Parte I




Capítulo XII


Córdoba, 1 de mayo de 1492.

Era un día de primavera, de sol radiante. David escuchó el sonido de las trompetas cuando la clase de Talmud Torá concluía. Le gustaban esas clases: los alumnos leían los pasajes de las Escrituras y el maestro hacía luego los comentarios. Salió con prisa de la escuela junto con su hermano Muchico y se dirigieron a escuchar al pregonero. La austera gracia de la antigua mezquita de Córdoba, ahora trasformada en catedral, se erguía majestuosa frente a la plazoleta. Soldados, frailes, talabarteros, lavanderas, zapateros, plateros, hidalgos, plebeyos, moriscos, judíos, cristianos nuevos y viejos, llegaban lentamente, alertados por las trompetas que anunciaban nuevas. Habían corrido rumores por la ciudad diciendo que los Reyes firmaron edictos muy importantes concernientes a los judíos.

—¡David, Muchico! —escuchó que los llamaban—. Venid con nosotros.

—¡Tío Moché!

Cruzaron la plaza en dirección al grupo de judíos que se encontraban en el extremo más alejado de las puertas de la catedral. Las trompetas de los pregoneros sonaron más cerca.

—Permaneced junto con nosotros —pidió el tío Moché—, puede haber disturbios.

Los pregoneros entraron en la plaza desde el Puente Romano, sobre el Guadalquivir, seguidos por un enjambre de chiquillos que imitaban sus pasos. Uno de ellos llevaba un rollo de papel bajo el brazo y con un bastón marcaba el ritmo de la marcha. El otro, tocaba una trompeta anunciando las nuevas. Subieron los escalones en la parte antigua de la mezquita y se detuvieron sobre una terraza que se elevaba sobre la muchedumbre. Se escuchó un último toque de trompeta y el pregonero, haciendo con el bastón un amplio ademán que reclamaba silencio, desenrolló el bando y comenzó la lectura:

—En el día de hoy, martes primero del mes de mayo del año del nacimiento de Nuestro Salvador, Jesucristo, de mil cuatrocientos noventa y dos, nos es mandado pregonar este Edicto por orden de nuestros Reyes, que dice así: Don Fernando é doña Isabel, por la gracia de Dios rey é reyna de Castilla, de Leon, de Aragon, de Siçilia, de Granada, de Toledo, de Valençia, de Galicia, de Mallorca, de Seuilla, de Çerdeña, de Córcega, de Murçia, de Jahen, de los Algarves, de Algeçiras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, conde é condesa de Barçelona é Señores de Vizcaya, é de Molina, duques de Athenas é de Neopátria, condes de Ruisellon é de çerdeña, marqueses de Oristan é de Goçiano…

David miró en derredor a la muchedumbre silenciosa que escuchaba con atención las palabras del pregonero. Los niños habían dejado sus juegos y estaban sentados sobre los escalones de la catedral.

—…é a los infantes, prelados, duques, —continuó leyendo con voz monótona el pregonero— marqueses, condes, maestres de las Ordenas, pares, ricos-homes, comendadores, alcaydes de los castilos de los nuestros reynos é señoríos é á los Consejos, corregidores, alcaldes, alguaciles…

Los niños comenzaron a jugar, ya aburridos, con piedritas que arrojaban contra la escalera. El tío Moché posó su mano sobre los hombros de David.

…é a las aljamias de los judíos dellas é á todos los judíos é personas singulares…

Sintió la mano de su tío que se tensaba sobre su hombro.

—…porque Nos fuimos informados que hay en nuestros reynos é avia algunos malos cristianos que judaizaban de nuestra Sancta Fée Católica, de lo qual era mucha culpa la comunicaçion de los judíos con los cristianos…

David pensó en sus amigos cristianos, nuevos y viejos, con los que nadaba en el Guadalquivir. ¿Era culpable por hablar con ellos?

—…é otrosi ovimos procurado é dado órden como se fiçiese Inquisiçion en los nuestros reynos é señoríos, la cual como sabeis, ha mas de doçe años que se ha fecho é façe, é por ella se an fallado muchos culpantes, segund es notorio, e segun somos informados de los inquisidores…

—¡Inquisidores hijos de puta! dijo por lo bajo el tío Moché.

—…é de muchas personas religiosas, eclesiásticas é seglares; é consta é paresçe ser tanto el daño que á los cristianos se sigue é ha seguido de la participaçion, conversaçion ó comunicaçion, que han tenido é tienen con los judíos, los cuales se preçian que procuran siempre, por cuantas vias é maneras pueden, de subvertir de Nuestra Fée Católica á los fieles…

David pensó que él nunca había querido subvertir la fe católica.

—…instruyéndolos en las creençias é ceremonias de su ley,…

Los judíos se miraban preocupados interrogándose con los ojos, sin saber adonde el edicto quería llegar con este razonamiento, a todas luces falso.

—…persuadiéndoles que tengan é guarden quanto pudieren la ley de Moysen; façiéndoles entender que no hay otra ley, nin verdad, sinón aquella: lo cual todo costa por muchos dichos é confesiones, asi de los mismos judíos como de los que fueron engañados é pervertidos por ellos; lo cual ha redundado en gran daño é detrimento é oprobio de nuestra Sancta Fée Católica…

David creía que no había otra ley verdadera mas que la ley de Moisés —así se lo habían enseñado sus maestros— pero nunca había tratado de convencer a ninguno de sus amigos cristianos de ello. Ni siquiera a los conversos.

—…Porque cuando algun grave é detestable crímen es cometido por algund colegio ó Universidad, es razón que tal colegio ó Universidad sean disueltos é aniquilados, é los mayores por los menores é los unos por los otros punidos; é que aquellos que pervierten el buen é honesto vivir de las çibdades é villas é por contagio pueden dañar a los otros…

David miró a su tío: ¿cómo podían pagar los menores los crímenes presuntos de los mayores? ¿qué tenía él que ver con los crímenes que nombraba el Edicto? ¿era culpable de un delito que no había cometido? ¿por qué tenían que pagar unos por las acciones de los otros? y además, ¿cómo se podían contagiar los crímenes?

—…por el mayor de los crímenes é más peligroso é contagioso, como lo es este: Por ende Nos en consejo é parecer de algunos perlados é grandes é caballeros de nuestros reynos é de otras personas de çiençia é conçiençia de nuestro Consejo, aviendo avido sobre ello mucha deliberaçion, acordamos de mandar salir á todos los judíos de nuestros reynos, que jamas tornen ni vuelvan á ellos…

El silencio que envolvió a la muchedumbre luego de estas palabras fue quebrado por el grito de dolor de una mujer. Siguieron otros gritos y llantos desde el sector donde se habían congregado los judíos. El tío Moché se rasgó el jubón que llevaba puesto y rompió parte de las vestiduras de Muchico y de David. Cuando se silenciaron los lamentos y exclamaciones de dolor, se escucharon vivas a los reyes y fuera los judíos desde donde se habían congregado los cristianos. El pregonero continuaba su lectura inmutable y pronto se hizo un silencio de muerte, que permitió a David seguir escuchando.

—…que fasta en fin deste mes de Julio, primero que viene deste presente año, salgan con sus fijos é fijas é criados é criadas é familiares judíos, así grandes como pequeños…

La muchedumbre escuchaba expectante. Se oían sollozos contenidos.

—…so pena que, si lo non fiçieren é cumplieren asi, é fueren fallados estar en los dichos nuestros reynos é señoríos ó venir á ellos en qualquier manera, incurran en pena de muerte é confiscaçión de todos sus bienes, para la nuestra Cámara é fisco…

Al escuchar la palabra muerte se escapó una exclamación de muchas gargantas.

—…para que durante el dicho tiempo fasta el dicho dia, final del dicho mes de Julio, puedan andar é estar seguros, é puedan vender é trocar é enagenar todos sus bienes muebles é raices, é disponer libremente á su voluntad; é que durante el dicho tiempo non les seya fecho mal nin daño nin desaguisado alguno en sus personas, ni en sus bienes contra justiçia,…

Se acallaron los gritos y los insultos desde el sector del populacho cristiano. Al menos estarían protegidos por el Edicto real de los desmanes y saqueos.

—…É assi mismo damos liçençia é facultad á los dichos judíos é judías que puedan sacar fuera de los dichos nuestros reynos é señoríos sus bienes é façiendas por mar é por tierra, en tanto que non seya oro nin plata, nin moneda amonedada, nin las otras cosas vedades por las leyes de nuestros reynos…

Y David miró la tristeza reflejada en el rostro de su tío Moché y pensó que se repetía un exilio, como el de Babilonia, que había leído por la mañana en clase. No pudo imaginar cómo sería la vida lejos del viejo molino sobre el amado Guadalquivir.

—…Dada en la çibdad de Granada, treynta e uno del mes de Marzo, año del Nasçimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil quatroçientos é noventa é dos. Yo el Rey. Yo la Reyna, Yo Juan de Coloma, secretario del rey de la Reyna, nuestros señores, la fiçe escribir por su mandado.

Un toque de trompeta indicó que la proclama había terminado. El pregonero enrolló el bando y bajó por la escalera de la catedral. David se marchó de la plaza con su hermano y su tío entre el llanto de las mujeres, el silencio de los cristianos y las miradas huidizas de alguno de sus compañeros de correrías por el Guadalquivir.

 

 

 

Ya era público el drama que enfrentarían los judíos. Tenían tres meses para dejar el país de sus antepasados, el país donde habían vivido juntos, durante generaciones, judíos, cristianos y moros. Debían dejarlo ante la insensibilidad de sus conciudadanos, de sus compañeros de juegos, de empresas, de guerras, de amores. Debían emprender un nuevo exilio para su pueblo o renegar de su fe. Y los veo caminar apesadumbrados, con el corazón atenazado por la angustia, desde la plaza de la catedral hacia sus casas y comunicar las nuevas a sus familias. Sin comprender todavía la magnitud de la tragedia que les esperaba, pensando que debían dejar sus propiedades, sus sinagogas, sus cementerios, los lugares que amaban; pensando que eran expulsados hacia tierras desconocidas, ignorando la forma cómo serían recibidos. La angustia y el miedo de ese día me llegó a mí, trasmitida de alguna manera misteriosa por mis abuelos, que vinieron a esta Argentina hablando el castellano fosilizado de aquel fatídico 1492, y con la nostalgia de España todavía en el corazón.







Capítulo XIII



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