En
el año 1807, antes que los ingleses intentaran ocupar Buenos Aires por segunda
vez, se produjo un acontecimiento que marcó los sucesos políticos de los próximos
dos años en la América del Sur. Me refiero a la fuga de los prisioneros
ingleses: el general William Carr Beresford y el coronel Denis Pack. En febrero
de 1807 los ingleses desembarcaron en la Banda Oriental ocupando Montevideo. Los
oficiales ingleses, luego de la derrota que habían sufrido durante la primera
invasión, estaban confinados en la ciudad de Luján, cerca de Buenos Aires. El
capitán de artillería, Saturnino Rodríguez Peña, encargado en entregar los
sueldos a esos oficiales, entabló conversaciones con Beresford imaginando un
propósito de independencia con la ayuda inglesa. Luego de la ocupación de
Montevideo en 1807, durante la segunda invasión, concibieron un plan de fuga
para liberar a dichos oficiales. Peña organizó una entrevista con Martín de
Álzaga (que era Alcalde de primer voto en el Cabildo de Buenos Aires), exponiéndole
el propósito e intentando sumarlo en la conspiración. Pero Álzaga, mediante
una estratagema, documentó con un escribano la conversación con Peña con el
propósito de prender a los conjurados. Peña, junto con Aniceto Padilla,
alertados de esto, apuraron la fuga de los oficiales pasando subrepticiamente a
la Banda Oriental, ya ocupada por los ingleses.[1]
Luego
de la derrota de la invasión, los conjurados debieron escapar: Saturnino Rodríguez
Peña se refugió en Río de Janeiro y Aniceto Padilla emigró a Londres. Ambos
gozaron de una pensión del gobierno inglés en recompensa de este acto. En los
años siguientes fueron partícipes de diferentes negociaciones que se
encaminaban a la independencia, pero con resultados negativos, como veremos más
adelante.
Ya
en Londres, Padilla se reunió con Sir Arthur Wellesley, más tarde nombrado
duque de Wellington, el 2 de abril de 1808 y, al termino de esa reunión,
Padilla le envió una memoria al general inglés. En ella relata que con la
ocupación inglesa, los americanos “creyeron que el propósito de la nación
británica era proteger la independencia de ese país; [...] Pero como después
de eso, la conducta de los jefes británicos no correspondiera en absoluto con
las esperanzas que el pueblo había concebido, tomaron la resolución de
expulsarlos mediante la reconquista, cosa que hicieron poco tiempo después.”
Más adelante continúa Padilla: “Peña dirigió sus pasos a Rúo de
Janeiro para observar el movimiento y vicisitudes del país, y yo me dirigí a
esta capital para tomar consejo y conferenciar con nuestro compatriota el
general Miranda, cuyos conocimientos, experiencia y los generosos y constantes
esfuerzos para lograr la independencia de los americanos nos son conocidos desde
hace tiempo,” Finaliza la nota pidiendo una expedición británica de unos
6.000 a 7.000 hombres que desembarquen en la Colonia del Sacramento y desde allí
ganar la voluntad de toda la provincia.[2]
No
es posible comprender las revoluciones de la Independencia americana si nos
desentendemos de los acontecimientos del continente Europeo. Los hechos que
llevaron a la revolución de Mayo en Buenos Aires y las revoluciones en el resto
de América Española se relacionan íntimamente con los sucesos de Europa a
comienzos del siglo XIX. El tratado
de San Ildefonso de 1796,
firmado entre la Convención
Nacional Francesa y Carlos
IV de España, representado por el favorito y primer Ministro Manuel
Godoy, así como el tratado
de Aranjuez de 1801
con el Consulado
de Napoleón Bonaparte, restablecieron la alianza tradicional que había regido
las relaciones entre la Corona Española y Francia. España puso a disposición
de Napoleón su Armada
para la guerra naval contra los británicos, que culminaría en octubre de 1805
con la destrucción de su marina en Trafalgar. La flota española que mantenía
el comercio con las colonias se vio, a partir de ese momento, muy debilitada.
Napoleón, al no poder invadir a Gran Bretaña —que había
afianzado su dominio sobre los mares—, decidió un bloqueo comercial contra el
Reino Unido impidiendo la entrada de sus productos a Europa. Pero ese bloqueo
fue rechazado por Portugal —aliado tradicional de Inglaterra—, en 1807.
Entonces el Emperador de Francia decidió la invasión de Portugal. Negoció con
España un tratado conocido por el Tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de
octubre de 1807,
donde se estipulaba una invasión militar conjunta franco-española a Portugal.
España permitía para ello el paso de las tropas francesas por su territorio.
Los franceses, ayudados por España, ocuparon Lisboa en noviembre de 1807. El
Almirantazgo Inglés, alertado de este avance franco-español, encomendó a Sir
Sidney Smith que comandase una escuadra naval que debería conducir a la familia
real de Portugal al Brasil.[3]
Desembarcó en el río Tajo, a comienzos del año
1808, y trasladó a la familia real portuguesa, al gobierno y a los principales
miembros de la sociedad portuguesa a Brasil instalando la corte y la capital en
Río de Janeiro. Sidney Smith trabaría una estrecha amistad con la
Princesa Carlota y será un partidario ferviente de la idea de que la princesa
asumiera la regencia en el Río de la Plata en nombre de su familia prisionera.
Mientras
tanto, Napoleón seguía con sus propósitos de invadir España. Se calcula que
a comienzos de 1808 ya había 100.000 soldados franceses acantonados en la Península.
El 19 de marzo de 1808 el rey Carlos IV abdicó el trono de España a favor de
su hijo Fernando VII. Pero al poco tempo manifestó la nulidad de esa abdicación
diciendo que había sido obligado por la fuerza.[4]
En
España convivían las dos coronas, la de Carlos IV y la de Fernando VII. Carlos
IV consideraba a Napoleón como su aliado y exhortaba a los españoles a no
prestar oídos a los que se pronuncian contra Francia.[5]
El pueblo estaba a favor de Fernando VII y despreciaba a Carlos IV y a su
favorito, Godoy por afrancesado y aliado de Napoleón.
Sucedieron
entonces los denominados “sucesos de Bayona”. El nuevo rey dejó Madrid en
manos de una Junta Suprema de Gobierno y se dirigió al encuentro de Napoleón,
lo mismo hizo su padre, Carlos IV. Frenando VII llegó primero a esa ciudad para
entrevistarse con Napoleón como Rey de España. Fue agasajado en un principio
con gran pompa pero luego fue despojado del trono por el Emperador francés.
Finalmente Napoleón logró que la familia real de España ceda todos sus
derechos en su persona y luego cedió el trono de España a su hermano José
Napoleón. Estos sucesos fueron conocidos poco más tarde en Buenos Aires en una
proclama impresa con fecha 8 de mayo de 1808.[6]
Esto
produjo el descontento en la Península lo que impulsó la rebeldía de los
pueblos en contra del rey José y a favor de Fernando VII. En efecto, la reacción de los españoles frente a la invasión de las fuerzas
francesas y la prisión de los reyes en Bayona fue la creación de juntas en
cada ciudad, compuestas por “todos los magistrados y autoridades reunidas y
por las personas más respetables”. Damos como ejemplo la proclama de la
Junta de Sevilla:
El pueblo pues de Sevilla se juntó el 27 de mayo, y por medio de todos los magistrados y autoridades reunidas y por las personas mas respetables de todas las clases creó esta Junta Suprema de Gobierno, la revistió do todos sus poderes, y le mandó defendiese la religión, la patria, las leyes y el Rey. Aceptamos encargo tan heroico, juramos desempeñarlo, y contamos con los esfuerzos de toda la Nación. Precedió antes proclamar y jurar de nuevo por nuestro rey al Sr. D. Femando VII y morir en su defensa y este fue el grito de la alegría y el de la unión, y lo será para toda la España.[7]
Juntas
análogas se crearon en muchas ciudades españolas y comenzó la lucha armada
contra el invasor francés.
Los
primeros episodios de la lucha conocida como “Guerra de la Independencia Española”,
fueron favorables a las armas peninsulares, en especial en la batalla de Bailén
el 19 de julio de 1808 donde los franceses fueron derrotados. En ella se
distinguió José de San Martín, futuro libertador de parte de América del
Sur.
A
causa de esta derrota, Napoleón invadió personalmente España y comenzó a
destrozar los ejércitos españoles hasta invadir toda la Península quedando el
gobierno español limitado a la isla de León, en las inmediaciones de Cádiz.
Los
acontecimientos de Europa repercutieron en América Española y en especial en
el Virreinato del Río de la Plata. Las noticias de España que traían los
barcos ingleses que fondeaban, ya sea en el puerto de Montevideo o en Buenos
Aires, eran ávidamente leídas y discutidas por la población local. Se imprimían
o reimprimían bandos y proclamas acerca de los acontecimientos europeos.
Un
impreso de Manuel Belgrano, escrito a comienzos de 1808 en forma de diálogo
entre un Castellano y un Español Americano, nos indica el
pensamiento de los patriotas y las cuestiones que se discutían en Buenos Aires
en esos momentos, en el supuesto caso de que España fuera subyugada por Napoleón.
Belgrano pone en boca del Castellano el siguiente texto:
Opinan pues, algunos, que debemos seguir la suerte de la Metrópoli, aunque reconozca la Dinastía de Napoleón; otros que nos debemos constituir en República; otros que continúe el Gobierno en mano del actual Jefe hasta que vuelva Fernando VII; y otros que debemos reconocer a la Infanta de España D. Carlota Joaquina, por Regenta da estos Dominios, y todos con un espíritu acalorado, que me parece que toca ya a la anarquía y desolación de estos deliciosos Países.[8]
En
este párrafo se percibe el estado de efervescencia de las colonias ante las
noticias que llegaban de Europa. El Americano finalmente proclama su
opinión en favor de “reconocer a la Infanta D. Carlota Joaquina de Borbón,
por Regenta de estos Dominios.”[9]
Este partido es el que van a adoptar en el año 1808 los patriotas como el
mismo Manuel Belgrano, Castelli y los hermanos Rodríguez Peña entre otros. La
gestión para coronar como regente en Buenos Aires a la Princesa Carlota de
parte de los patriotas de Buenos Aires ocuparía toda la atención, durante el año
1808, de los que estaban a favor de la Independencia, de los que estaban en
contra y además, de las cancillerías de Brasil y de Gran Bretaña.
En
Buenos Aires se reimprimían proclamas de la Península a favor de la monarquía
española, en la cabeza de Fernando VII, y en contra de la invasión de Napoleón.
Por ejemplo, una proclama escrita en ese tenor en el año 1808, firmada por Los
Sevillanos, califica al Emperador Francés de la siguiente forma:
Americanos, noble progenie de ilustres españoles, fieles cual nosotros a su Monarca, y Ciegos adoradores de un mismo Dios eterno: el frenético y ambicioso Conquistador, el malvado y declarado enemigo de la humanidad, un hombre sin moralidad, ni carácter, un monstruo de perfidia e ingratitud sin igual, el audaz y sacrílego profanador de leyes, derechos y religión; en una palabra, Napoleón Bonaparte, Emperador por usurpación de los franceses, es la furia que ha lanzado el averno con estremecimiento y horror para ruina y desolación de los Pueblos y Naciones, y el que intenta reducir a España e Indias a penosa esclavitud, para que subyugadas a su carro completen los triunfos de su maldad.[10]
Un
poco más adelante la proclama apelaba a las tres ideas que conformaban el
pensamiento realista, que se repetía en todas las exhortaciones que defendían
a la Monarquía: Patria, Religión y el Rey:
Y Vosotros Americanos, ¿no quisierais velar y unidos a la Patria vencer o morir defendiendo vuestra apreciable libertad, vuestra divina Religión, y vuestro Rey y Señor Fernando VII, el amado?[11]
Llegaban
además proclamas exhortando la adhesión al rey impuesto por los franceses:
Josef Napoleón.[12] En el año 1808 se
publicaron en Buenos Aires, en la Imprenta de los Niños Expósitos, tres Cartas
de un amigo que vive en la ciudad a otro que tiene su habitación en el
campo. En ellas el autor anónimo ironiza la actividad de los masones en
cuanto proclaman “elogios de la libertad y la igualdad”[13]
Si bien estas cartas tenían por objeto ridiculizar a la masonería, nos
indican que en Buenos Aires existían esas logias y existía una actividad que
preocupaba a las autoridades. En estas cartas aparece otro grupo de ideas que se
opondrán a las concepciones realistas mencionadas anteriormente, son las
derivadas de la Ilustración y de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y
fraternidad, establecidas en la Declaración de los derechos del Hombre y del
Ciudadano, declarados por la Asamblea de Francia en el año 1789.
En
febrero del año 1808 llegó a Buenos Aires la noticia del arribo de la Corte de
Portugal a Brasil y el virrey Liniers emitió una proclama al pueblo donde
anunciaba el acontecimiento y prevenía a la población en el caso de la
posibilidad de una nueva invasión de los ingleses.[14]
Mientras
tanto, en España, en mayo de 1808, Carlos IV se proclamaba partidario de Napoleón
y pidió al pueblo que no empleara las armas contra las tropas francesas.[15] Pero las juntas que se
constituían en las diferentes ciudades de España declaraban la guerra a la
Francia de Napoleón como a su vez proponían no hostigar a la nación inglesa.
Como ejemplo transcribo la declaración de guerra a Francia de la Junta de
Sevilla el 6 de junio de 1808, escrito que se conoció en Buenos Aires poco
tiempo después:
DECLARAC10N DE GUERRA AL EMFERADOR
de la Francia Napoleón I.
'FERNANDO EL VII, REY DE ESPAÑA Y DE LAS
Indias, y en su nombre la Suprema Junta ambas
La Francia o mas bien su Emperador Napoleón I ha violado con España los pactos mas sagrados: le ha arrebatado sus monarcas, y a obligado a estos a abdicaciones y renuncias violentas y nulas manifiestamente: se ha hecho con la misma violencia dar el señorío de España para lo que nadie tiene poder: ha declarado que ha elegido Rey de España, atentado el mas horrible de que habla la historia: ha hecho entrar sus ejércitos en España, apoderarse de sus fortalezas y capital, y esparcidos en ella, y han cometido con los españoles todo genero de asesinatos, de robos y crueldades inauditas; y para todo esto se ha valido no de la fuerza de las armas, sino del pretexto de nuestra felicidad, de ingratitud la mas enorme a los servicios que la nación española le ha hecho, de la amistad en que estamos, del engaño, de la traición, de la perfidia mas horrible, tales que no se leen haberlas cometido ninguna nación, ningún monarca, por ambiciosos y bárbaros que hayan sido, con ningún rey ni pueblo del mundo. Ha declarado últimamente que va a trastornar la monarquía, y sus leyes fundamentales, y amenaza la ruina de nuestra Santa Religión Católica, que desde el gran Recaredo hemos jurado, y conservamos los españoles, y nos ha forzado a que para el remedio único de tan graves males, los males, los manifestemos a toda la Europa, y le declaremos la guerra.
Por tanto, en nombre de nuestro Rey Fernando el VII, y de toda la nación española declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón I, y a. la Francia, mientras este bajo su dominación y yugo tirano, y mandamos a todos los españoles obren con aquellos hostilmente, y les hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra, y se embarguen todos los buques franceses surtos en nuestros /puertos, y todas las propiedades, pertenencias y derechos, que en cualquiera parte de España se hallen, y sean de aquel gobierno, ó de cualquiera individuo de aquella nación. Mandamos asimismo que ningún embarazo ni molestia se haga á, la nación inglesa, ni a su gobierno, ni a sus buques, propiedades y derechos, sean de aquel ó de cualquiera individuo de esta nación, y declaramos que hemos abierto, y tenemos franca y libre comunicación con la Inglaterra, y que con ella hemos contratado y tenemos armisticio, y esperamos se concluirá. con una paz duradera y estable.[16]
El
31 de julio de 1808 el Cabildo de Buenos Aires juró fidelidad a Fernando VII y
proclamó su lealtad a la Monarquía con las siguientes palabras: “Con ella
han reanimado los más vivos deseos de mantener constantemente y con toda su
integridad la íntima y absoluta dependencia de estos dominios a su Metrópoli
[...]” Firma en primer lugar Martín de Álzaga, alcalde de primer voto en
el Cabildo de Buenos Aires.[17]
A
mediados de 1808, mientras las tropas francesas avanzaban en la Península Ibérica,
en España existía gran preocupación por la eventualidad de que las colonias
se plegaran al partido de Napoleón. En especial en Buenos Aires donde el virrey
Liniers era francés. Es por eso que la Junta de Sevilla envío al brigadier
Molina a Buenos Aires con la misión de que vigilara al virrey en el caso de que
fuera seducido por Napoleón, alegando que era francés de nacimiento.[18]
También
llegó una misión francesa a Buenos Aires a cargo del marques de Sassenay en el
mes de agosto de 1808. Fue recibido con suspicacia por Liniers quien por eso
organizó una reunión conjunta con el Cabildo y la Audiencia. Allí se resolvió
expulsar al emisario a Montevideo, para que luego regresara a Europa, y afirmar
la lealtad del pueblo de Buenos Aires al rey Fernando VII. Liniers publicó a
continuación un bando para informar a la población ante las “vanas
conjeturas” de los habitantes de Buenos Aires, lo que nos indica que la
llegada de este emisario había despertado suspicacias en la ciudad.[19]
También
en el mes agosto arribó a Buenos Aires el brigadier José Manuel de Goyeneche,
comisionado por la junta de Sevilla para informar los sucesos de España “y
de manifestar la necesidad de mantener ahora con mayor energía que nunca los
indisolubles vínculos que unen estos dominios con la Metrópoli.”[20]
Vemos
entonces la preocupación que existía en España por el partido que pudiera
tomarse en Buenos Aires: ya sea reconocer al rey francés, José Napoleón, a
las juntas de España o declararse independientes. Por ello se sucedieron estas
visitas de representantes de las partes en pugna en Europa.
Comenzó
entonces una campaña en contra del virrey Liniers, encabezada por Elío desde
Montevideo y Martín Álzaga desde su asiento en el Cabildo de Buenos Aires.
Prueba de ello es que el Gobernador y el Cabildo de Montevideo enviaron una
carta al Cabildo de Buenos Aires informando de los planes del Regente de
Portugal de invadir la Banda Oriental y especular con la adhesión de Liniers al
emperador Napoleón, por lo que instaban al Cabildo a deponer al virrey.[21]
Días
después, el 13 de septiembre, el Cabildo de Buenos Aires envió un oficio
firmado por Álzaga y demás oidores, a la Junta de Sevilla solicitando que se
releve del mando a Liniers pues “El que actualmente la rige y gobierna,
aunque lleno de mérito, y acreedor a las liberalidades de Vuestra Alteza Serenísima
por los servicios que ha hecho a la Corona, no es idóneo para mandar, ni
podemos descansar en él sin zozobras y sobresaltos. [...] Prémiese sus
servicios: el Cabildo lo suplica encarecidamente, pero no sea conservándolo en
el mando de estas provincias, por que caminarán a pasos muy veloces hasta su última
ruina.”[22]
También Goyeneche mandó a la Junta de Sevilla un informe negativo acerca del
gobierno de Liniers, en términos similares al anterior.[23]
Liniers
tuvo conocimiento de la conducta de Elío y de la propuesta de deposición que
envió al Cabildo de Buenos Aires. Mandó entonces un oficio dirigido a la
Suprema Junta de Gobierno de España, el 17 de septiembre de 1808, tildando al
informe del Cabildo como de “negra calumnia”[24]
El mismo día envió un oficio a Juan Ángel Michelena para que reemplace a Elío
como gobernador de la Banda Oriental.
Esta
orden de Liniers provocó un tumulto en Montevideo que le impidió a Juan Ángel
de Michelena asumir el gobierno. Se llamó a Cabildo Abierto y el 21 de
septiembre de 1808 se creó una Junta de Gobierno, independiente de Montevideo,
presidida por Francisco Xavier Elío y conformada por “Vecinos antiguos de
esta Ciudad”. La desconoció la orden del Virrey Liniers de relevar a Elío,
trasladarlo, a Buenos Aires y reemplazarlo por Michelena.[25]
A
fines de septiembre, el cura párroco de Montevideo, Juan
José Ortiz, envió un oficio al Obispo de Buenos Aires, quien le impedía
celebrar misa por haber formado parte de la Junta presidida por Elío, junta que
en Buenos Aires era considerada rebelde. El párroco justificaba su adhesión a
la creación de la Junta alegando que los americanos tenían el mismo derecho a
hacerlo que los europeos. Además, en este texto encontramos una expresión muy
interesante de la identidad de algunos americanos:
Ilustrísimo Señor: Los españoles americanos somos hermanos de la los españoles de Europa; por que somos hijos de una misma Madre, formamos un mismo pueblo, componemos una sola familia: estamos sujetos a un mismo Monarca: gobernamos por las mismas Leyes, y nuestros derechos son unos mismos. Los de allá, viéndose privados de nuestro mas amado Rey el Señor D. Fernando Séptimo han tenido facultades para proveer a su Seguridad común; y defender los imprescriptibles derechos de la corona, creando Junta de Gobierno que han sido la salvación de la Patria, y creándolas con aun mismo tiempo, y como por inspiración Divina. Lo mismo sin duda podemos hacer nosotros pues somos igualmente libres, y nos hallamos envueltos en unos mismos peligros; por que aunque estamos más distantes, esta rica colonia fue ciertamente el sebo que arrastró al infame corso al detestable plan de sus pérfidas, y violentas usurpaciones, según el mismo lo manifestó a los fabricantes el de Burdeos poco antes de entrar a su obscura guarida de Marrac. Debemos pues estar vigilantes cuando es manifiesta su tenacidad en llevar adelante sus proyectos y, volver a la presa, como el voraz e Tiburón que vuelve al segundo anzuelo, aunque el primero le haya roto las entrañas. Si se tiene a mal que Montevideo haya sido la primera ciudad de la América que manifestase el noble, y enérgico sentimiento de igualarse con las ciudades de su Madre Patria, fuera de lo dicho y de hallarse por su localidad mas expuesta que ninguna de las otras, la obligaron a esas circunstancias que son notorias, y no es un delito ceder a la necesidad.[26]
Poco
más tarde, Ortiz, disgustado por ciertas actitudes de Elío, se trasladó a
Buenos Aires pero cuando intentó regresar a Montevideo, el gobernador Elío le
impidió la entrada.
En
Septiembre de 1808 Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Antonio Luis Beruti,
Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña despacharon una memoria a la
princesa Carlota Joaquina ofreciendo su apoyo mediante los oficios de Felipe
Contucci que sería el intermediario. Señalaron que a partir de la ocupación
inglesa existían en Buenos Aires partidos para “constituirse en gobierno
republicano”. Luego agregaban una serie de reclamos de los americanos que
se solucionarían con un gobierno republicano, aunque sería más conveniente
una regencia presidida por la infanta Joaquina Carlota. Es interesante la
enumeración de reclamos que hacían los firmantes:
[...] que cesaría la calidad de Colonia, sucedería la ilustración en el país, se haría la educación, civilización y perfección de costumbres, se daría energía a la industria y comercio, se extinguirían aquellas odiosas distinciones que los europeos habían introducido diestramente entre ellos, y los americanos, abandonándolos a su suerte, se acabarían las injusticias, las opresiones, las usurpaciones y dilapidaciones de las rentas, y un mil de males que dependen del poder que a merced de las distancias del trono español se han podido apropiar sin temor de las leyes, sin amor a los monarcas, y sin aprecio de la felicidad general.[27]
Estos
dos escritos del mes de septiembre de 1808, redactados en las márgenes opuestas
del Río de la plata, presentan ideas de identidad política diferentes:
mientras que el párroco de Montevideo, Ortiz, expresaba su identificación con
lo español indicando la igualdad entre los españoles, tanto los nacidos en la
Península como los americanos, con la frase que tomamos del texto anterior: “Los
españoles americanos somos hermanos de la los españoles de Europa; por que
somos hijos de una misma Madre, formamos un mismo pueblo, componemos una sola
familia: estamos sujetos a un mismo Monarca: gobernamos por las mismas Leyes, y
nuestros derechos son unos mismos.” Texto que implicaba la idea de colonia
y dependencia de España, Manuel Belgrano expresaba una serie de ideas
contrarias: “cesaría la calidad de Colonia,” “sucedería la ilustración”,
“la educación, civilización y perfección de costumbres”. Este
contraste de ideas antagónicas, las primeras ligadas al Antiguo Régimen y las
segundas, hijas de la Ilustración, serán el trasfondo ideológico de las
luchas por la Independencia que se sucedería por casi veinte años a partir de
1809. Combate de ideas que finalmente se transformaron en guerra militar. La
guerra de la Independencia.
Fue
muy importante la labor de inteligencia que realizaba el Ministerio de
Relaciones Exteriores Británico, Foreing Office. Recibía constantemente
información proporcionada por los comerciantes y viajeros ingleses que se
encontraban en América del Sur. También lo hacían los oficiales británicos,
en especial los marinos. En estos informes encontramos un valioso material que
nos da cuenta del estado de las colonias españolas poco antes de la lucha por
la Independencia.
Un
informe escrito en el año 1808 por el comerciante inglés que firma señor
Johnson, indicaba que a pesar de la derrota británica luego de las invasiones a
Buenos Aires, que, si bien: “terminaron en desastre y desgracia, produjeron
por lo menos el efecto beneficioso de ponernos en conocimiento de la fuerza
interna de esas regiones y de la desafección de la mayoría de sus habitantes
con su metrópoli.” Más adelante recalca los beneficios para el Reino
Unido que traería un mercado que compense las pérdidas producidas por el
cierre de los mercados del Continente Europeo y propone la creación de una
monarquía independiente en Sud América.[28]
Pero
sucedió un acontecimiento inesperado para España y sus colonias: el 4 de julio
de 1808 el Rey de Inglaterra, Jorge III, decretó el cese de hostilidades con
España, terminó el bloqueo de los puertos españoles y permitió la entrada de
buques españoles a los puertos de Gran Bretaña.[29]
Esto modificaba todo el tablero político de Europa y de las colonias. En
efecto, Inglaterra, el tradicional adversario de España se convertía en aliado
y Francia, que había sido siempre aliada de España, pasa a ser ahora el
enemigo.
En
agosto de 1808, el Secretario de Estado de Guerra y las Colonias, Vizconde de
Castlereagh, en nombre del gabinete inglés, encomienda a al mayor Burke una
misión en Buenos Aires que consistía en “trabajar las mentes de los españoles
en contra de los franceses”, pensando en que si España caía en manos de
los franceses, Inglaterra repetiría lo que había hecho con la corte de
Portugal: trasladar a América la corte española.[30]
Lord
Strangford, Embajador británico en Río de Janeiro, expidió un informe a
George Canning, Ministro de Relaciones Exteriores, en junio de 1808 comunicando
sus temores por las intenciones del Príncipe Regente de Portugal a extender su
dominio hasta el Río de la Plata y pidió instrucciones sobre cómo proceder al
ministerio inglés. Strangford comunicó que disuadiría al príncipe de estos
propósitos hasta conocer la política británica al respecto.[31]
Canning
respondió que “rogará seriamente al ministro portugués de suspender toda
operación ulterior tomada con ese fin, y de respetar en las colonias
sudamericanas, aquellos lazos de interés común y amistad, con que España y
Portugal están ahora unidos en Europa.”[32]
Son
muy ilustrativas las instrucciones que el 5 de octubre de 1808, George Canning
le comunica a J. H. Frere, embajador inglés en España, acerca de los alcances
de su misión diplomática. En especial lo que concierne a la actitud británica
con respecto a Sud América. Le indicaba “abstenerse, si se lo solicita, de
reconocer o aún de ayudar a su independencia.”[33]
A
fines de octubre Saturnino Rodríguez Peña, que estaba exiliado en Río de
Janeiro, envió una serie de cartas a Sidney Smith presentándole a un grupo de
residentes en Buenos Aires que estarían a favor de la regencia de la Princesa
Carlota. Los principales nombres mencionados son: Juan José Castelli, Félix
Casamayor, y Martín de Álzaga. Además mandó a Buenos Aires otras escritos
para varias personas con el objeto de promover la regencia de Carlota hasta
tanto el rey Fernando VII, prisionero en manos de Napoleón, pudiera regresar a
España. Rodríguez Peña las envía en manos del medico inglés, Diego
Paroissien, que junto con el coronel Burke, serán los portadores de esas
misivas.[34]
La
Princesa Carlota Joaquina era hija del Rey de España, Carlos IV y hermana de
Fernando VII. Como descendiente de los reyes de España, aspiraba a la sucesión
del trono en la medida que su padre y su hermano —legítimos herederos—
estuvieran prisioneros de Napoleón. Para ello trabó relación con el almirante
de la flota británica que había trasladado a la familia real portuguesa a
Brasil, Sidney Smith, y juntos idearon un plan para establecer una regencia en
el Río de la Plata. Para ello establecieron contactos con patriotas como Manuel
Belgrano y Castelli por intermedio del comerciante Felipe Contucci.
Sidney
Smith informó a la Princesa un lista de “personas que ocupan los más
altos cargos y dignidades en la colonia española de Buenos Aires a las cuales
convendría enviarles ejemplares de las actas formales y públicas emanadas de
sus manos...”[35]
Estas actas expresaban la voluntad de ejercer una regencia en Buenos Aires
mientras su padre y su hermano permanecieran prisioneros de Napoleón.
Ya
en septiembre de 1808, Sidney Smith promovía la salida de la Princesa Carlota
para Buenos Aires junto con su hijo, el Infante don Pedro, pues consideraba que,
de ser derrotadas las tropas españolas y la Península conquistada por Napoleón,
una parte del Cabildo de Buenos Aires era partidario la declaración de la
independencia.[36]
El
21 de octubre la princesa Carlota comunicó a Goyeneche que Sidney Smith se
dirigía a Buenos Aires con el objeto de “dirimir la discordia de esos dos
jefes, por medios amigables, como es de razón.”[37]
Se refiere a la disputa entre el gobernador de Montevideo, Elío y el virrey
Liniers.
El
primero de noviembre la princesa Carlota le envió una nota a Liniers donde le
anunciaba la llegada de Paroissien con cartas comprometedoras: “lleva
cartas para varios individuos de esa capital, llenas de principios
revolucionarios y subversivos del presente orden monárquico; tendientes al
establecimiento de una imaginaria y soñada república, la que siempre está
proyectada por una pequeña porción de hombres miserables y de pérfidas
intenciones que no sirven mas que para comprometer el honor de sus buenos y
honrados conciudadanos; pero como por pequeña que sea la tal maquinación,
siempre es diametralmente opuesta a las leyes, a los derechos de mi real
familia.” Le ruega que ni bien arribe la nave, envíe a bordo a una
persona de confianza que revise e incaute la correspondencia de Paroissien, pero
que luego le devuelva las cartas para terminar de entregarlas y de esta forma
atrapar a los que las recibieran.[38]
El
21 de noviembre, cuando Paroissien arribó a Montevideo, el gobernador Elío
mandó a abrir la correspondencia, según la denuncia de la Princesa.[39]
Al enterarse del contenido de esa correspondencia, Paroissien fue conducido a
prisión y la mercadería que Saturnino Rodríguez Peña había enviado con él
para Buenos Aires fue puesta en remate.[40]
Pero el plan de la Princesa no pudo completarse totalmente porque al ser
detenido Paroissien en Montevideo, no consiguió entregar las cartas a los porteños
conjurados y los conspiradores de Buenos Aires quedaron a salvo.
La
Princesa Carlota traicionó de este modo las confidencias que le habían hecho
los patriotas de Buenos Aires y esto provocará entonces una desconfianza en los
revolucionarios hacia la Princesa.
Las
instrucciones de Saturnino Rodríguez Peña que llevaba Paroissien para Nicolás
Rodríguez Peña eran de un tenor revolucionario: “establecer un nuevo
gobierno”; “por ningún motivo queremos causar revolución”; establecer
“la libertad de la patria”; “la ciudad de Buenos Aires que se declare
independiente”. El contenido sedicioso de estas misivas despertó el temor
de la Princesa y por eso había denunciado la conspiración, posiblemente por
sospecha de que se proclamara una república en Buenos Aires y su regencia
quedara sin concretarse.[41]
Sin
tener conocimiento de la traición, Felipe Contucci envió una carta a Rodrigo
de Sousa Coutinho, Conde de Linhares, Ministro de Relaciones Exteriores de la
corte de Río de Janeiro, instándolo a aprobar la llegada de la Princesa
Carlota a Buenos Aires y acompañaba un listado de personajes de la ciudad que
apoyaban a la Princesa.[42]
El
20 de noviembre el príncipe regente de Portugal, Juan VI, autorizó a la
princesa Carlota Joaquina a emprender el viaje a los territorios españoles.[43]
Mientras
tanto, en Río de Janeiro, el embajador, Lord Strangford, se enteró del
consentimiento del Príncipe Regente que había autorizado a la princesa a
trasladarse a Buenos Aires, sin consultar a su aliado, el gobierno británico. A
instancias del representante inglés, el Príncipe Regente, con fecha 28 de
noviembre desautorizó el viaje de la Princesa hasta tanto se expida el gobierno
británico.[44]
El
24 de noviembre Lord Strangford envió una nota al Ministro de Relaciones
Exteriores de Gran Bretaña donde informaba con detalles las tratativas de la
Princesa Carlota para pasar al Río de la Plata como Regente, las insistencias
del almirante Sidney Smith para que la Princesa emprendiera el viaje a Buenos
Aires. También insinuaba una relación íntima entre Smith y la Princesa.
Relataba que al llegar la fragata española Prueba a Río de Janeiro al
mando del almirante Ruiz Huidobro, Carlota tuvo la intención de embarcarse en
ella, pero el Príncipe Regente de Portugal no autorizó la partida a instancias
del embajador británico. Cuando Carlota se enteró de ello, estalló en furia
ante un gran numero de personas, en medio de una reunión pública.[45]
Sidney
Smith no se dio por vencido y remitió una carta al gobierno español, con fecha
5 de diciembre de 1808 en la que insistía en la necesidad de establecer a la
Princesa Carlota en Buenos Aires con el objeto de superar las discrepancias
entre Elío y Liniers y a su vez neutralizar una posible revolución republicana
en la ciudad.[46]
Al
ver desbaratados los planes de los partidarios de la Princesa, Felipe Contucci
le rogó a José Presas, secretario de Carlota, obtener protección para su
persona ante el temor de correr la misma suerte que Paroissien.[47]
Francisco
Miranda, venezolano, patriota, fue un hombre de gran influencia en las primeras
etapas de la Independencia de América Española, tanto en su tierra natal como
en el Río de la Plata. Combatió junto con fuerzas españolas por la
independencia de Estados Unidos. Fue perseguido por la Inquisición, acusado de
poseer libros prohibidos. Escapó primero a Estados Unidos y luego a Europa,
siempre acosado por los españoles. Visitó Rusia donde se acercó a la corte, y
la emperatriz Catalina lo convirtió en uno de sus preferidos. En Francia, luego
de la revolución, participó en el ejército a las ordenes del general
Dumouriez. Por rivalidades políticas debió escapar de Francia y seguir hasta
Londres en el año 1800.
Miranda
concibió planes para la Independencia de América del Sur con la ayuda británica.
Además reunía en su casa a estudiantes y patriotas de América donde les
inculcaba los principios de libertad. Entre ellos se destacó el Libertador de
Chile, Bernardo O´Higgins. Emprendió en el año 1805 una expedición —con la
ayuda inglesa—, para liberar a Venezuela pero Fue derrotada al año siguiente,
—el mismo año de la primera invasión inglesa a Buenos Aires—, y regresó a
Londres donde prosiguió su actividad a favor de la Independencia. Fue entonces
cuando inició los contactos con los patriotas del Río de la Plata por
intermedio de Saturnino Rodríguez Peña.
Aniceto
Padilla, que se había refugiado en Londres luego de descubierta su participación
en la fuga de los oficiales ingles después de la Primera Invasión, entabló
comunicación con Francisco Miranda relatándole los últimos sucesos de Buenos
Aires.[48]
Miranda, a su vez, informó a su contacto en el gobierno británico, Sir Arthur
Wellesley, (quien sería nombrado más tarde) cuando derrotó a Napoleón, Duque
de Wellington, las noticias que trajo Padilla de la situación en Buenos Aires.[49]
En
abril de 1808 Francisco Miranda se comunicó, mediante una carta, con Saturnino
Rodríguez Peña donde le informaba de las reuniones que tuvo con Aniceto
Padilla y la intención de “preparar y combinar cuanto sea conveniente y
necesario para la emancipación absoluta de la patria, que es lo que nos
conviene, y sin lo cual toda fatiga es vana.”[50]
En
julio de 1808 Miranda envió sendos oficios a los cabildos de Caracas y Buenos
Aires instándolos a formar juntas y estar atentos a los acontecimientos de España
instando a la unión para lograr “la libertad e independencia”. Además
aconsejó divulgar este escrito a el resto de las ciudades de América.[51]
Se
estableció entonces una fluida correspondencia entre Saturnino Rodríguez Peña,
Aniceto Padilla y Miranda, para coordinar el plan de enviar una expedición
inglesa al Río de la Plata, bajo la conducción de Miranda y Sir Arthur
Wellesley.[52]
El
4 de octubre Saturnino Rodríguez Peña envió una carta a Francisco Miranda
poniéndolo al tanto de los planes de una regencia a cargo de la Princesa
Carlota, pues “la inesperada mutación de España nos ha obligado a variar
de sistema.” Auspiciaba la partida a Buenos Aires de la Princesa con el
objeto de establecer una Regencia para “la feliz independencia de la
patria.”[53]
Miranda
continuó con las comunicaciones con los partidarios de la independencia. En una
comunicación desde Londres fechada el 6 de octubre de 1808. Adjuntó un
bosquejo para la “organización representativa y de gobierno para nuestra
América.” Lamentó que una expedición inglesa que partiría para América,
según los planes trazados por él junto con el gobierno británico, y en
especial con Sir Arthur Wellesley, había sido desviada a Portugal para combatir
a Napoleón, dejando sin efecto lo planeado por Miranda.[54]
Veremos en este capítulo como ya en el año 1808
existían varios proyectos de Independencia. Estos proyectos eran conocidos
tanto por los informantes ingleses, la Cancillería Británica, el gobernador de
Montevideo, Javier Elío, la corte de Río de Janeiro. En consecuencia, la
actividad de los conspirados estaba vigilada. Si bien estas iniciativas de
independencia no estaban coordinadas, debido a la distancia en que se
encontraban los actores: en Londres, Río de Janeiro, Buenos Aires, y además
eran difíciles las comunicaciones por el secreto con que debían actuar los
patriotas. Sus vidas corrían grave peligro si fuesen descubiertos.
El 27 de septiembre Juan Martín de Pueyrredón, que
se encontraba en misión diplomática en la Península pues había sido delegado
a España por el Cabildo de Buenos Aires para comunicar el éxito obtenido en
las invasiones inglesas. Ya pronto a regresar, envió varias cartas a Buenos
Aires en las que comunicaba lo inútil que había sido su misión y pintaba un
panorama poco halagüeño del estado de la Península debido a las derrotas
sufridas frente a los franceses y el estado de anarquía y falta de unión de
las diversas juntas de las ciudades de España.[55]
El Cabildo de Buenos Aires recibió la carta de
Pueyrredón en diciembre de 1808. La carta fue considerada subversiva por las
autoridades, en especial por Martín de Álzaga, alcalde de primer voto en el
Cabildo. Se decidió entonces enviar una nota al gobernador de Montevideo, Elío,
pidiendo el arresto de Juan Martín de Pueyrredón en cuanto desembarcase en ese
puerto, con los cargos de partidario de los franceses y de las ideas de la
independencia.[56]
El 14 de diciembre, el gobernador Elío despachó una
nota al Cabildo de Buenos Aires en la cual comunicaba la existencia de “tres
pérfidos proyectos, el de Pueyrredón; el que proponía Peña y yo descubrí
aquí, y el que recientemente tendrá V. E. A la vista de resultas de las
actuaciones que la Junta extraordinaria de la fragata Prueba ha dirigido a V. E,
y verá que todos tres coinciden, y todos cuentan con una seguridad de apoyo en
don Santiago de Liniers.” Y agregaba más adelante que: “unido a la
Real Audiencia se tome la providencia de suspender de su mando a un Virrey que
atenta la soberanía, y admite semejantes infamias [...]”[57]
Podemos concluir entonces que durante el año 1808 se
planeaban varias acciones revolucionarias en Buenos Aires. Que las autoridades
tenían conocimiento de estas actividades. Que existía una combinación entre
el Cabildo de Buenos Aires, presidido por Martín Álzaga y el gobernador de
Montevideo, Javier Elío. Estaban atentos a los movimientos subversivos y además
promovían una campaña para derrocar al virrey Liniers, bajo los cargos de
amigo de Francia, disoluto y partidario del comercio libre.
En
julio de 1808 comenzó a circular por Buenos Aires un impreso de la firma
“Cabanyes y Torrents” postulándose como una sociedad comercial para
impulsar el “libre comercio de sus colonias” con Francia. Esto provocó
la reacción del Síndico Procurador General del Cabildo de Buenos Aires,
Esteban de Villanueva, quien promovió una denuncia solicitando prisión para
sus autores alegando que violaban las Leyes de Indias.[58]
En
efecto, dichas leyes establecían que las colonias no podían comerciar entre si
y tampoco con naciones extranjeras. Todo el comercio de las colonias españolas
de América debía ser efectuado solamente con la ciudad de Sevilla al comienzo
de la colonización y más tarde con el puerto de Cádiz.
En
agosto, el comerciante norteamericano, Guillermo White, escribió a un socio en
Boston diciéndole que el pueblo de Buenos Aires está decidido a mantener su “fidelidad
a la Casa de Borbón, o bien ser libres e independientes”. De cualquier
forma creía que se mantendrá el libre comercio con las naciones neutrales por
lo que sería posible obtener buenas ganancias.[59]
Ni
bien establecida la Junta de la ciudad de Montevideo a fines de 1808, presidida
por Elío, se produjo un incidente con un bergantín llamado Amigo Fiel,
que debía partir de Montevideo con un cargamento de tasajo, carne salada y sebo
con destino a La Habana. Esto transgredía las Leyes de Indias. Elío ordenó
que el navío partiera para España contradiciendo el despacho emitido por el
virrey Liniers desde Buenos Aires. Vemos entonces que la Junta de Montevideo,
con Elío a la cabeza, era funcional al monopolio ejercido por los comerciantes
de Cádiz y se oponía al comercio más abierto que auspiciaba Liniers.[60]
El
Cabildo de Buenos Aires, el 17 de octubre de 1808, comunicó a la Princesa
Carlota que Liniers había permitido la impresión de la esquela donde la firma
“Cabanyes y Torrents” se ofrecía a ejercer el comercio con Francia, cuestión
que no era permitida por las Leyes de Indias, como ya vimos. El oficio está
firmado por Martín de Álzaga, partidario del monopolio del comercio de las
colonias.[61]
Esto
nos muestra que ya en 1808 había un partido decidido a mantener firmemente el
monopolio comercial con la Península y que Liniers, por el contrario, era
partidario del libre comercio. Esto explica la campaña en contra del Virrey de
Buenos Aires orquestada desde la Junta de Montevideo y el Cabildo de Buenos
Aires que desencadenará acontecimientos relevantes al comienzo de 1809.
¿Cómo
llegaron las ideas de la Ilustración y el libre comercio al Río de la Plata, a
pesar de la censura y la persecución realizada por la Inquisición y las
autoridades coloniales?
Oscar
Terán señala que “en los sesenta años transcurridos entre 1747 y 1807,
la Inquisición en España condenó unas seiscientas obras, entre las cuales
figuraban El espíritu de las leyes, de Montesquieu, las obras completas
de Voltaire y Rousseau, La riqueza de las naciones, de Adam Smith y El
ensayo sobre el entendimiento humano, de Locke, entre otros.” Además,
muestra que a través de la investigación de archivos, había en las
bibliotecas privadas de Buenos Aires obras de autores de la Ilustración, a
pesar de las prohibiciones existentes, tanto de la Inquisición como de las
autoridades coloniales.[62]
Uno
de los introductores de estos libros prohibidos fue Manuel Belgrano. Mientras
estudiaba en España, se conectó con el pensamiento más avanzado de su época.
En una carta a su madre, fechada en Madrid el 11 de agosto de 1790 le decía:
“para leer un libro, como siempre pienso sacar alguna sustancia y no quiero
perder el tiempo en sandeces, pregunto a los hombres sabios que conozco para que
me den su sentir y así no creo tener ninguna máxima libertina, sino muy
fundadas en la razón,” y poco más adelante nos aclara que está leyendo
el Espíritu de las leyes, del “inmortal Montesquieu”.[63]
También Belgrano obtuvo el raro permiso del Papa Pío VI para poder leer y
tener libros prohibidos por la Inquisición,[64]
Es posible que Belgrano haya compartido estos libros con otros patriotas antes
de la Revolución de Mayo.
También
existen otras indicaciones del conocimiento de las ideas de la Ilustración por
las referencias que hicieron en sus escritos los protagonistas en años
anteriores a la Independencia. Por ejemplo, en la famosa Representación de
los Hacendados, escrita por Mariano Moreno con fecha 30 de septiembre de
1809, donde hace una defensa del comercio libre, apelando a “los primeros
principios de la economía de los estados”, la economía política, “que
escribieron con conocimiento del origen y progresos de los estados políticos”.
Cita a Filangieri y a una traducción de Adam Smith.
[65]
Podemos
concluir entonces que en los años 1808 y 1809 se conocían en Buenos Aires las
obras de la Ilustración, la filosóficas como las políticas y su contenido era
leído por los patriotas, tanto en las versiones originales como en los
comentarios y traducciones al castellano.
A
manera de conclusión de los sucesos del año 1808 haremos una evaluación de
los acontecimientos que influyeron en el Río de la Plata y que fueron causales
del comienzo de la lucha por la independencia en 1810.
Es
un año que presenta circunstancias excepcionales en el panorama de América del
Sur y en especial en el Río de la Plata. En España se vivía una lucha entre
las diferentes juntas autónomas que intentan defenderse del ataque de Napoleón
pero además intentaban lograr una supremacía sobre las otras. El panorama de
la Península fue descrito por Juan Martín de Pueyrredón en la misiva que envió
al Cabildo de Buenos Aires, comunicación que le costó su detención y luego su
posterior fuga a Brasil:
La ruina de este Reino va a seguirse inmediatamente; y no crea Usted otra cosa, aunque algunos escriben ocultando las divisiones en que están las Provincias, y los males que las amenazan, bajo la esperanza de una Junta Central y Suprema. Ésta no tendrá efecto; y cuando se verifique la reunión monstruosa que se prepara sólo en las cabezas de los que aman el orden, sólo servirá para aumentar el desorden. Las Provincias quieren sostener cada una su Soberanía y ser absolutas en su departamento.[66]
Un
segundo factor de inquietud fue la presencia de la corte portuguesa en Brasil,
las intrigas de la Princesa Carlota con los patriotas de Buenos Aires,
sostenidas por el almirante inglés, Sidney Smith. La desautorización ese
proyecto desde el ministerio de Gran Bretaña. Finalmente la denuncia de Carlota
de los planes de Saturnino Rodríguez Peña y la prisión de Paroissien a su
llegada a Montevideo, hacen que este primer intento de independencia, bajo la
regencia de la Princesa, auspiciado por Manuel Belgrano y otros patriotas, fuera
abandonado.
En
tercer lugar, la correspondencia subversiva de Francisco Miranda, que inspiraba
a Saturnino Rodríguez Peña y desde él a los patriotas de Buenos Aires,
insuflaba aires de independencia en los círculos patriotas pero advertía a los
realistas de las ideas republicanas y hacía que se produjera una división en
partidos del sector educado del Río de la Plata. Del lado realista se
encontraba como cabezas de ese partido, Elío en Montevideo y Álzaga en Buenos
Aires. El primero consiguió establecer una junta de gobierno similar a las de
España —la primera de América española, de tendencia realista—, y el
segundo lo intentó en Buenos Aires en el alzamiento del primero de enero de
1809, sofocado por los partidarios de Liniers, como veremos más adelante en
otro capítulo.
Como
durante el dominio español en América, la censura y la autocensura era una
consecuencia de la vigilancia de la Inquisición y del celo de las autoridades
españolas, es poco lo que se podía escribir y publicar en ese período que
pudiera superar esta barrera. Como ejemplos de esta vigilancia y castigo de las
autoridades realistas, vimos en un capítulo anterior la prisión que sufriera
Paroissien por transportar correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña y la de
Pueyrredón por escribir noticias poco alentadoras de los sucesos de España.
Sin
embargo encontramos algunos indicios en la correspondencia privada. Por ejemplo
la displicencia con que se trataba en España a los que provenían de América
está expresada en una carta de Manuel Belgrano a su padre, fechada en Madrid en
el año 1790. En ella protesta por las dificultades con que tropezaba su gestión
debido a que “bastaba ser de la América”, para no ser tenido en
cuenta.[67]
Pero
en el fondo de la cuestión se trataba de un conflicto de ideas: mientras que el
párroco de Montevideo defendía la figura del monarca y la “inspiración
Divina”, y se usaban frases como “nuestra religión, nuestro Rey”,
ideas que podemos llamar “del antiguo régimen”. Ideas que implican la
autoridad vertical del rey, que provienía del mandato divino y era necesario
obedecer. Se oponían a ellas las ideas hijas de la Ilustración. Como ejemplo,
Manuel Belgrano, en una misiva a la Princesa Carlota escribió estas frases: “cesará
la calidad de Colonia, sucedería la ilustración en el país, se haría la
educación”. Esto implica una idea ilustrada, de pueblo educado que supone
una soberanía horizontal, donde la autoridad depende de las leyes y de la
voluntad popular.
Se
está hablando de ideas antagónicas que prefiguran las luchas que sucederán a
partir del año 1809, que durarán 15 años y culminarán con la derrota
definitiva de los partidarios del rey en la batalla de Ayacucho, en diciembre de
1824.
[1]
Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Félix
Lajouane Editor, Buenos Aires, 1887, Tomo I, p. 152-156.
[2] Mayo Documental, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Historia Argentina “Doctor Emilio Ravignani”, Buenos Aires, 1962, Tomo VI, p. 120-122.
[3]
Mayo Documental, op.
cit., Tomo. I, p. 154.
[4]
Ibidem, Tomo I, p. 214.
[5]
Ibidem, Tomo I, p. 224.
[6]
Ibidem, Tomo I, p. 229 y siguientes.
[7]
Ibidem. Tomo I, p. 255.
[8]
Ibidem, Tomo I, p. 4.
[9]
Ibidem, Tomo I, p. 6.
[10]
Ibidem, Tomo I, p. 7.
[11]
Ibidem, Tomo I, p. 9-10.
[12]
Ibidem, Tomo I, p. 26.
[13]
Ibidem, Tomo I, p. 85.
[14]
Ibidem, Tomo I, p. 166-168.
[15]
Ibidem, Tomo I, p. 224.
[16]
Ibidem, Tomo I, p. 276-277.
[17] Ibidem, Tomo II, p. 91-93.
[18] Ibidem, Tomo II, p. 113.
[19] Ibidem, Tomo II, p. 133-136.
[20] Ibidem, Tomo II, p. 187.
[21] Ibidem, Tomo III, p. 17-20.
[22] Ibidem, Tomo III, p. 55-57.
[23] Ibidem, Tomo III, p. 73-75.
[24] Ibidem, Tomo III, p. 90-91.
[25] Ibidem, Tomo III, p. 108-112.
[26] Ibidem, Tomo VI. P. 305.
[27]
Ibidem, Tomo III, p. 104.
[28]
Ibidem, Tomo I, p. 121-123.
[29] Ibidem, Tomo II, p. 48-49.
[30] Ibidem, Tomo II, p. 97-98.
[31] Ibidem, Tomo II, p. 195-197. y T. VI, p. 243-244.
[32] Ibidem, Tomo II, p. 273-274.
[33] Ibidem, Tomo III, p. 240.
[34] Ibidem, Tomo IV, p. 121-125.
[35] Ibidem, Tomo II, p. 190.
[36] Ibidem, Tomo III, p. 170.
[37] Ibidem, Tomo IV, p. 100.
[38] Ibidem, Tomo IV, p. 159-160.
[39] Ibidem, Tomo IV, p. 224-227.
[40] Ibidem, Tomo IV, p. 229-237.
[41] Ibidem, Tomo IV, p. 164-166.
[42] Ibidem, Tomo IV, p. 194-200.
[43] Ibidem, Tomo IV, p. 221-222.
[44] Ibidem, Tomo IV, p. 272-273.
[45] Ibidem, Tomo V, p. 9-21.
[46] Ibidem, Tomo V, p. 54-55.
[47]
Ibidem, Tomo V, p. 55-56.
[48]
Ibidem, Tomo I, p. 158.
[49]
Ibidem, Tomo I, p. 177-178.
[50]
Ibidem, Tomo I, p. 214-215.
[51] Ibidem, Tomo II, p. 69-71.
[52] Ibidem, Tomo II, p. 79-87.
[53] Ibidem, Tomo III, p. 213-217.
[54] Ibidem, Tomo III, p. 246-248.
[55] Ibidem, Tomo III, p. 151-154.
[56] Ibidem, Tomo V, p. 63-65.
[57] Ibidem, Tomo V, p. 69-70.
[58] Ibidem, Tomo II, p. 37 y siguientes.
[59] Ibidem, Tomo II, p. 183.
[60] Ibidem, Tomo III, p. 154-158.
[61] Ibidem, Tomo IV, p. 62.
[62] Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Diez lecciones iniciales, 1810-1980, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2008, p. 17 y18.
[63] Manuel Belgrano, Epistolario belgraniano, Grupo Santillana de Ediciones, S. A. Buenos Aires, 2001, p. 51.
[64] Ibidem, p. 55.
[65] Mariano Moreno, “Representación que el apoderado de los hacendados de las Campañas del Río de la Plata dirigió al Excmo. Señor Virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros en el Expediente promovido sobre proporcionar ingresos al Erario por medio de un franco Comercio con la Nación Inglesa.” En “La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época”, Augusto E. Maillé, Compilador, Buenos Aires, 1966, Tomo III, p. 31 y 38.
[66] Mayo Documental, op. cit., T. III, p. 152-153.
[67] Manuel Belgrano, Epistolario belgraniano, op. cit. p. 46.
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