manufacturados y de capital. Las decisiones en materia de infraestructura y de producción dependían de la metrópoli. “Al concentrarse en la exportación de productos primarios, América Latina no pudo desarrollar una capacidad autónoma de crecimiento y transformación.”[98]
Platt comienza cuestionar la idea tradicional de que la economía colonial estuviera orientada hacia las exportaciones. Considera que durante ese período, las minas de oro y plata fueron un elemento más en economías mayoritariamente orientadas hacia adentro, primariamente como economías de subsistencia. Puntualiza que, luego de la independencia, América Latina se retiró durante cincuenta años del comercio y de las finanzas mundiales.[99] A fines del siglo XIX muchos países latinoamericanos, entre ellos la Argentina, se dedicaron a abastecer de materias primas y de alimentos a los “centros hegemónicos”. Esto fue ventajoso para la Argentina hasta 1929. “La Argentina se dedicó a abastecer de lana, cereales, carne ovina, y vacuna los Centros hegemónicos y se volvió rica gracias a estos productos.”[100] Concluye su trabajo con el siguiente párrafo:
“Es obvio que hubo una superposición de presiones internas y externas que influyeron sobre el crecimiento, especialmente en la Argentina. Pero sería incorrecto señalar que los países de América Latina en el siglo XIX sólo podían expandirse y ser autosuficientes como reflejo de la expansión de los países dominantes (dos Santos), o que ‘la dinámica interna de la sociedad de América Latina y su subdesarrollo fueron condicionadas fundamentalmente por la posición de América Latina en la economía internacional’ (O´Brien).”[101]
Las objeciones que podemos hacer a este razonamiento son: en primer lugar que, como señala Laclau, los mercados de los productos agrícolas o extractivos de los países periféricos estaban en el exterior, y su venta y producción dependían mayormente de la demanda externa. En segundo lugar, Platt limita su primer artículo hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y el segundo al el siglo XIX, mientras que las teorías de la dependencia de Dos Santos y de Cardoso y Faletto buscan explicar fenómenos de la segunda mitad del siglo XX. Las referencias que hacen Cardoso y Faletto a la historia del siglo XIX fueron hechas para exponer la forma en que se fue configurando una situación de dependencia y no que realmente hubiera una situación de dependencia en dicho siglo, cuando todavía Europa, y en especial Gran Bretaña, practicaban el liberalismo en sus relaciones económicas internacionales. La frase es: se perfila[102] una relación de dependencia, o sea que comienza a construirse una situación de dependencia, aunque no fuera evidente para los actores en ese momento. Platt, al circunscribir de esta forma los períodos de su estudio elude elegantemente el problema. Nada nos dice entonces de la situación provocada en las naciones periféricas por las guerras mundiales ni por la crisis del año treinta y de las políticas proteccionistas aplicadas a partir de entonces por los países centrales.
Mario Justo López (h), en su libro dedicado a estudiar los ferrocarriles en la argentina durante la década de 1887 a 1896,[103] dedica un capítulo para hacer un repaso de las teorías del imperialismo y la dependencia. Considera que las transformaciones experimentadas por la Argentina durante la década estudiada son consideradas como confirmatorias de dichas teorías. Que durante dichos años que “se consolidó la supremacía del capital extranjero, fundamentalmente británico, en la actividad ferroviaria en la Argentina. Esa supremacía habría sido uno de los instrumentos más eficaces para mantener la subordinación de la economía y de la política argentinas a los intereses del poder imperial.”[104] Comienza analizando los escritos de Raúl Scalabrini Ortiz, continúa con la obra de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, analiza las teorías de Hobson y Lenin, el imperio informal en el trabajo de Gallagher y Robinson, y la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto que ya hemos visto. Pasa a discutir a continuación la relación que existe entre las teorías como la de la dependencia y los hechos históricos que intentan explicar. El estudio de la historia reciente satisface la preocupación del investigador para encontrar las razones de las transformaciones de los sistemas políticos o económicos de su época: “Hobson pretendía dar una explicación al extremado vigor que habían tomado las inversiones en el extranjero. [...] Lenin estaba preocupado por la forma en que los acontecimientos recientes, en especial el estallido de la gran guerra, habían alterado la supuesta solidaridad de la clase trabajadora, [...] Cardoso y Faletto llegaron a la descripción de hechos históricos por la alarma que les causaba la evidente ‘incapacidad’ de los países de América Latina para entrar en una etapa de desarrollo económico.”[105] López cuestiona luego el método inductivo empleado para estos razonamientos donde, teniendo en cuenta similitudes y repeticiones de ciertos hechos históricos se llega a formular proposiciones generales. Siguiendo el razonamiento de Ezequiel Gallo, sostiene que sobre la base de las teorías de la dependencia y del imperialismo, “se edificó un diagnóstico histórico en flagrante contradicción con los hechos y con las opiniones dominantes en la época criticada. [...] Los mediocres resultados alcanzados en este último medio siglo fueron, pues, simétricos a la calidad del diagnóstico efectuado por los analistas históricos y sociales. [...] La politización de la historia es la negación de la posibilidad de un conocimiento serio de ella.”[106]
Cuestiona
luego la tesis que sostiene que en el período por él estudiado, se habría
consolidado el poder imperial de Gran Bretaña sobre la República Argentina.
Esta tesis, como ya vimos, se sustenta en ciertos hechos: el otorgamiento de la
concesión muchas líneas ferroviarias, algunas de ellas con garantía, la venta
de las líneas de propiedad estatal, la rescisión de las garantías reemplazándolas
por subsidios, la aceptación de aumentos de tarifas, la división del país en
zonas por las compañías ferroviarias, “todo ello serviría para demostrar
la exactitud de las teorías.”[107] Sin embargo, considera
que lo que estas teorías resaltan es mucho menos que lo que ocultan,[108] porque en dicho período
se produjeron conflictos entre diferentes grupos de empresarios, entre
promotores y empresarios de ferrocarriles, entre los agentes financieros y los
ahorristas. Además, refiriéndose a los pequeños inversionistas en las compañías
ferroviarias, concluye en que “Parece difícil que esas personas
coincidieran con la afirmación contenida en la teoría de la dependencia, en el
sentido de que la actividad de las clases dirigentes en las economías centrales
se ha caracterizado siempre por su ‘eficiencia y consenso’”.[109]
Hasta aquí hemos analizado las principales teorías acerca del colonialismo y la dependencia que se desarrollaron durante el siglo XX, tanto en autores europeos como latinoamericanos. Encontramos algunas incongruencias en este debate de ideas, especialmente en los casos en que los autores se refieren a períodos distintos de tiempo. Por ejemplo las objeciones de Platt y de Mario Justo López (h) a dichas teorías se basan en estudios de la historia del siglo XIX, mientras que los autores de la teoría de la dependencia se refieren a los acontecimientos del siglo XX, y en especial luego de 1950, cuando se agota el crecimiento basado en la sustitución de importaciones.
Sin embargo, en el caso de la Argentina, el Pacto de Ottawa, que fue una acción de política económica de Gran Bretaña, puso en evidencia la posición de dependencia del país ante las decisiones tomadas por un grupo de países, el Commowealth, donde se aplicaron preferencias y restricciones al comercio internacional, dejando de lado la política liberal del Reino Unido hasta ese momento. Ante estas decisiones poco podía hacer la Argentina. Otro de los puntos importantes a tener en cuenta en estudios más extensos es lo sugerido por Laclau, cuando afirma que los países con excedente de capital pueden, al aplicar políticas anticíclicas, transferir sus crisis a los países periféricos o dependientes que no cuentan con dichos instrumentos.
Creo que para el análisis de los fenómenos económicos y sociales de los países periféricos, las teorías del imperialismo y de la dependencia, despojadas de las connotaciones políticas que le dieron sus autores, me refiero al marxismo de Lenin o al nacionalismo de los hermanos Irazusta o el liberalismo de Platt, no forman solamente parte de un análisis académico, son categorías que todavía tienen vigencia para explicar las crisis socioeconómicas de los países periféricos.
Pablo A. Chami
Mayo de 2004
[1] Mario Justo López (h), Ferrocarriles deuda y crisis. Historia de los ferrocarriles en la Argentina, 1887/1986, p. 620, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 2000.
[2] Richard Koebner, “The concept of economic imperialism”, The Economic History Review, Second Series, Vol. II, Nº 1, p. 2, Londres, 1949
[3] John Atkinson Hobson, Estudio del imperialismo, Alianza Editorial, Madrid, 1981.
[4] Ibidem. p. 28.
[5] Ibidem. p. 28-29.
[6] Ibidem. p. 32.
[7] Ibidem. p. 65.
[8] Ibidem. p. 67.
[9] Ibidem. p. 73.
[10] Ibidem. p. 76.
[11] Ibidem. p. 77.
[12] Mario Justo López (h), Ferrocarriles..., p. 620.
[13] V. I. Lenin, “El imperialismo, Fase superior del capitalismo, (Esbozo popular)”, en Obras Escogidas, Editorial El Progreso, Moscú, 1980.
[14] Ibidem, p. 169.
[15] Ibidem, p. 171.
[16] Ibidem, p. 172.
[17] Ibidem, p. 175.
[18] Ibidem, p. 176.
[19] Ibidem, p. 177.
[20] Ibidem, p. 215.
[21] Ibidem, p. 216.
[22] Ibidem, p. 218.
[23] Idem, Ibidem.
[24] Ibidem, p. 229.
[25] Ibidem, p. 229.
[26] Ibidem, p. 235.
[27] Idem, Ibidem.
[28] Ibidem, p. 238.
[29] Ibidem, p. 248.
[30] Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina y el Imperialismo Británico. Los eslabones de una cadena, 1806-1933, Ediciones Argentinas Cóndor, Editorial Tor, Buenos Aires, 1934.
[31] Ibidem, p. 97.
[32] Diana Quattrocchi-Woisson, Los Males de la memoria, Historia y política en la Argentina, p. 106, Emecé Editores, Buenos Aires, 1995.
[33] Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina..., p. 92.
[34] Idem, Ibidem.
[35] Ibidem, p. 96.
[36]
Diana Quattrocchi-Woisson, Los Males...,
p. 191.
[37] Raúl Scalabrini Ortiz, Política Británica en el Río de la Plata, Fernández Blanco Editor, Buenos Aires, 1957.
[38] Ibidem, p. 223.
[39] Ibidem, p. 226.
[40] Ibidem, p. 227.
[41]
Ibidem, p. 227-230.
[42]
Richard Koebner, “The concept…
[43]
Ibidem. p. 1
[44] Ibidem. p. 2
[45] Ibidem. p. 2-3.
[46] Ibidem. p. 4.
[47] Ibidem. p. 5.
[48] Ibidem. p. 5.
[49] Ibidem. p. 6, menciona a J: A: Schumpeter, y a W: K: Hancock, a L: M: Hacker.
[50] Ibidem. p. 7.
[51] Ibidem. p. 12
[52] Ibidem. p. 17.
[53] Ibidem. p. 22.
[54] Ibidem. p. 29.
[55]
John Gallagher y Ronald Robinson, “The Imperialism of Free Trade”, en The
Economic History Review, Second
Series, Vol. VI, Nº
1, Londres, 1953.
[56]
Ibidem, p. 1.
[57] Ibidem, p. 2.
[58] Ibidem, p. 2-3.
[59] Ibidem, p. 3.
[60] Ibidem, p. 4.
[61] Theotonio dos Santos, Dependencia y cambio social, p. 7, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973.
[62] Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina: ensayo de interpretación sociológica, p. 1, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2003.
[63] Ibidem, p. 3-6.
[64] Ibidem, p. 7.
[65] Ibidem, p. 23.
[66] Theotonio dos Santos, Dependencia y cambio..., p. 42.
[67] Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo..., p. 29.
[68] Ibidem, p. 30.
[69] Ibidem, p. 31.
[70] Ibidem, p. 32.
[71] Ibidem, p. 35.
[72] Ibidem, p. 36.
[73] Ibidem, p. 43. (La negrita es mía)
[74] Idem, Ibidem.
[75] Ibidem, p. 135.
[76] Ibidem, p. 136.
[77] Ibidem, p. 144
[78] Ibidem, p. 145.
[79] Ibidem, p. 146.
[80] Ibidem, p. 149.
[81] Ernesto Laclau (h), “Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación histórica a los casos argentino y chileno”, en El régimen oligárquico, Materiales para el estudio de la realidad argentina (hasta 1930), Marcos Jiménez Zapiola compilador, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1975.
[82] Ibidem, p. 36.
[83] Ibidem, p. 33.
[84] Ibidem, p. 36.
[85] Ibidem, p. 37.
[86] Ibidem, p. 42.
[87] D. C. M. Platt, “El imperialismo económico y el hombre de negocios: Inglaterra y América Latina antes de 1914”, en Estudios sobre la teoría del imperialismo, Royer Owen y Bob Sutcliffe, compiladotes, Ediciones era, México, 1972.
[88] Ibidem, p. 306.
[89] Ibidem, p. 307.
[90] Ibidem, p. 308.
[91] Idem, Ibidem.
[92] Ibidem, p. 309.
[93] Ibidem, p. 319.
[94] Ibidem, p. 321
[95] D. C. M. Platt, “Objeciones de un historiador a la teoría de la dependencia en América Latina en el siglo XIX” en Desarrollo Económico, Vol. 19, Nº 76, Buenos Aires, enero-marzo de 1980.
[96] Ibidem, p. 435-436.
[97] Ibidem, p. 436.
[98] Ibidem, p. 437.
[99] Ibidem, p. 437-442.
[100] Ibidem, p. 443.
[101] Ibidem, p. 451.
[102] Ibidem, p. Ver página 14 de este trabajo.
[103] Mario Justo López (h), Ferrocarriles deuda y crisis. Historia de los ferrocarriles en la Argentina, 1887/1986, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 2000.
[104] Ibidem, p. 595.
[105] Ibidem, p. 620.
[106] Ibidem, p. 622-623.
[107] Ibidem, p. 626.
[108] Idem, Ibidem.
[109] Ibidem, p. 640.