Visitar Mis Blogs

Ortega y Gasset y la Argentina

 

 

Podemos decir que José Ortega y Gasset es el pensador español que más influencia tuvo sobre la Argentina, y también sobre toda América Latina durante el siglo XX.[1] Realizó tres visitas a la Argentina y escribió muy agudas observaciones acerca de la idiosincrasia de este pueblo. Éstas, provocaron fuertes críticas en los medios intelectuales del país, que se manifestaron en diferentes artículos escritos por pensadores de renombre. Las más violentas fueron las respuestas a su ensayo Intimidades, del año 1929. Finalmente, durante su última visita, chocó contra la indiferencia de los medios académicos y del público.[2] Intentaremos en este trabajo ver la esencia de las diversas opiniones que tuvo Ortega acerca de la Argentina y las respuestas que los argentinos tuvieron hacia ellas, ubicándolas en el contexto histórico e intelectual del siglo XX. Por último veremos las opiniones de algunos intelectuales que escribieron acerca de este tema luego de la muerte de Ortega y si sus observaciones tienen vigencia hoy, a comienzos del siglo XXI.

 

Biografía

Comenzaremos con una breve biografía de Ortega y Gasset. Nació en Madrid el 9 de mayo de 1883. Su familia pertenecía a la burguesía liberal e ilustrada de finales del siglo XIX. La familia de su madre era propietaria del periódico madrileño El Imparcial, y su padre, don José Ortega y Munilla, fue periodista y director de ese diario. En 1891, José Ortega y Gasset fue enviado a estudiar al colegio de los jesuitas de San Estanislao de Miraflores, en Málaga. Terminado su bachillerato, estudió filosofía en Madrid donde se doctoró con una tesis titulada: Los terrores del año mil, Crítica de una leyenda. En 1905 marchó a Alemania para proseguir sus estudios en Leipzig, Berlín y finalmente Marburgo, donde conoció a los neokantianos H. Cohen y P. Natrop a los que consideró durante toda su vida sus maestros.

De regreso a España en 1910, ganó en concurso la cátedra de Metafísica de la Universidad Central de Madrid y comenzó su carrera como profesor universitario. En ese año se casó con Rosa Spottorno.

Un acontecimiento que marcó a los intelectuales españoles de la generación de Ortega fue que España en 1898, luego de su derrota en la guerra con los Estados Unidos, había firmado la Paz de París, donde perdió los restos de su imperio colonial: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Estos hechos fueron los que llevaron a la joven Generación de 98, Miguel de Unanamuno, Pío Baroja, Antonio Machado y el mismo Ortega, a pensar en la decadencia de España y a meditar en la forma de sacar a su patria de ese estado, creando para lograr esos fines la “Liga de Educación Política Española”. Estas ideas fueron vertidas por Ortega en su conferencia titulada “Vieja y nueva política” en el Teatro de la Comedia de Madrid el 23 de marzo de 1914.[3] También en ese año publicó su primer libro: Meditaciones del Quijote.[4]

En el año 1916 editó el primer número de El Espectador, publicación donde Ortega divulgaba sus principales ensayos. Ese mismo año viajó por primera vez a la Argentina, arribando a Buenos Aires en compañía de su padre. Ortega tenía 33 años. Había sido invitado por la Institución Cultural Española para dictar un ciclo de conferencias en la facultad de Filosofía y Letras.[5] Pronunció conferencias en Tucumán, Rosario, Mendoza y Córdoba y también en Montevideo. Ese año, en la Argentina había ganado las elecciones Hipólito Yrigoyen, al frente de la Unión Cívica Radical, de la mano del voto de las masas populares que derrotaron a los tradicionales partidos conservadores. Ortega debió sentirse impresionado por el contraste de una Argentina democrática, en paz, festejando un triunfo popular, inmensamente rica, comparada con una Europa que estaba en guerra y donde gobiernos autoritarios llegaban al poder. Regresó a España en enero de 1917.

En 1922 escribió España Invertebrada, allí ya distingue entre minorías selectas y el fenómeno de las masas que Ortega ve surgir en Europa. En 1923 fundó la Revista de Occidente, el mismo año en que comenzó la dictadura del general Primo de Rivera. Un año antes había llegado al poder en Italia Benito Mussolini.

En agosto de 1928, cuando Ortega arribó por segunda vez a la Argentina, había ganado nuevamente las elecciones Hipólito Yrigoyen, sucediendo a Marcelo T. de Alvear, continuando con el gobierno popular de la Unión Cívica Radical. Al llegar, “Ortega tiene plena conciencia de las expectativas que generaba este viaje. No era ya un joven profesor de obra y fama incipiente, sucesor de la cátedra de Nicolás Salmerón, sino una celebridad.[6] En dos conferencias dadas en la Asociación Amigos del Arte, en Buenos Aires, anticipa, según sus propias palabras, los temas que luego incluirá en su libro más famoso: La rebelión de las masas.[7] A fines de 1928 cruzó La Pampa en tren rumbo a Chile donde dictó una serie de conferencias. Este viaje por La Pampa estimulará en él las reflexiones que luego darán lugar al célebre ensayo, Intimidades, que provocará diversas reacciones entre los Argentinos y será tema central de nuestro análisis, más adelante.

Dejó la Argentina rumbo a España, concluyendo su segunda visita, en enero de 1929. Ya en la Península, su enfrentamiento doctrinario con la dictadura lo llevó a dimitir a su cátedra, en mismo ese año, y a continuar sus clases en un teatro, ante un gran público, hecho que ya había experimentado en Buenos Aires. En 1930 cayó la dictadura de Primo de Rivera y Ortega recuperó su cátedra universitaria. En España comenzaron a sonar aires de libertad. Entonces Ortega se lanzó a la política e intervino activamente en la formación de la Segunda República Española. Fundó, con Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República y fue electo diputado a las Cortes Constituyentes por la provincia de León. Pero pronto se desilusionó de su actividad como diputado y abandonó la política, regresando a la cátedra y a la escritura. En 1934 escribió En torno a Galileo y en 1935, Historia como sistema.

Mientras tanto, en Buenos Aires, el gobierno democrático de Yrigoyen había sido derrotado por un golpe militar, inaugurando “la década infame”. Una década de gobiernos autoritarios surgidos del fraude electoral a favor de gobiernos conservadores. Victoria Ocampo fundó la revista Sur, inspirada por la amistad de Ortega. Soledad Ortega, hija de Ortega y Gasset, cuenta que el nombre Sur le fue sugerido a Victoria Ocampo en una conversación telefónica con su padre.[8] En España, en julio de 1936, el general Francisco Franco comenzó la Guerra Civil en contra de la República. Ortega se exilió, viajando por París y Holanda. Padeció entonces una grave enfermedad y debió ser sometido a una delicada operación quirúrgica. A mediados de 1939, luego del triunfo de Franco, Ortega regresó por tercera vez a la Argentina. En Buenos Aires habían encontrado refugio numerosos exiliados españoles luego de la derrota de la República. Por otro lado, comenzaba la segunda Guerra mundial y los intelectuales tomaban posiciones, ya sea a favor de los aliados o de neutralidad, esta última posición equivalía a apoyar a los diversos regímenes fascistas. Durante esta, su tercera visita Ortega “padeció un magro reconocimiento público, malos humores, contratiempos, mezquindades y la experiencia de grandes decepciones.”[9] Pronunció algunas conferencias en el ámbito de la Cultural Española y en Amigos del Arte pero no se le otorgó una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras a la cual aspiraba y pasó penurias económicas.[10] Frente a estas circunstancias, decidió regresar a Europa en 1942. Estableció su residencia en Portugal. Finalizada la guerra, Ortega regresó a España pero, dadas las circunstancias de la dictadura de Franco, su actividad pública se redujo al mínimo. Dictó un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid y comenzó a publicar sus obras completas. Fundó, junto a Julián Marías, el Instituto de Humanidades, y dio conferencias fuera de las aulas universitarias. Viajó por primera vez a los Estados Unidos en 1949, invitado por el instituto de Aspen, Colorado, para dar unas conferencias en la celebración del centenario de Goethe. Dictó conferencias en Alemania Inglaterra, Suiza y los Estados Unidos, regresando a España en 1955 donde le sorprendió la muerte el 18 de Octubre de ese año.

 

Primera visita

Analizaremos ahora con detalle sus visitas a la Argentina. Ortega y Gasset llegó a la Argentina por primera vez el 22 de julio de 1916 para dar una serie de conferencias promovidas por la Institución Cultural Española. Había sido fundada esta institución en el año 1912 a instancias de Avelino Gutiérrez, médico español radicado en Argentina. Tenía una conexión con la Junta de Ampliación de Estudios de Madrid, órgano del Estado español, presidida en ese momento por Menéndez Pidal.[11] Los objetivos de la Cultural, de acuerdo con una circular que envió Avelino Gutiérrez a la prensa española en 1915, eran los de promover el intercambio de profesores de mérito “(...) que ahí se dedican a trabajos de investigación científica, cualquiera sea la ciencia que cultiven, el credo que profesen, y la religión de donde procedan; nos bastará con que se expresen en castellano y se mantengan en el campo neutral de la ciencia”.[12] En el contexto de ese intercambio fue que Ortega llegó a la Argentina. Ya había publicado algunos artículos periodísticos en Buenos Aires, pues había sido presentado como colaborador del diario La Prensa en julio de 1911, por Ramiro de Maetzu en la nota: “José Ortega y Gasset, nuevo colaborador de La Prensa”.[13] En este periódico publicó sus artículos: “Sobre la lengua francesa” el 15 de agosto de 1911[14] y “La Gioconda”[15] el 15 de octubre de 1911. Sin embargo, en su primera visita, Ortega era poco conocido en la Argentina.

Europa se encontraba en plena Guerra Mundial y España estaba en decadencia, especialmente en todo lo que fuera ciencias, y daba una imagen de leyenda negra que los jóvenes intelectuales españoles de la época trataron de remediar.[16] Además, llegaba a una Argentina desarrollista y pujante donde no se tenía una “noción vanguardista de la colectividad española, considerada ignorante, y poco civilizada.[17]

El 7 de agosto, Ortega comenzó un ciclo de nueve conferencias en la Facultad de Filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires. Su título era “El sentido de la filosofía” y versaba en torno a la razón crítica de Kant. A la apertura acudieron ministros y académicos, españoles y argentinos, convirtiéndose en un evento social. Los periódicos de Buenos Aires difundieron trozos de las conferencias y sucedió que en la segunda clase, fue tal el número de concurrentes, que el aula no pudo alojar a todos y hasta se produjeron forcejeos que rompieron cristales y “hubo que llamar al orden público.”[18] También en la Universidad de Buenos Aires, dio otro curso limitado a estudiantes y profesores inscriptos que tuvo un elevado nivel académico. Luego de los ciclos de conferencias Ortega y su padre recorrieron el interior del país visitando Tucumán, Córdoba, Mendoza y Rosario. “En este recorrido los Ortega se encontraron con una colectividad española y un público argentino tan receptivo como el porteño. Maestros de escuela, profesionales, cónsules, alumnos, señores y señoritas llenan los teatros, salones y bibliotecas para oír a los Ortega hablar de la juventud, del patriotismo, sobre la cultura de la filosofía y del derecho a la felicidad.”[19]

De regreso a Buenos Aires, pronunció conferencias en el teatro Odeón y en el Ópera. Finalizó su actividad el 15 de noviembre en el teatro Odeón con una conferencia a pedido de la revista Nosotros con el título de “La nueva sensibilidad”. Esta conferencia fue a beneficio de la revista. En una carta inédita en los archivos de la Fundación José Ortega y Gasset de Madrid, el directorio de la sociedad Nosotros agradece la participación de Ortega en la conferencia agregando que gracias al éxito económico de esa conferencia la revista podría seguir existiendo. “Firman esa carta personalidades tan conocidas como Julio Noé, Manuel Gálvez, Coreolano Alberini, Rafael Obligado, Ravignani, Delepiane, y otro[s] más.”[20] Ortega comienza haciendo notar que ya percibió ciertas críticas cuando dice: “(…) estos hombres que colaboran en la revista “Nosotros”, con los cuales, dejando a un lado múltiples divergencias, me une un común afán de combatir por el triunfo del espíritu.”[21] En dicha conferencia se permite hacer un primer juicio público acerca de los argentinos:

Y estoy ante vosotros, gentes que habitan en la blanda ribera del Plata sobre una ancha tierra grasa. Pueblo de vida germinal, como Leibniz diría, un pueblo en status nascens, absorbido por la organización económica, lleno de optimismo aspirante, poco preocupado, demasiado poco preocupado de ciencia ¾ya veis mi sinceridad¾, pero fuerte, sano y niño como aquel retoño de cíclopes que cuando era infante, según canta el poeta, sentado sobre las colinas jugaba con las águilas.[22]

Las consecuencias de este viaje de Ortega a la Argentina fueron importantes. La filosofía salió de los claustros universitarios y llegó al público culto de Buenos Aires y también al de las ciudades del interior, por medio de sus presentaciones en teatros y por la difusión que tuvieron sus conferencias en los diarios y revistas. En la Universidad, gracias a los cursos dictados por Ortega, se conoció el pensamiento de Husserl, Brentano, Freud, Scheler, entre otros, dando impulso a la corriente renovadora en la Facultad de Filosofía, que encabezaban Alberini, Korn y Francisco Romero.[23] Ya en esta primera visita de Ortega, se insinuaron algunas críticas de argentinos afectados por diversos motivos por sus palabras, a las cuales aludió en su conferencia del 15 de noviembre en el teatro Odeón. Alberto Palcos, en agosto de 1916, desde la revista Nosotros, había iniciado la crítica a la obra de Ortega y Gasset, diciendo:

Conocemos, además, las producciones de Ortega y Gasset. Su labor periodística, como sus libros “Meditaciones del Quijote” y “Personas, obras, y cosas…”, revelan al pensador doblado por un temperamento de artista. Ortega y Gasset, en efecto, es un agudo crítico de arte y un literato lleno de primores. En esas obras, sin embargo, en vano se busca al filósofo;[24]

También Enrique Dickmann, diputado socialista, en un discurso pronunciado el 10 de agosto en una comida para agasajar a los huéspedes españoles: Ortega y Munilla, Eduardo Marquina, y José Ortega y Gasset, ofrecida por la redacción de la revista Nosotros, vierte algunas críticas veladas a las ideas de Ortega:

Alguien ha querido justificar al pueblo argentino porque cría ganados y cultiva granos, como si ello fuera una ocupación subalterna y casi indigna. Yo reivindico con orgullo esta nuestra útil y fecunda ocupación nacional. ¡Somos criadores inteligentes de ganados y sembradores fecundos de cereales! Porque consideramos que la riqueza y el bienestar material es la base y el fundamento de todo progreso mental y ético.(…) Deseamos aprender de los pensadores del viejo mundo, pero, tal vez, podemos también enseñarles algo.[25]

Por último, en la revista Caras y Caretas de diciembre de 1916, aparece un comentario en la sección de “Notas sociales”, firmado por “La dama duende”, donde critica a Ortega y Gasset por su opinión “de fina ironía[26] acerca de las mujeres. “La dama duende” nos dice:

Don José Ortega y Gasset, se aleja de nosotras, sin el menor remordimiento, por la sutil ironía de su despedida: halló tan adecuada para nosotras la cita del conocido epitafio que mereciera, según Mom[m]sen, una joven romana, (…) y que dice así: “No salió de su casa, e hiló…” que adaptándolo, amablemente al ambiente porteño, nos lo ofrece como: “fue secretaria de una junta de beneficencia y veraneó en Mar del Plata…”

Las tareas de la cátedra no dejaron tiempo al ilustre profesor para averiguar si por ventura teníamos ideales…[27]

A pesar de estas críticas aisladas, la opinión generalizada del mundo intelectual argentino consideró la visita de Ortega y Gasset como un éxito extraordinario. Tzvi Medin nos dice que “todos salieron ganando con el enorme éxito de la visita.”[28] También Ortega y Gasset escribió, ya en España en 1917, en el segundo número de El Espectador:

El Espectador es y tal vez será mejor entendido ―mejor sentido― en la Argentina que en España. Podrá herir nuestra nacional presunción, pero es el caso que ese pueblo, hijo de España, parece hoy más perspicaz, más curioso, más capaz de emoción que el metropolitano.[29]

Comenzó entonces una relación entre la Argentina y Ortega que seguiría a lo largo de toda su vida. La Argentina influyó en Ortega y éste influyó en los argentinos. Tal fue el caso de Victoria Ocampo, que lo conoció durante esta primera visita y que conservaría siempre una amistad entrañable con Ortega. También, a partir del año 1924, Ortega comenzó a colaborar con el diario La Nación de Buenos Aires. Esta asidua colaboración se traduciría en una gran cantidad de artículos escritos por Ortega y publicados en ese periódico durante la década del veinte. Bajo su influencia, se creó en Buenos Aires la “Sociedad de Amigos del Arte”, obra de Elena Sansinena de Elizalde, por donde desfilarían figuras de la envergadura de Keyserling, Waldo Frank, Drieu La Rochelle, García Lorca, Gómez de la Serna y, desde luego, Ortega.”[30] Tzvi Medin describe al período que trascurre entre la primera y la segunda visita de Ortega a la argentina como: “una apabullante influencia en todo el continente, y en algunos lugares, una verdadera orgía intelectual orteguiana.[31] Ortega fundó en 1923 la Revista de Occidente. Durante su primera época la revista tuvo un tiraje de 3000 ejemplares y Espasa-Calpe distribuía la mayor parte de esa edición en América Latina, principalmente en la Argentina.[32] En 1922 Ortega publicó su libro: España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. Esta obra fue reseñada por Carlos Américo Amaya en la revista argentina, Valoraciones. La reseña da motivo a Ortega a publicar una nota en el periódico La Nación de Buenos Aires el 6 de abril de 1924,[33] donde tiene palabras de elogio hacia los argentinos. Leamos a Ortega:

Tengo una nueva deuda de gratitud con la juventud argentina que voy a pagar ahora mismo. Recibo dos revistas nuevas, una de Buenos Aires, otra de La Plata. Una se llama “Valoraciones” y otra “Inicial”. Ambas están llenas de cosas que son sólo una: anhelo, afán, trepidación de aparato con alas que, aún en tierra, quiere partir no se sabe hacia qué estrella. En Valoraciones veo una nota sobre mi libro “España Invertebrada”. En esta nota de Carlos Américo Amaya no hay enormes palabras de elogio hacia el autor, pero hay algo mejor que eso, más sabroso, más halagüeño: comprensión.[34]

Luego, refiriéndose a su libro, España Invertebrada, agrega: “en España no se ha escrito más de dos o tres artículos sobre él y éstos vanos u oblicuos.”[35]

En diciembre de ese mismo año, 1924, Ortega escribió para el diario La Nación de Buenos Aires, el artículo: “Carta a un joven argentino que estudia Filosofía”. Publicada luego en el tomo IV de El Espectador.[36] Transcribiré algunos párrafos que ilustran el pensamiento de Ortega acerca de la juventud argentina en el período que transcurre entre su primer y segundo viaje:

No he hecho nunca misterio de sugerirme mayores esperanzas la juventud argentina que la española.

La impresión que una generación nueva produce sólo es por completo favorable cuando suscita estas dos cosas: esperanza y confianza. La juventud argentina que conozco me inspira ―¿por qué no decirlo?― más esperanza que confianza.” (…) “La nueva generación goza de una espléndida dosis de fuerza vital, condición primera de toda empresa histórica; por eso espero en ella. Pero a la vez sospecho que carece por completo de disciplina interna, sin la cual la fuerza se desagrega y volatiliza: por eso desconfío de ella; no basta curiosidad para ir hacia las cosas; hace falta rigor mental para hacerse dueño de ellas.[37]

El elogio de Ortega es también consejo y crítica.

En 1923 publica Ortega publica su libro La deshumanización del arte e ideas sobre la novela* y en 1924, El tema de nuestro tiempo.* Es en este último donde formula su teoría del perspectivismo y de la razón vital, que son los temas centrales de su filosofía. “Su impacto en Hispanoamérica fue amplio, profundo y prolongado.”[38] Este libro trajo aparejada una polémica filosófica protagonizada por Alberto Palcos, Alberto Rouges, Miguel A. Virasoro y otros filósofos, que critican a Ortega en cuanto a sus ideas filosóficas, [39] y cuyo análisis excede el tema de este trabajo.

 

 

Segunda visita

Ortega llegó a Buenos Aires para su segunda visita en agosto de 1928 y permaneció hasta enero del siguiente año.[40] En su primera visita no se sabía bien quién era el joven Ortega y Gasset. “Para agosto de 1928 su visita se veía precedida por elogios superlativos tanto en los círculos filosóficos profesionales como en la periferia cultural en general.”[41] Era el autor de España invertebrada, El tema de nuestro tiempo y La deshumanización del arte. Había escrito artículos regularmente en La Nación y había mantenido asidua correspondencia con sus amistades particulares en Argentina. Ortega pronunció dos ciclos de conferencias: en la Facultad de Filosofía y Letras cuatro conferencias sobre “Qué es la ciencia, qué es la filosofía” y en Amigos del Arte da cinco conferencias alrededor del tema de nuestra vida.[42] En las conferencias de Amigos del Arte anticipa algunos ensayos que formarán parte de su libro más difundido: La rebelión de las masas. Ortega lo hace notar con las siguientes palabras:

En mi libro España invertebrada, publicado en 1922, en un artículo de El Sol, titulado ‘Masas’ (1927), y en dos conferencias dadas en la Asociación de Amigos del Arte, en Buenos Aires (1928), me he ocupado del tema que el presente ensayo desarrolla.[43]

El éxito de esta segunda visita de Ortega a la Argentina fue mayor que en la primera. En especial ante el gran público. Según Tzvi Medin, “A su conferencia inaugural en Los Amigos del Arte concurrieron toda clase de personalidades diplomáticas, intelectuales, periodísticas y sociales, y en primer lugar el Presidente de la República, doctor Marcelo T. De Alvear.”[44] En los ámbitos académicos se le brindaron todos los honores. Pero los filósofos argentinos habían logrado mayor desarrollo y por ello una mayor capacidad de Crítica. Por ejemplo Francisco Romero se permitió hacer una crítica a las ideas de Ortega en cuanto a la metafísica y la razón vital.[45] También la visita de Ortega tuvo amplia difusión en los periódicos. El diario La Nación publicó notas referentes a casi todas las conferencias y reproduciendo partes importantes de las mismas.[46]

A mediados de noviembre Ortega partió para Chile en tren. Durante el viaje recorrió durante largas horas el paisaje infinito de las pampas. La visión de este paisaje lo inspiraron para escribir el artículo La Pampa…promesas, que ya mencionamos y que tanta polémica traería. Así lo relata Victoria Ocampo: “Al irse de la Argentina, en 1928, me contaba, desde Mendoza, que había escrito de un tirón un artículo para “La Nación” que se titulaba “La Pampa…promesas”, y sobre Buenos Aires agregaba: “…ciudad absurda que cada día adora más.”[47]

Regresó a Buenos Aires desde Chile y retornó a España en enero de 1929. Allí publicó sus artículos polémicos acerca de la Argentina. Por algún motivo no fueron publicados en La Nación, como le había adelantado a Victoria Ocampo. También, en una carta dirigida a León Dujovne, fechada el 12 de noviembre de 1929, le anunció la aparición de su “ensayo sobre la Argentina” y reconoce que su jugada “es arriesgada”. Veamos parte del texto de esa carta:

A nadie he revelado aún lo que significa como acto estratégico o jugada de ajedrez espiritual mi ensayo sobre la Argentina. Tengo mucha curiosidad por ver quién es el primero que aprobándolo o no cae en ese secreto. ¿Quién será el Sherlock Holmes? La jugada, no tiene dudas, es arriesgada y por tanto de resultados problemáticos. Pero ahí está precisamente el secreto.[48]

Veremos ahora los principales conceptos vertidos por Ortega en esos dos artículos. Comienza el primero de ellos, La Pampa… promesas, diciendo que en su obra hay bastantes estudios de paisaje. Y agrega más adelante: “No me he contentado con descubrirlo, sino que me he propuesto hacer un análisis de su estructura.”[49] Más adelante continúa:

La vida, cuando sigue alerta, no embota, sino que refina y sutiliza. Por eso nos hace pasar indemnes ante tantos paisajes (…)

Pero Buenos Aires, por bien o por mal, pone en carne viva, desuella nuestra persona, hiperestesia, y ahora, en el tren, camino de Mendoza, solo conmigo mismo, he sentido en mi, incontrastable, la invasión de la Pampa, mi nuevo paisaje tras largos años de insensibilidad.[50]

Y entonces comienza Ortega a exponer sus ideas sobre el paisaje:

Todo paisaje tiene primero y último término. Del discanto entre ambos resulta su música. Pero lo normal es que su primer término lo sea en verdad, quiero decir que nuestra mirada se fije primero en lo que nos es más próximo. En una región de pequeños valles, como Asturias, atendemos primero a los objetos inmediatos ―la casa, el hórreo, la vaca― que adquieren una calidad monumental. Sólo después, sin insistencia, nuestra mirada persigue el confuso fondo, el seno del valle, el flanco de la colina, la vaga cima del cerro. De este modo, el último término representa su propio papel de personaje secundario, de marco.[51]

Sigue luego entrando de lleno a describir su impresión sobre el paisaje de La Pampa: “Mas la Pampa vive de su confín. En ella lo próximo es pura área geométrica, es simplemente tierra, mies, algo abstracto, sin fisonomía singular, igual acá que allá.”[52]

Y algunas líneas más adelante:

De este modo la vista, sin llegar a fijarse en nada, es despedida hacia los confines del curvo horizonte. En estos confines, allá lejos, están los boscajes ―y allí la tierra se envaguece, abre sus poros, pierde peso, se vaporiza, se nubifica, se aproxima al cielo y recibe por contaminación las capacidades de plasticidad y alusión que hay en la nube.[53]

Bellos ejemplos de la pluma de Ortega son estas descripciones del paisaje pampeano. Sigue luego su discurso:

Estos boscajes de la lejanía pueden ser todo: ciudades, castillos de placer, sotos, islas a la deriva ―son materia blanca seducida por toda posible forma, son metáfora universal. Son la constante y omnímoda promesa. El hombre está en su primer término ―pero vive con los ojos puestos en el horizonte. (…) La pampa se mira comenzando por su fin, por su órgano de promesas, (…)[54]

Y pocas líneas más abajo Ortega llega a su primera conclusión: “Acaso lo esencial de la vida argentina es eso ―ser promesa.”[55]

Luego aclara:

Todo vive aquí de lejanías ―y desde lejanías. Casi nadie está donde está, sino por delante de sí mismo y desde allí gobierna y ejecuta su vida de aquí, la real, presente y efectiva. La forma de existencia del argentino es lo que yo llamaría el futurismo concreto de cada cual. No es el futurismo concreto de un ideal común, de una utopía colectiva, sino que cada cual vive desde sus ilusiones como si ellas fuesen ya la realidad.[56]

Algunos párrafos más adelante continúa:

Pero esas promesas de la Pampa tan generosas, tan espontáneas, muchas veces no se cumplen. Entonces quedan hombre y paisaje atónitos, reducidos al vacío geométrico de su primer término ―y no saben cómo vivir tras aquella amputación de las lontananzas, de las promesas en que había puesto los labios y le hacían respirar. Las derrotas en América deben ser más atroces que en ninguna parte.[57]

Luego de esta última conclusión nos dice que: “Se habla mucho de este país, se habla demasiado ―es este ya un problema curioso: la desproporción entre lo que aún es la Argentina y el ruido que produce en el mundo―, se habla casi siempre mal.”[58]

Estos son los párrafos que me parecen más importantes de su primer artículo. Pasaremos a analizar el segundo: El hombre a la defensiva. Comienza Ortega este ensayo destacando los logros de la Argentina y su progreso en poco más de un siglo “nos parecerá la historia argentina una performance maravillosa.”[59] Luego le sorprende “el grado de madurez a que ha llegado la idea del Estado.”[60] Y agrega más adelante:

El pueblo argentino no se contenta con ser una nación entre otras: quiere un destino peraltado, exige de sí mismo un futuro soberbio, no le sabría una historia sin triunfo y está resuelto a mandar. Lo logrará o no, pero es sobremanera interesante asistir al disparo sobre el tiempo histórico de un pueblo con vocación imperial.[61]

Párrafos más adelante continúa desarrollando esta idea:

Pero la altanería de los proyectos tiene algunos inconvenientes. Cuando más elevado sea el módulo de vida a que nos pongamos, mayor distancia habrá entre el proyecto ―lo que queremos ser― y la situación real ―lo que somos. (…) Pero si de puro mirar el proyecto de nosotros mismos olvidamos que aún no lo hemos cumplido, acabaremos por creernos ya en perfección. Y lo peor de esto no es el error que significa, sino que impide nuestro efectivo progreso, ya que no hay manera más cierta de no mejorar que creerse óptimo.[62]

Cierra este razonamiento preguntando: ¿No acontece algo de esto en la nación argentina?[63] Luego hace notar el peligro que entraña un avance importante del Estado concluyendo: “¿no se ha dejado influir la Argentina por esa valoración hipertrófica del Estado que transitoriamente padecen las naciones europeas?”[64] Sostiene que esta idea que el argentino tiene del Estado le “sirve de instrumento para penetrar en el alma individual del hombre argentino” y aclara que habla del hombre, no de la mujer, a quien dedicará un ensayo aparte.[65] Continúa más adelante: “El argentino habla idiomas europeos, no contiene sino ideas europeas; la arquitectura de su forma corporal es inequívocamente europea. Sin embargo, cuando tenemos delante a un argentino típico notamos que algo nos impide comunicar con él.”[66] Concluye diciendo: “En suma, notamos la falta de autenticidad.” Luego aclara que todo lo dicho es una “innegable exageración”, y justifica esa exageración porque se trata de comprender, que estas ideas son un modelo, como un mapa, que no es la realidad, pero sirve para comprenderla.[67] Entonces, luego de todas estas consideraciones que traté de resumir, Ortega lanza su estocada: “El argentino es un hombre a la defensiva.” Y aclara más adelante: “En la relación normal el argentino no se abandona; por el contrario, cuando el prójimo se acerca hermetiza más su alma y se dispone a la defensa.” Concluyendo con: “Que el atacado se defienda es lo más congruente, pero vivir en estado de sitio cuando nadie nos asedia es una propensión relativamente extraña.[68] Para Ortega, estas características se ven en un diálogo con un argentino, al el comienzo de una conversación, éste trata de demostrar la calidad de la persona: yo soy el profesor, redactor de un periódico, o un escritor de nota. Luego agrega: “Esta actitud defensiva obliga al argentino a no vivir.” Y afirma poco después: “El europeo se extraña de que el gesto del argentino ―sigo refiriéndome al varón― carezca de fluidez y le sobre empaque.”[69] Termina de redondear este razonamiento de la siguiente forma:

Lo dicho significa meramente que este tipo de hombre le preocupa en forma desproporcionada su figura o puesto social. Lo excesivo de semejante preocupación sólo se comprende si admitimos dos hipótesis; 1º, que en la argentina el puesto o función social de un individuo se halla siempre en peligro por el apetito de otros hacia él y la audacia con que intentan arrebatarlo. 2º, que el individuo mismo no siente su conciencia tranquila respecto a la plenitud de títulos con que ocupa aquel puesto o rango.[70]

Luego nos sugiere alguna respuesta a las causas estas afirmaciones. La sociedad argentina ha recibido una gran inmigración, y esta inmigración italiana o española tiene como exclusiva mira el propósito de hacer fortuna. Y agrega: “La influencia que en la vida entera de la Argentina adquieren las crisis económicas sería inconcebible en una nación europea.”[71] Luego define a la Argentina como una factoría en los siguientes términos:

Todo esto significa una cosa que es preciso decir, aunque tal vez enoje. El inmoderado apetito de fortuna, la audacia, la incompetencia la falta de adherencia y amor al oficio o puesto son caracteres conocidos que se dan endémicamente en todas las factorías.[72]

Aclara estos términos diciendo que la Argentina es la más avanzada de las naciones de América Latina, ninguna es menos factoría.  Y sin embargo, su propia pujanza la ha impedido estabilizarse como Chile o el Uruguay. Ha tenido que seguir creciendo aceleradamente.” Y sigue: “Esta república es hoy menos factoría que ningún otro país sudamericano y, al mismo tiempo, más.”[73] En párrafos siguientes desarrolla la idea de vocación y concluye diciendo que “el argentino es un hombre admirablemente dotado que no se entrega a nada, que no ha sumergido irrevocablemente su existencia en el servicio de alguna cosa distinta de él.”[74] Como el argentino es una persona que no se interesa por nada “solo se interesa por sí misma. Índole semejante suele llamarse egoísmo.”[75] Concluye este razonamiento, aclarando que se trata de una caricatura, de la siguiente forma:

Porque no es fácil decir lo que vislumbro: que el argentino típico no tiene más vocación de ser ya el que imagina ser. Vive, pues, entregado, pero no a una realidad sino a una imagen. Y una imagen no se puede vivir sino contemplándola. Y, en efecto, el argentino se está mirando siempre reflejado en la propia imaginación. Es sobremanera Narciso. Es Narciso y la fuente de Narciso. Lo lleva todo consigo: la realidad, la imagen y el espejo.[76]

Finalmente toma la palabra guarango, como una palabra que define al argentino. Dice que el guarango siente apetito de ser algo admirable, superlativo, único. Pero necesita creer en esa imagen y para poder creer tiene que obtener triunfos. Como esos triunfos no llegan, duda de sí mismo deplorablemente. Y, como los demás no parecen dispuestos a reconocerlo, tomará el hábito de aventajarse él en forma violenta.[77] Termina su artículo expresando que “todo este deplorable mecanismo va movido originariamente por un enorme afán de ser más. Por una exigencia de poseer altos destinos.” El párrafo final nos dice:

Por eso, buen aficionado a pueblos, aunque transeúnte, me he estremecido al pasar junto a una posibilidad de alta historia y óptima humanidad con tantos quilates como la Argentina. Síntoma de ese estremecimiento y no otra cosa son estas páginas donde he intentado guardar la equidistancia entre el halago y el vejamen.[78]

Inmediatamente aparecieron las réplicas de los intelectuales argentinos. Según Tzvi Medin, “los argentinos se vieron obligados a ocuparse de sí mismos, y más aún, se vieron obligados a ponerse “a la defensiva”. Si coincidían con Ortega aceptaban su caracterización del argentino; si se ponían a la defensiva parecían ilustrar su acierto.”[79] Pablo Rojas Paz, en la revista El Hogar, del 10 de enero de 1930, tiene una reacción iracunda. Comienza diciendo que el artículo de Ortega Interesa tanto por sus errores como por sus aciertos.” Finaliza con el siguiente exabrupto: “Todos los extranjeros más o menos ilustres que visitan el país se creen obligados a decir unos cuantos disparates acerca de cómo es el argentino.”[80]

Roberto Giusti, en la revista Nosotros, de la que era director, Escribió dos artículos comentando el artículo de Ortega, Intimidades, en los números de enero y febrero de 1930 con el título: Los ensayos argentinos de Ortega y Gasset. En el número de enero, Giusti hace la crítica al ensayo La Pampa… promesas. [81] Comienza reconociendo que Ortega es filósofo y también poeta. Dedica un par de páginas al análisis de la calidad poética del ensayo y luego a la técnica que utilaza Ortega en sus construcciones literarias concluyendo que el tema de la promesa es el tema central del ensayo.[82] Termina Giusti este primer artículo diciendo que “examinado de muy cerca, este ensayo, aunque gustemos la riqueza y la variedad de ideas que lo forman, me resulta un tanto obra de artificio, un encadenamiento dialéctico más brillante que sólido.”[83]

En el segundo artículo, en Nosotros de febrero de 1930, Giusti comienza diciendo: “Hay quien se ha molestado con el retrato moral que Ortega y Gasset hace del argentino de hoy, al perfilarlo narcisista y guarango.”[84] Y unas líneas más adelante sostiene:

Reputo una necedad con algo de prejuicio indígena, prohibirle al extranjero, el cual por otra parte ya no lo es para nosotros, como que desde su primera visita ha influido tan provechosamente sobre la orientación de nuestra inquietud intelectual, que diga aquello mismo que nos hemos venido diciendo en familia con áspera franqueza desde los días de Sarmiento y de Alberdi por la voz de críticos tan severos como aquellos y más tarde de Paul Groussac, Agustín Álvarez, José María Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge, Juan Agustín García y no sé cuantos más.[85]

Luego pasa a negar la tesis central del ensayo: que el argentino es un hombre a la defensiva, argumentando que tal vez, Ortega haya incurrido en un error de perspectiva. “El también me ha parecido estar siempre un poco a la defensiva (…) ¿Y no será que ante su estiramiento afable y frío se estiró su interlocutor argentino?”[86] Giusti acepta luego por verdadera la afirmación de Ortega cuando dice acerca de los argentinos que son todos improvisados y todos usurpando posiciones, y también el lugar anómalo que ocupa el afán de riqueza, y concuerda con que la causa de ello es el fenómeno inmigratorio, que tuvo hacia los años treinta, su máxima expresión.[87] Más adelante niega que sea cierta la conclusión de Ortega acerca del narcisismo de los argentinos, “cuya dimensión no excede gran cosa la ilusión de todos los mortales.”[88] Por último, refuta el calificativo de “guarango” dado a los argentinos, diciendo: “¿Qué hay guarangos en el país? ¡Oh, muchos! Como hay imbéciles y bribones.” Y más adelante agrega: “Los argentinos no son todos macaneadores, ni todos lateros, ni menos todos otarios.”[89] Y termina Giusti su artículo con la siguiente frase:

¡Vaya uno a saber si nuestro culto y fino amigo no tuvo que soportar en Buenos Aires uno o dos guarangos auténticos, de esos que tampoco faltan en la universidad, y ahora salimos pagando justos por pecadores![90]

Ortega replicó a estos artículos con un artículo titulado: Por qué he escritoEl hombre a la defensiva”, publicado en La Nación en abril de 1930. Comienza de la siguiente forma: “Ya he recibido las primeras andanadas de ataques y de insultos que me dirigen los jóvenes escritores argentinos.”[91] Continúa luego diciendo:

Nadie que conozca aun vagamente a la Argentina, puede dudar un momento de que al escribir yo aquellos ensayos sabía que iba a condensar sobre mi cabeza todas las electricidades del iracundo denuesto.[92]

Luego reconoce que le debe una porción de su vida a la Argentina, que tiene una deuda enorme con este país, y termina diciendo: “Y esto no son palabras, temblor del aire, caligrafía. No es que yo diga que tenga esa deuda, sino que la tengo, dígalo o no.”[93] Luego, agrega que lo que se propone su artículo, El hombre a la defensiva, es que nada puede hacerle tanto daño a la Argentina como alabarla y que “es preciso empujarla hacia sí misma, recluirla en su inexorable ser.”[94] Más adelante pasa a desarrollar el nudo de su artículo: “yo he visto que hoy el problema más sustantivo de la existencia argentina es su reforma moral”[95] Aclara a continuación lo que entiende por moral. No es lo que comúnmente se entiende en la antinomia moral-inmoral. Está dicho en el sentido de cuando alguien está desmoralizado, es en este sentido que el “hombre argentino está desmoralizado y lo está en un momento grave de su historia nacional, cuando ―después de dos generaciones en que ha vivido de fuera― tiene que volver a vivir de su propia sustancia en todos los órdenes: económico, político, intelectual.”[96] Concluye Ortega con la siguiente exhortación: “Es preciso llamar al argentino al fondo auténtico de sí mismo, retraerle a la disciplina rigorosa de ser sí mismo, de sumirse en el duro quehacer propuesto por su individual destino.”[97]

La replica no se hizo esperar, en tres artículos publicados en La Nación,[98] “Manuel Gálvez, de inspiración nacionalista, espiritualista e hispana,” según lo describe Tzvi Medin,[99] respondió usando un argumento que emplearían luego otros: que Ortega no puede hablar del argentino sin más. “Todo esto es exacto respecto del porteño. Tal vez no lo sea tanto respecto del provinciano del interior.”[100] La estructura de la crítica de Gálvez consiste en aceptar un argumento de Ortega en forma general, y luego rebatirlo o relativizarlo. Daré un ejemplo de los tantos que abundan en estos tres artículos: “¿Es el argentino un enamorado de sí mismo, o mejor dicho, de la imagen ideal que de sí mismo se ha formado? Creo que Ortega y Gasset ha hecho una interesante y  exacta observación. El argentino tiene una alta idea de su persona.” Luego de esta aceptación, algunas líneas más abajo, Gálvez nos dice: “No creo que el argentino se haga una imagen ideal de sí mismo.”[101] La jugada de Ortega dio resultado, puso a muchos intelectuales argentinos a la defensiva.

Sin embargo, no todos los pensadores fueron críticos. Francisco Romero, en el año 1931, en el segundo número de la revista Sur, al hacer la reseña de La rebelión de las masas, posiblemente contestando al artículo de Rojas Paz, decía:

El nuevo libro de Ortega y Gasset nos toca de cerca por más de un respecto. (…) Ortega debe a la Argentina el estímulo que para un pensador de su envergadura significa el conocimiento directo y cordial de una estructura social donde se dan fenómenos de índole y ritmo tan distintos de los de su patria. Nosotros debemos a Ortega una preocupación intensa y constante, una mirada vigilante que no nos pierde de vista, y un puñado de palabras agudas y veraces. La Argentina está acostumbrada, conviene recordarlo, a que el extranjero notable se expida sobre ella, y ya sabemos lo que en casi todos  los casos valen estas opiniones: un poco menos de lo que nos cuestan; con lo que la deuda queda, generosamente saldada. (...) Cierta desorientación o sorpresa causada aquí por algunas apreciaciones de Ortega, reconocen por causa que él no se atiene a las reglas tácitas de este tráfico habitual.[102]

Algunas críticas, como las de Pablo Rojas Paz en El Hogar, por ser satíricas y poco fundadas, no merecen mayor comentario. Creo que es importante tener en cuenta que Ortega estaba escribiendo La rebelión de las masas cuando publicó sus artículos La Pampa … promesas y El hombre a la defensiva. Es por este motivo que estimo que Ortega se refería a las elites argentinas y no a las masas, en dichos artículos. Gálvez parecería desconocer el pensamiento de Ortega. Evidentemente, Ortega hablaba de las elites argentinas, que conocía, tanto las elites de Buenos Aires y también del interior, por sus viajes, sus conferencias y por la abundante correspondencia mantenida por años con amigos de Argentina. Creo entonces que no es válido el argumento esgrimido por Gálvez. En cuanto a la crítica de Giusti, estimo que es más medida y sus argumentos son meditados pero, de cualquier modo, el sarcasmo final con el que termina su nota nos dice del resquemor que sentía por las palabras de Ortega.

 

 

 

Mientras en Argentina se desarrollaba esta polémica entre Ortega y los intelectuales, en el mundo se producían grandes cambios. La crisis de la Bolsa de Nueva York de fines de 1929 provocó una depresión de las economías del mundo, antes nunca vista. En España, el régimen autoritario de Primo de Rivera terminó y las Cortes proclamaron la República en 1930. Ortega reasumió entonces su carrera universitaria y se dedicó a la política, siendo electo como diputado en las Cortes en 1931. En argentina se produjo un golpe militar que derrocó al gobierno popular de Hipólito Yrigoyen y comenzó una década de gobiernos conservadores electos en forma fraudulenta. Por influencia de Ortega, Victoria Ocampo fundó la revista Sur, donde se publicaron numerosos artículos de Ortega y Gasset, además de comentarios y reseñas acerca de sus obras. Ortega integró el Consejo Extranjero de la revista junto a Ernest Ansermet, Drieu La Rochelle, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña, entre otros.[103]

En cuanto a la tarea intelectual, Ortega publicó sus obras más importantes en cuanto a repercusión de público: La rebelión de las masas, en 1930, En torno a Galileo, en 1933, y Historia como sistema, en 1934. Continúa su asidua colaboración, durante toda la década del treinta, en La Nación de Buenos Aires, donde aparecieron fragmentos de capítulos o partes de sus obras. Por ejemplo: “En torno a Galileo, galileismo de la historia”[104], “Naturaleza espíritu e historia,[105] y el “Prefacio para franceses”[106] escrito para la edición francesa de La rebelión de las masas.

En 1933, Hitler asumió el poder en Alemania, acontecimiento político que marcará la vida de muchos europeos, y también la de Ortega y Gasset. En 1934, desilusionado, Ortega abandonó la política y se abocó a su cátedra universitaria. Comenzó la Guerra Civil Española y la República fue derrotada por las fuerzas del General Franco, ayudado por Hitler. Ortega se exilió en Holanda y luego en París. Ante una inminente caída de Francia por una posible invasión alemana, Ortega decidió viajar a la Argentina, arribando en octubre de 1939.

 

Tercera visita

Según Tzvi Medin, Ortega regresó a la Argentina para su tercera visita con un reconocimiento mundial mayor del que tenía durante su viaje anterior, había publicado su libro más famoso, La rebelión de las masas, traducido al inglés, al francés, y al alemán, entre otros idiomas. Sin embargo, en Argentina, Ortega fue marginado por los núcleos académicos y profesionales, no se le otorgó ninguna cátedra en la Universidad y tuvo serias dificultades para poder mantenerse. Medin se pregunta entonces: “¿Cuáles fueron las causas de que uno de los héroes culturales de la Argentina descienda tan rápidamente de su pedestal al nivel de marginado?[107] Y responde más adelante que esta marginación no se debió a los “ecos del debate acerca de “El hombre a la defensiva”, sino por cuestiones mucho más serias y urgentes: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, Argentina estaba polarizada políticamente, y (…) esta polarización cobró ribetes de extremo involucramiento personal y emotivo”[108]

Veamos a continuación las posiciones que tomaron los actores de esta polarización. En España, Franco había derrotado a las fuerzas republicanas y establecido una férrea dictadura, al estilo fascista. Muchos republicanos españoles buscaron refugio en la Argentina. En Alemania, Hitler había llevado al máximo su política de antisemitismo y discriminación y Europa ya presentía el comienzo de la Segunda Guerra mundial. El gobierno argentino era de corte conservador, de derecha. Es por todos estos motivos que los intelectuales argentinos tomaban partido por una u otra bandería.

Por un lado se encontraba el grupo reunido alrededor de la redacción de la revista Sur, encabezado por su directora, Victoria Ocampo, del que formaban parte Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Carlos Alberto Erro, Silvina Ocampo, Francisco Romero, Ernesto Sábato, entre otros. Este grupo, de ideas liberales, se pronunció explícitamente a favor de Francia e Inglaterra y en contra de Hitler. En el número de setiembre de 1939, Victoria Ocampo titula su editorial: Nuestra actitud, donde se refiere a la situación interna de la Argentina diciendo “(…) nadie puede permanecer moralmente neutral. Nosotros no somos neutrales”.[109] En el artículo que sigue, Camino a Sarrebrück, nos cuenta su vivencia personal al dejar Alemania en enero de 1939. “Vuelvo de Frankfurt a Francia, en automóvil, porque no he podido soportar el ambiente de esta ciudad (en hoteles, restaurants, tiendas, casas de departamentos, carteles prohibiendo la entrada de los judíos).”[110] En el mismo número, Alberto Erro se pronuncia de la siguiente forma:

Adolfo Hitler y el partido nazi han realizado hazañas de muy diversa estatura y de vario linaje. Cuentan en su haber, sin duda alguna, con hechos y proezas extraordinarios. Pero Adolfo Hitler y el partido Nazi han cometido los mayores atentados contra la dignidad de la persona humana y contra la doctrina de la fe en Jesucristo que se hayan realizado en lo que va del siglo. Estamos con los que luchan contra ellos.[111]

En medio de este clima, Victoria Ocampo escribió un artículo de bienvenida a Ortega y Gasset: “Ortega y Gasset ha vuelto a Buenos Aires. Lo que habría que preguntarse ahora es si ha estado jamás ausente de aquí. Había dejado amigos, en esta ciudad, para quienes su recuerdo era una presencia.” Victoria Ocampo concluye de la siguiente forma: “Ortega y Gasset no está aquí de visita entre extraños. Está en su casa, entre amigos. En este momento en que parece tan cruelmente natural el dudar de todo, que no dude de esto.”[112]

Por otro lado, a su llegada a Buenos Aires, Ortega se vinculó con un grupo de intelectuales, que, según Tzvi Medin, “representaban en Argentina al catolicismo antiliberal de derecha.” Era un grupo que se había opuesto a la República Española y era partidario de Franco. Se reunían en torno a los cursos de “Cultura Católica” de la Acción Católica Argentina y editaban varias revistas, como Baluarte, Nueva política y Sol y Luna.[113] El nexo de Ortega con este grupo fue Máximo Etchecopar, quien nos cuenta que conoció a Ortega a través de una gran amiga, Elena Sansinena de Elizalde, en el local de la calle Florida donde funcionaba la institución Amigos del Arte, que había invitado a Ortega para pronunciar una serie de conferencias, en setiembre de 1939.[114] Formaban parte de ese grupo Enrique Larreta, Leopoldo Marechal, Ignacio Anzoátegui, Juan Carlos Goyeneche, José María de Estrada, César Pico, Federico Ibarguren, entre otros. Etchecopar nos relata que la revista Sol y Luna, se había creado con el fin de llegar a mayor acercamiento con España:

A fin de dar cuerpo a tal idea o propósito filial, ese grupo de argentinos concibió en el año 1838 un proyecto ambicioso: se lanzó a la publicación de una revista que por el contenido y presentación tipográfica fuese muestra condigna de su fervoroso vínculo con España y los españoles. Al aparecer éste, Sur publicó un comentario que tenía por título malévolo: “Capricho Español”. La nota de Sur no llevaba firma, pero el estilo era tan característico e inconfundible que aquella sobraba.[115]

Etchecopar sigue diciendo que, cuando apareció el tercer número de Sol y Luna, Elena Sansinena le pidió que le llevase a su casa un ejemplar de esa revista para leer la respuesta al artículo de la revista Sur. El estilo “tan característico” al que aludía Etchecopar, parece que había sido el de Jorge Luis Borges.[116] Mientras leía la respuesta de Sol y Luna, escrita por Leopoldo Marechal, llegó Ortega y Gasset a la casa de Elena Sansinena, y se interesó en lo sucedido entre Sol y Luna y la revista Sur. Al enterarse de la polémica, guardó silencio y, “esa misma tarde o, cuando más, al día siguiente, Ortega comunicó a la dirección de Sur que retiraba su nombre, (…) del conjunto de escritores famosos o notorios que integraban el comité de consulta.”[117] La ruptura estaba consumada.

Durante su estada en la Argentina, Ortega mantuvo silencio con respecto a la situación de España. Esto provocó su distanciamiento de los círculos liberales y democráticos. Luego del rompimiento con el grupo reunido en torno a la revista Sur, “se relacionaba cada vez más con los círculos profranquistas y reaccionarios, con los círculos nacionalistas hispanistas católicos, y con los de alta sociedad vinculada con el gobierno conservador.”[118] Una clave para entender este silencio podemos hallarla, tal vez, en un artículo escrito por Ortega durante la Primera Guerra mundial: El genio de la guerra y la guerra alemana, publicado en 1915 en el segundo número de El Espectador, a propósito de un libro de Max Scheler:

Hay quien cree que no se puede hablar de la guerra si no es para declarar sumaria y perentoriamente nuestro entusiasmo o abominación por ella, esto es, sin “tomar una actitud” y decidir una “política”. Yo respeto esta sentencia; pero sigo la contraria, que me parece más respetable; (...)

Más adelante aclara:

(...) estoy seguro de que en tiempo de guerra, cuando la pasión anega a las muchedumbres, es un crimen de leso pensamiento que el pensador hable. Porque de hablar tiene que mentir. Y el hombre que aparece ante los demás dedicado al ejercicio intelectual no tiene derecho a mentir.[119]

A pesar de todo esto, el año 1939 Ortega dictó dos series de conferencias, una en la Asociación de Amigos del Arte y otra en la Facultad de Filosofía y letras de Buenos Aires. La conferencia en Amigos del Arte lleva por título: Seis lecciones sobre el hombre y la gente. Estas lecciones fueron publicadas bajo el título: Ensimismamiento y alteración, en 1939. En el prólogo aclara que se apresura a publicarlas antes de darle “figura más noble”, pues, “los editores fraudulentos de Chile recortaban de La Nación estas informales prosas mías y formaban con ellas volúmenes. En vista de lo cual he decidido hacer concurrencia a esos piratas del Pacífico y cometer el fraude de publicar yo esos libros suyos, que son míos.”[120] Comienza un nuevo problema para Ortega, la piratería de sus obras, que le quitan recursos económicos en un momento en que tampoco recibía sus derechos de autor desde España. Como complemento a sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, Ortega editó el libro: Ideas y creencias, en 1940. En su prólogo nos cuenta su vida errante de los últimos cinco años en que “ando rondando por el mundo”. Se lamenta de no poder dar a estos dos libros el último pulimento en los siguientes términos que grafican su estado de ánimo en el Buenos Aires de 1940:

He vivido esos cinco años errabundo de un pueblo a otro y de uno a otro continente, he padecido miseria, he sufrido enfermedades largas de las que tratan de tú por tú a la muerte, y debo decir que si no he sucumbido en tanta marejada ha sido porque la ilusión de acabar esos dos libros me ha sostenido cuando nada más me sostenía. Al volver luego a mi vida, como pájaros anuales, un poco de calma y un poco de salud, me halle lejos de las bibliotecas, sin las cuales aquella última mano es precisamente imposible, y me encuentro con que ahora menos que nunca sé cuándo los podré concluir.[121]

Marta Campomar nos relata el acto en el que se conmemoraron los 25 años de la Cultural Española de Buenos Aires con la presencia del Presidente de la Nación, Dr. Roberto M. Ortiz y del Vicepresidente, Ramón Castillo, autoridades eclesiásticas, universitarias, embajadores y diputados nacionales, el día 16 de noviembre de 1939 en el palacio Errazuris. Nos dice que la celebración resultó un tanto incómoda, por la presencia de su fundador, Avelino Gutiérrez, socialista y republicano notorio, adverso al régimen franquista.[122] Ortega cerró el acto, destacando los lazos de unión entre España y la Argentina y anticipó finalmente que en una próxima conferencia en la Universidad de La Plata, con el título de Meditación de un pueblo joven, desarrollará en forma más extensa estos temas. Sin embargo, según Marta Campomar, en su discurso se nota “una reticencia a entrar en las aguas turbulentas de la guerra civil y la guerra europea que conmovían y dividían a la opinión pública argentina.”[123]

En la conferencia Meditación del pueblo joven, Ortega realizó un análisis sociológico de los pueblos de origen colonial. En ella pronunció una frase que, en la Argentina, quedó como sello del pensamiento de Ortega: “Argentinos, a las cosas.” Muchas veces fue citada fuera de contexto y pocas veces comprendida. Veamos el párrafo completo:

Con ello quiero indicar que yo no importo; que importan sólo las cosas de que vamos a hablar y sugiero que tengo una gran fe en mi prédica ―paladina o solapada, pero constante, ante los argentinos―, mi prédica que les grita: ¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes del brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal.[124]

Durante esta última visita a la argentina, el ambiente que se vivía era hostil y conflictivo entre españoles exiliados, la colectividad, y las autoridades argentinas. Las expectativas económicas de Ortega no fueron totalmente satisfechas, él contaba con un sueldo de asesor en Espasa Calpe Argentina que le fue denegado. Por su conflicto con Sur, no pudo entenderse en materia de publicaciones con Victoria Ocampo, aunque conservó con ella con una entrañable amistad.[125] “Para Ortega, 1941 fue un año de amarguras personales”, nos dice Marta Campomar. “Ya sea por lo de Calpe. Por no contar con una cátedra universitaria, por el ambiente hostil que se vivía en la colectividad.” Todo esto provocaba en Ortega una tristeza profunda a pesar de su manifiesta neutralidad.[126] En estas circunstancias, Ortega decidió regresar a Europa y se embarcó hacia Portugal. Sigamos las emotivas palabras de su amigo, Máximo Etchecopar al evocar la despedida de Ortega de Buenos Aires:

El adiós que le dijimos ese 9 de febrero de 1942, hubo de provocar así, en los argentinos que fueron testigos de su vida durante la tercera visita a Buenos Aires, el malestar secreto de una mala acción.[127]

 En Buenos Aires se hizo un largo silencio sobre Ortega. El diario La Nación había reseñado las conferencias de Ortega dadas en Buenos Aires en 1939 y 1940 y a partir de ese año no apareció casi ningún artículo escrito por Ortega en la prensa argentina.[128] Sin embargo, los libros de Ortega se vendían más que nunca, en sus traducciones, en todo el mundo.[129] En Argentina, Espasa-Calpe publicó múltiples ediciones de sus obras entre los años 1939 a 1955, destinadas al público argentino y latinoamericano.[130]

Ortega fijó su residencia en Portugal hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Finalizada ésta, regresó a España. Sin embargo, el régimen de Franco no le permitió recuperar su cátedra universitaria. Dio un ciclo de Conferencias en el Ateneo de Madrid, y en 1946 comenzó a publicar sus Obras Completas. En 1949 realizó su primer viaje a los Estados Unidos y en 1950 viajó a Alemania donde mantuvo un debate filosófico con Heidegger. Dictó conferencias en Inglaterra, en Alemania y en Suiza, que fueron reunidas en un libro: Europa y la idea de nación en 1966[131]. Regresó a España en 1955 y falleció en Madrid, de cáncer gástrico, el 18 de octubre de ese año.

 

 

Según Tzvi Medin, nos dice de Ortega que el “reconocimiento vino después de la muerte”.[132] Francisco Romero escribió un articulo sobre Ortega reconociendo su “Jefatura espiritual”.[133] Sur publicó un número especial dedicado al filósofo en 1956.[134] Comienza con la Evocación de Ortega, escrita por Fernando Vela, secretario de redacción de la Revista de Occidente y estrecho colaborador de Ortega. En su párrafo final nos dice:

En unas notas halladas entre sus papeles inéditos decía que, entre las cosas que nadie podía enseñarle, una era el callar. Y definía ese callar con las siguientes palabras: “un callar que no es cualquier mutismo sino el sacramental, el correlativo a un auténtico decir.” Su callar era un decir. Ortega, creo yo, no murió por la enfermedad diagnosticada por los médicos. Otra enfermedad, otro cáncer fue invadiendo partes cada vez más extensas de su espíritu. (…) Ortega, creedme, al mirar en derredor y contemplar la situación del mundo, se murió ―se murió él. No se puede vivir exigiendo esperanzadamente la mayor altura a la existencia para, al cabo de los años, encontrándose con que el mundo se ha ido tornando cada vez más estúpido y brutal.[135]

También escribieron en dicho número Julián Marías, Salvador de Madariaga, José Ferrater Mora, Francisco Romero, María Zambrano, Carmen Gándara, Luis Araquistaín, Germán Arciniegas, Jaime Perriaux, Elena Sansinena de Elizalde y Victoria Ocampo, entre otros. El número especial de Sur termina con un sentido artículo de Victoria Ocampo: Mi deuda con Ortega.[136]  Al año siguiente a este número especial de Sur, Silvina Bullrich escribe un artículo en la revista Atlántida, con el título: Ortega y Gasset y “El hombre a la defensiva”.  Luego de hacer una reseña de los puntos principales del polémico artículo de Ortega nos dice: “Me detengo muy a mi pesar, pues no hay en este ensayo una sola línea que no ilumine algún recoveco de esta extraña modalidad nuestra, tan captada por el filósofo español. Nuestra tan zarandeada tristeza ¿no será el resultado inevitable de la audacia, la improvisación y la actitud defensiva?”[137]

Al cumplirse el centenario del nacimiento de Ortega, la revista Sur publicó un número dedicado a la memoria del filósofo.[138] En él se destaca la obra filosófica de Ortega en ensayos escritos por Edgardo Albizu, José Edmundo Clemente, Manuel Laclau, entre otros. Para nuestro tema, que es la relación de Ortega con argentina sobresale un artículo de Carlos Torchia Estrada de título: Romero y Ortega. Nos dice Carlos Torchia Estrada refiriéndose al pensamiento latinoamericano: “En la historia de nuestro pensamiento hay, pues, un capítulo para la deuda con Ortega, que no sólo es ineludible sino que debe ser escrita con gratitud.”[139]

También para el centenario, en mayo de 1983, La Nación, dedicó una página a recordar al filósofo.[140] El artículo principal estuvo a cargo de Ezequiel de Olazo. Colaboraron también: José Edmundo Clemente, Luis Farré, Alicia Jurado y Eugenio Pucciarelli. Recatamos un párrafo de Alicia Jurado: Ortega marcó un hito en mi vida, como lo hizo con toda mi generación; no suelo pensar como él, pero fue uno de mis maestros con quienes aprendí a pensar. Creo que esta afirmación es el mejor homenaje que puedo rendir a su memoria y estoy segura que no le disgustaría.”[141] El artículo escrito por Ezequiel de Olazo se titula: La lección del filósofo. Allí acuñó una frase que sería citada numerosas veces: “Ortega fue el profeta de nuestra decadencia”. De este artículo extractamos algunos párrafos:

La obra de Ortega me impresiono como un emocionante testimonio de responsabilidad intelectual.

Nuestra obligación en este centenario es destrozar esos reconfortantes estereotipos y escuchar francamente las advertencias que Ortega prodigó a la Argentina. Solo el día que sepamos oír lo que no nos gusta podremos comenzar a entender lo que nos pasa.

Ortega fue el profeta de nuestra decadencia. Si miramos su predicción por el reverso todavía encontraremos sugerencias preciosas para la regeneración nacional.[142]

La Revista de Occidente, dedicó un número de homenaje a Victoria Ocampo al producirse su deceso.[143] Comienza con un artículo de Soledad Ortega, hija del filósofo y directora de la revista, donde reseña la relación de Victoria Ocampo con Ortega. En ese número escribieron también Natalio Botana y Ezequiel Gallo un artículo titulado: “La política argentina entre las dos guerras mundiales.” En él destacan el acierto de Ortega y Gasset al percibir que la solidez del Estado Argentino podría resultar lesiva para la vida social argentina.[144] El número termina con un artículo de Roberto García Pinto: Los pasos de Ortega en la Argentina. García Pinto, que disfrutó de la amistad de Ortega durante su última visita, hace un racconto de las diferentes etapas de la vida de Ortega y su relación con argentina. Nos dice con respecto a los artículos de Ortega reunidos bajo el título de Intimidades que: “El reguero de críticas y protestas parecía indicar que había oprimido una zona hipersensible y enferma, un punto neurálgico que hoy, retrocedida la incidencia en las brumas del pasado, sería interesante investigar en las reacciones que produjo.”[145] Termina su artículo con las siguientes palabras: “Se nos iba para siempre, a pesar de que entonces no preveíamos que ya no sería escuchado otra vez el bronco acento viril que de un modo tan profundo contribuyó a formar lo mejor de la Argentina de su tiempo.”[146]

Mariano Grondona escribió un ensayo para el “Seminario sobre Ortega y Gasset”, en Buenos Aires, octubre de 1995, en ocasión de la inauguración de la Fundación José Ortega y Gasset Argentina. Grondona hace una reseña de las principales ideas volcadas en sus ensayos La Pampa… promesas y El hombre a la defensiva. Continúa diciendo que “la descripción de un carácter anticipó un destino. La prueba del acierto con que había intuido Ortega las fallas del argentino fue lo que comenzó a pasarnos a partir del año 1930, al año siguiente de su controvertido diagnóstico. (…) En una sociedad guaranga, donde cada individuo y cada sector intenta abrirse camino a codazos, a expensas de los demás, el vicio político dominante es la intolerancia.”[147] Grondona continúa más adelante diciendo que en Argentina perduran algunos de esos vicios señalados por Ortega. Coincide con él señalando que el economicismo, el afán de riqueza en los individuos ocupa un “lugar completamente anómalo”. Que otra lección no aprendida es la solidaridad, que una sociedad guaranga es por definición autoritaria. “En la Argentina democrática subsisten en suma, fuerte[s] residuos autoritarios.”[148] Concluye su artículo Mariano Grondona diciendo que los vicios señalados falta superarlos. “Pueden ser el objeto de nuevos aprendizajes” y habrá que superarlos “si se quiere llegar al puerto del desarrollo.”[149]

 

 

Conclusiones

Es innegable la gran influencia que el pensamiento de Ortega tuvo en los intelectuales argentinos a partir de su primera visita en 1916. Se podía criticar a Ortega pero no se lo podía ignorar. Sus palabras acerca de la idiosincrasia del pueblo argentino despertaron agudas críticas en el momento en que fueron escritas y provocaron en general airadas respuestas. Hubo poca autocrítica y mucho “narcisismo”. La posición neutral durante su última visita le valió la marginación de los grupos liberales y las sospechas del gobierno conservador, lo que hicieron que las cátedras universitarias argentinas se privaran de un maestro de la envergadura de Ortega y que él se encontrara desmoralizado y falto de recursos económicos. Tampoco logró seguir en argentina con su labor editorial, al no poder entenderse con Espasa-Calpe ni con Victoria Ocampo y la Editorial Sur.

Luego de su muerte, cuando las pasiones se aquietaron, comenzó el reconocimiento, como el de José Luis Romero, acuñando la expresión de la “jefatura espiritual” de Ortega, de Alicia Jurado al reconocer que Ortega “fue uno de mis maestros con quienes aprendí a pensar.” Como Ezequiel de Olazo, al reconocerlo como “el profeta de nuestra decadencia”. Como Mariano Grondona, al reconocer que la sociedad argentina es “guaranga y autoritaria”. Podemos concluir diciendo que los argentinos, al comienzo del siglo XXI, en vista de nuestras circunstancias, tenemos todavía mucho que aprender de José Ortega y Gasset.

 



[1] Tzvi Medin, Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana, p. 7, Fondo de Cultura Económica, México, 1994.

[2] Enrique Aguilar, “La relación de Ortega y Gasset con la Argentina”, en Comunio, Año 8, Nº 2, Buenos Aires, 2001.

[3] José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo I, p. 267. (1902-1916), Revista de Occidente, Madrid, 1946.

[4] Ibidem, p. 311.

[5] Enrique Aguilar, op. Cit. p. 50.

[6] Ibidem, p. 55.

[7] Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, p. 45, nota al pie, Ediciones Atalaya, Barcelona, 1996.

[8] Soledad Ortega, “Victoria Ocampo al trasluz de una doble amistad”, en Revista de Occidente, Nº 37, segunda época, p. 12.

[9] Enrique Aguilar, op. Cit. p. 59.

[10] Marta Campomar, “Los viajes de Ortega a la Argentina y la Institución Cultural Española”, p. 146, en Ortega y La Argentina, J. L. Molinuevo, coordinador, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.

[11] Ibidem, pp. 119-121.

[12] Ibidem, p. 121.

[13] La Prensa, Buenos Aires, 9 de julio de 1911.

[14] José Ortega y Gasset, Obras..., op. cit.  Tomo I, p. 546.

[15] Ibidem, p. 553.

[16] Marta Campomar, op. Cit. p. 125.

[17] Ibidem, Ibidem.

[18] Ibidem, p. 128.

[19] Ibidem, p. 131.

[20] Ibidem, p. 134 y nota al pie.

[21], Ortega y Gasset, “El Novecentismo”, Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América, p. 11, Alianza Editorial, Madrid, 1995.

[22] Ibidem, p. 14 y 15.

[23] Enrique Aguilar, Op. Cit. p. 53.

[24] Alberto Palcos, “José Ortega y Gasset, El sentido de la Filosofía”, en Nosotros, Año X, agosto de 1916, Nº 88, p. 203.

[25] Reseña sin autor, “La demostración de ‘Nosotros’ a los huéspedes españoles”, en Nosotros, Año X, agosto de 1916, Nº 88, p 249 y 250.

[26] Marta Campomar, op. Cit. p. 133.

[27] Caras y Caretas, 2 de diciembre de 1916.

[28] Tzvi Medin, op. cit. p. 22.

[29] Ortega y Gasset, “Palabras a los suscriptores”, en Meditación…, op. cit. p. 47.

[30] Enrique Aguilar, op. Cit. p. 53.

[31] Tzvi Medin, op. cit. p. 27.

[32] Ibidem, p 33.

[33] Ortega y Gasset, “El deber de la nueva Generación Argentina”, en Meditación…, op. cit. p. 51.

[34] Idem, Ibidem.

[35] Idem, Ibidem.

[36] Ortega y Gasset, “Carta a un joven argentino que estudia filosofía”, en Meditación…, op. cit. p. 67.

[37] Ibidem, p 68.

[38] Tzvi Medin, op. cit., p 39.

[39] Ibidem, p 72-78.

[40] Enrique Aguilar, op. cit. p. 54.

[41] Tzvi Medin, op. cit. p. 93.

[42] Ibidem, p. 96.

[43] Ortega y Gasset, La rebelión ..., op. cit. p. 45.

[44] Tzvi Medin, op. cit. p. 97.

[45] Idem, Ibidem.

[46] La Nación, 1º de octubre, 9 de octubre, 16 de octubre, 29 de octubre, 10 de noviembre, todas de 1928.

[47] Victoria Ocampo, “Mi deuda con Ortega”, en Sur, Nº 241, julio y agosto de 1956.

[48] Citado por Tzvi Medin, op. cit. p. 100.

[49] Ortega y Gasset, “La Pampa… promesas,” en Meditación…, op. cit. p. 105.

[50] Ibidem, p. 106.

[51] Ibidem, p. 108.

[52] Ibidem, p. 109.

[53] Idem, Ibidem.

[54] Ibidem, p. 109-110.

[55] Ibidem, p. 110.

[56] Idem, Ibidem.

[57] Ibidem, p. 111.

[58] Ibidem, p. 115.

[59] Ibidem, p. 116.

[60] Ibidem, p. 117.

[61] Ibidem, p. 119.

[62] Idem, Ibidem.

[63] Ibidem, p. 120.

[64] Ibidem, p. 122.

[65] Idem, Ibidem.

[66] Ibidem, p. 123.

[67] Ibidem, p. 125.

[68] Ibidem, p. 126.

[69] Ibidem, p. 127.

[70] Ibidem, p. 128.

[71] Ibidem, p. 129.

[72] Ibidem, p. 131.

[73] Ibidem, p. 132.

[74] Ibidem, p. 136.

[75] Ibidem, p. 137.

[76] Ibidem, p. 140.

[77] Ibidem, p. 145.

[78] Ibidem, p. 146.

[79] Tzvi Medin, op. cit. p. 106.

[80] Pablo Rojas Paz, “El enigma de lo argentino”, en El hogar, p. 12, Buenos Aires, 10 de enero de 1930.

[81] Roberto F. Giusti, “Los ensayos argentinos de Ortega y Gasset, ‘La Pampa… promesas’ ”, en Nosotros, año XXIV, num. 248, enero de 1930.

[82] Ibidem, p. 10.

[83] Ibidem, p. 13.

[84] Roberto F. Giusti, “Los ensayos argentinos de Ortega y Gasset, ‘El Hombre a la defensiva’ ”, p. 145, en Nosotros, año XXIV, num. 249, febrero de 1930.

[85] Idem, Ibidem.

[86] Ibidem, p. 153.

[87] Ibidem, p. 153 al 155.

[88] Ibidem, p. 158.

[89] Ibidem, p. 159.

[90] Ibidem, p.160.

[91] Ortega y Gasset, “Por qué he escrito ‘El Hombre a la defensiva’ ”, en Meditación…, op. cit. p. 147.

[92] Idem, Ibidem.

[93] Ibidem, p. 149.

[94] Ibidem, p. 150.

[95] Ibidem, p. 151.

[96] Ibidem, p. 152.

[97] Ibidem, p. 153.

[98] Manuel Gálvez, “Los argentinos según Ortega y Gasset”, en La Nación, Revista Semanal, Buenos Aires, 13 de junio, 13 de julio, 17 de agosto, 1930.

[99] Tzvi Medin, op. cit. p. 109.

[100] Manuel Gálvez, “Los argentinos..., op. cit., art. del 13 de Julio.

[101] Idem, Ibidem.

[102] Francisco Romero, “Al margen de La rebelión de las masas”, en Sur, Nº 2, p. 192, Buenos Aires, otoño de 1931.

[103] Sur, Nº 1, solapa, verano de 1931, Buenos Aires.

[104] La Nación, Buenos Aires, 28 de mayo de 1933.

[105] Ibidem, 7 de febrero de 1937.

[106] Ibidem, 12 de agosto de 1937.

[107] Tzvi Medin, op. cit. p. 123.

[108] Ibidem, p. 125.

[109] Victoria Ocampo, “Nuestra actitud”, en Sur, Nº 60, p. 8, Buenos Aires, setiembre de 1939.

[110] Victoria Ocampo, “Camino a Sarrebrük”, en Sur, Nº 60, p. 10, setiembre de 1939, Buenos Aires.

[111] Alberto Erro, “La Argentina frente a la nueva guerra”, en Sur, Nº 60, p. 13, setiembre de 1939, Buenos Aires.

[112] Victoria Ocampo, “José Ortega y Gasset”, en Sur, Nº 60, p. 73, setiembre de 1939, Buenos Aires.

[113] Tzvi Medin, op. cit. p. 125.

[114] Máximo Etchecopar, Ortega en la Argentina, p. 52, Institución Ortega y Gasset, Buenos Aires, 1983.

[115] Ibidem, p. 83.

[116] Tzvi Medin, op cit. p. 129.

[117] Máximo Etchecopar, op. cit. p. 83-85.

[118] Tzvi Medin, op. cit. p. 125.

[119] Ortega y Gasset, “El genio de la guerra y la guerra alemana” en El Espectador, Nº II, p. 259, Madrid, 1917,

[120] Ortega y Gasset, “Ensimismamiento y alteración”, en Obras ..., Tomo V, p. 291.

[121] Ortega y Gasset, “Ideas y creencias”,en Obras ..., Tomo V, p. 379.

[122] Marta Campomar, op. Cit. p. 144.

[123] Ibidem, p. 145.

[124] Ortega y Gasset, “El Hombre a la defensiva”, en Meditación…, op. cit. p.211.

[125] Marta Campomar, op. Cit. p. 146.

[126] Ibidem, p. 147.

[127] Máximo Etchecopar, op. cit. p. 94.

[128] Carlos Adam, “Obras de José Ortega y Gasset publicadas en la Argentina”, p. 102 al 144, en Revista de Filosofía, Nº 17, del Instituto de Filosofía, Universidad Nacional de La Plata, 1966.

[129] Máximo Etchecopar, op. cit. p. 104.

[130] Tzvi Medin, op. cit. p. 131.

[131] Ortega y Gasset, Europa y la idea de nación, Alianza Editorial, Madrid, 1985.

[132] Tzvi Medin, op. cit. p. 134.

[133] Ibidem, p. 217.

[134] Sur, “Homenaje a Ortega”, Nº 241, Buenos Aires, julio y agosto de 1956.

[135] Fernando Vela, “Evocación de Ortega”, en Sur, Nº 241, p. 12, Buenos Aires, julio y agosto de 1956.

[136] Victoria Ocampo, “Mi deuda con Ortega”, en Sur, Nº 241, p. 206, Buenos Aires, julio y agosto de 1956.

[137] Silvina Bullrich, “Ortega y Gasset y El hombre a la defensiva”, Atlántida, octubre de 1957, p. 42.

[138] Sur, Nº 353, Buenos Aires, julio – diciembre de 1983.

[139] Juan Carlos Torchia Estrada, “Romero y Ortega”, Sur, Nº 353, p. 145.

[140] La Nación, 8 de mayo de 1983. sec. 4, p. 1.

[141] Alicia Jurado, sin título, en La Nación, 8 de mayo de 1983. sec. 4, p. 1.

[142] Ezequiel de Olazo, “La lección del filósofo”, en La Nación, 8 de mayo de 1983. sec. 4, p. 1.

[143] Revista de Occidente, Nº 37, segunda época, Madrid, junio de 1984.

[144] Natalio Botana y Ezequiel Gallo, “La política argentina entre las dos guerras mundiales”, en Revista de Occidente, Nº 37, segunda época, p. 51, Madrid, junio de 1984.

[145] Roberto García Pinto, “Los pasos de Ortega en la Argentina”, en Revista de Occidente, Nº 37, segunda época, p. 93, Madrid, junio de 1984.

[146] Ibidem, p. 93.

[147] Mariano Grondona, “Los argentinos según Ortega y Gasset, de ayer y hoy.”, en Ortega y la Argentina, op. cit. p. 55.

[148] Ibidem, p. 58-58.

[149] Ibidem, p. 59.



Ver el Libro de Visitantes

Firmar el Libro de Visitantes

Enviar Correo



Volver a La página de Chami