Parte I


Capítulo VI



Granada, 12 de abril de 1492.        

Luis de Santángel, Tesorero del Rey, se esforzaba por persuadir al Consejo de Castilla y Aragón para que autorizara la expedición a Las Indias navegando hacia el oeste. La Reina Isabel, sentada en su trono al lado del Rey, parecía muy interesada en el discurso.

Fernando de Aragón contemplaba la cúpula de madera calada en forma de estrellas del gran recinto de la Sala de los Embajadores, que filtraba la luz del mediodía semejando una noche de infinitos luceros. Muchas veces, durante los últimos años, se habían tratado en las reuniones del Consejo del Reino las condiciones del viaje que proponía ese aventurero converso, Cristóbal Colón. Fernando había tenido sobrados motivos para oponerse a esta aventura, pensaba que todavía no era el momento oportuno, que el Reino tenía otras prioridades, que no había recursos suficientes. Ya estaba cansado; dejó de escuchar al Tesorero. La cuestión era que Santángel también era converso y los judíos entre ellos siempre se ayudaban y muchas veces traían problemas. El primer entredicho que había tenido con un judío sucedió antes de que fuera coronado Rey de Sicilia por su padre, Juan II de Argón. Le había cedido el reino de Sicilia para que pudiera casarse como un rey con Isabel de Castilla, que ya era reina. Había sido por aquellas épocas que Ximeno Gordo, un judío, armó un ejercito en Zaragoza para luchar contra los franceses y logró grandes éxitos. No podía permitir que un judío, aunque había dado la victoria a España, tomara las armas; por ello lo mandó a degollar. Pero la culpa de que hubiera tantos judíos en la corte de Aragón era de su padre. Sucedió que un médico judío lo había curado de las cataratas devolviéndole la vista, y, desde ese día, Juan II les estuvo muy agradecido. Siempre los defendió. Es por eso que había esperado hasta la muerte de su padre para instalar el Tribunal de la Inquisición en Aragón. Cierto que algunos judíos eran muy buenos en la medicina, el comercio, la tesorería y los oficios y superaban muchas veces a los cristianos, pero eran pérfidos, les gustaba la ostentación y competían por obtener algún cargo en la corte. Torquemada tenía razón. Eran la causa de los problemas del Reino. Los judíos no permitían que los conversos abrazaran la Verdadera Fe. Los forzaban a profesar la antigua ley de Moisés en secreto. De nada había servido cuando mandaron a apartar a los judíos en barrios especiales para que no tuvieran contacto con los conversos. Los habían expulsado de Andalucía, pero no se había logrado que abandonaran por completo esas tierras; de alguna manera conseguían quedarse. Mientras hubiera judíos en Castilla y Aragón los conversos siempre judaizarían. Los informes de la Santa Inquisición daban cuenta de muchos casos de cristianos nuevos que judaizaban. Había muy pocos conversos que abrazaban de verdad la Ley de Jesucristo. Uno de ellos era Santángel, fiel Tesorero del Reino que había estado a las órdenes de su padre. Isaac Abravanel… la audiencia siguiente era con Isaac Abravanel. No era un judío como los otros. Los servicios que prestó al Reino durante la conquista de Granada fueron muy importantes. Había contribuido con todas las provisiones que sus ejércitos requerían. Pero ahora ya no lo necesitaba. Granada estaba derrotada. Tal vez los judíos pensaban que eran indispensables por los tributos que pagaban al Rey. Se equivocaban, ahora había otra fuente de ingresos: las propiedades de los conversos condenados por la Inquisición. Todos los bienes de los relajados pasarían a la corona y a las arcas reales. Un tercio de estos recursos eran para la Inquisición. Así lo había dispuesto por sugerencia de Torquemada. Investigarían a los conversos más ricos de cada ciudad y con esto podrían compensar los tributos de los judíos. Hacía mucho tiempo que deseaba expulsarlos, pero si lo hubiera hecho antes de que Granada fuera conquistada, los judíos habrían pasado a ese Reino y habría sido mucho más difícil la reconquista. El decreto de expulsión estaba firmado. No volvería atrás.

Un gesto de Isabel hizo que Fernando escuchara las últimas palabras de Santángel:

—Don Fernando —dijo el Tesorero—, ahora que la guerra de Granada ha terminado, los diezmos de los judíos que necesitábamos para sostener la lucha ya no son necesarios. Castilla y Aragón pueden costear la expedición a las Indias mediante un préstamo. Luego, con los tributos impuestos a Granada ¿qué digo? con los tributos impuestos a toda Andalucía el Reino podrá devolverlo. La nueva ruta a las Indias traerá grandes riquezas y glorias a vuestras Majestades. Sólo falta acordar las garantías.

—¡Las joyas de la corona, que ya hemos empeñado para solventar la guerra de Granada, os sirven de buena garantía, Santángel! —replicó Isabel con ese gesto imperativo que Fernando conocía tan bien cuando su esposa tomaba una determinación que era irrevocable.

El Rey contempló la gran Sala de los Embajadores donde sus Consejeros asistían en silencio a la audiencia. Debía decidir sobre la autorización al viaje a las Indias y a Cipango por la ruta del oeste, que pedía ese aventurero, Colón. Pero había muchos problemas. La larga batalla por Andalucía, en la que habían estado empeñados desde hacía diez años, ocupó todos los recursos del Reino. No había podido distraer recursos escasos, destinados para la lucha, en un viaje de exploración hacia lo desconocido. Desde joven, desde sus primeras lides por defender la corona de su padre en Aragón contra innumerables enemigos, con la espada y la astucia, sabía que sus fines debía lograrlos uno por uno. Aprendió, en combates sin tregua, a no dar batallas en dos frentes al mismo tiempo. Su vida había sido siempre lucha, pero había vencido. Sus fines, largamente acariciados, se habían logrado: los Reinos estaban unificados, el enemigo moro, vencido, había limitado los poderes de la nobleza, los judíos saldrían expulsados pronto del país y la Inquisición controlaba a los conversos. Se había cumplido el ideal tantas veces soñado de una España unida en un sólo reino, una sola religión. Ahora podría luchar en otros frentes, embarcarse en nuevas empresas. Siempre se había opuesto a esta aventura en el mar océano, pero, tal vez, éste fuera el momento. Las oportunidades que depara el destino hay que aprovecharlas porque no se vuelven a repetir. Además, el rey Juan II de Portugal había obtenido grandes riquezas y territorios en sus expediciones a las costas de África. Podría lograr también para sus Reinos una nueva ruta a las indias; aumentar su gloria, sus riquezas.

—Santángel, manda a llamar a ese Cristóbal Colón y trata con él las condiciones de la expedición —dijo Fernando, y al mirar a Isabel, vio que sus ojos brillaron con el triunfo—. Haz los acuerdos en nuestro nombre. Que mi secretario, Juan de Coloma, escriba las capitulaciones.

Y con esto Fernando dio por terminada la audiencia.





Capítulo VII



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