Los procesos históricos que comenzaban a vislumbrarse en el Río de la Plata a fines de 1808 estallaron violentamente el día primero de enero de 1809 en Buenos Aires. Todos los años, el día primero de enero, se elegían las autoridades del Cabildo.
Pero un grupo de españoles, entre los que se encontraban el gobernador de Montevideo, Elío, Martín Álzaga y el obispo Lué, tomó la decisión, de formar una junta similar a las de España y la de Montevideo y destituir al virrey Liniers. Nombrarían a nuevos cabildantes que no fueran del agrado del virrey pensando que éste rechazaría el nombramiento, y que esta sería la excusa para la revuelta. Ese día se reunió el Cabildo en las primeras horas de la mañana y nombro a los nuevos cabildantes, esperando el rechazo.
Veamos cómo describió el acontecimiento un testigo, Juan Manuel Beruti, en diario titulado Memorias curiosas. —No confundir con el militar Antonio Luis Beruti, que participó activamente en los sucesos de mayo de 1810—.
En este primer día del año, estando el vecindario de esta capital en su mayor sosiego, esperando llegase la hora acostumbrada en que sale la elección de nuevas justicias y magistrados, y enterarse de los sujetos que lo compone, se oye un rebato llamando al pueblo por la campana de la torre del excelentísimo Cabildo, y al mismo tiempo un toque de generala, que puso al vecindario en movimiento y a la curiosidad en deseos de saber cuál sería la causa que lo motivaba; siendo la siguiente: el excelentísimo Cabildo juntos en su sala capitular hacen la elección de nuevos magistrados de alcaldes y regidores, y con dos señores diputados del mismo Ayuntamiento. A las doce del día la remiten al excelentísimo señor virrey para su confirmación, que inmediatamente sin reparo alguno la confirma, [...] [1]
Seguimos el
relato de Beruti:
A1
mismo tiempo en dicha Sala Capitular [en] el mismo Ayuntamiento habían sus
individuos acordado el formar una junta suprema y por ello diputaron a dichos
dos señores regidores, para que después de confirmadas las nuevas elecciones
suplicaran al excelentísimo señor virrey en nombre del excelentísimo Cabildo
consintiera en su formación por quererlo así todo el pueblo, como
efectivamente dichos diputados cumpliendo con su comisión se lo hicieron
presente, diciendo a su excelencia que el Cabildo pedía junta, a lo que contestó
el virrey dijeran al Cabildo, que ínterin él mandase no consentiría en
ello, y se opondría hasta dar la última gota de sangre; con cuya
contestación despidió a los señores diputados.[2]
En la plaza, se había congregado una multitud
que gritaba: “¡Queremos Junta! ¡Abajo el francés Liniers! ¡Viva el
cabildo y muera el mal gobierno! [3]
Lo que había sucedido era que Cornelio Saavedra estaba al tanto de estas maniobras por confidentes que le informaban de las juntas que tenían los complotados. Inmediatamente informó del caso al virrey Liniers y acordaron que cualquiera fuese el nombramiento, el virrey lo aprobase.[4]
Una vez constituida la junta, envió varias delegaciones a Liniers para que dimitiera a su cargo. Ante la negativa, el Cabildo y la Audiencia concurrieron al fuerte donde se encontraba Liniers. En medio de ese parlamento llegaron a la plaza los batallones de Montañeses y Patricios, comandados por Cornelio Saavedra proclamando su adhesión a Liniers. El Virrey salió a la plaza y la multitud congregada lo aclamó. De este modo la asonada del 1 de enero de 1809 quedó sofocada. Los miembros del Cabildo fueron hechos prisioneros en el mismo fuerte.
Como consecuencia de este acontecimiento, Liniers embarcó a algunos de los cabecillas a la prisión de Carmen de Patagones. Fueron ellos: Martín de Álzaga, Olaguer Reynals, Juan Antonio Santa Coloma, Francisco Neira y Esteban Villanueva. Eran los que el virrey consideraba como los instigadores de la insurrección, y perdonó al resto de los complotados.[5]
Esta fue una rebelión de españoles con españoles.
El virrey Liniers, —que era realista y consideraba que había sido nombrado
por el Rey y que a él respondía—, fue apoyado por los grupos de patricios
que al año siguiente tomarían parte de la Revolución de Mayo. Por otro lado,
los revoltosos se inscribían en el partido realista, partidarios del monopolio
comercial, como era Elío en Montevideo. Este grupo de peninsulares seguiría
complotando contra los criollos y luego contra las autoridades surgidas de la
Revolución de Mayo, hasta que finalmente, años más tarde, Martín de Álzaga
tendría un trágico final.
El 24 de enero de 1809 Saturnino Rodríguez Peña, desde Río de Janeiro, envió una carta al general Francisco Miranda a su residencia en Londres. Le comunicaba en primer lugar que no tenía duda de que su correspondencia se encentraba interceptada. Se lamentaba que el auxilio que los patriotas habían pedido a Inglaterra para “realizar la gran obra de nuestra felicidad”, fueron desatendidos por esa Nación. Que en la corte de Río de Janeiro existían grupos que disputaban acerca de quién gobernará en el Río de la Plata y que esos grupos eran “capitaneados o acaudilladas” por alguno de los ingleses. En conclusión cree que por esos motivos “Hemos determinado pues obrar por nosotros mismos, y no someternos”. Y agregaba que “reflexionando nuestros compatriotas sobre sus verdaderos derechos, e intereses se hayan reunido, acordado y resuelto, [...] sostener y declarar su independencia absoluta sin la menos relación, ni abatimiento a otra Potencia.” Se refiere a continuación acerca de la traición de la Princesa Carlota, que ya hemos relatado en capítulos anteriores, diciendo que “se ha abusado vilmente de mis confianzas”.[6]
El día 26 del mismo mes, Miranda envió una comunicación a Rodríguez Peña —ambas misivas se cruzaron en el viaje pues recordemos que los navíos de la época tardaban entre 40 o 50 días en hacer la travesía entre Londres y Río de Janeiro—. Es muy importante el contenido de esta carta pues reflejaba el cambio de actitud del Reino Unido con respecto a América del Sur y la desilusión de Miranda:
Enero 26 1809.
Tuve este día una larga conferencia con Sir A. Wellesley, a su propia Solicitación. Mostrele cuanto tenía escrito a nuestras Américas, desde que él se fue a Irlanda para seguir a Portugal y España, con el mando de la Expedición que se puso a su cargo el año pasado etc. y a este efecto llevé otros papeles traducidos puntual y literalmente en inglés. Me pareció que los leía con suma curiosidad, atención, e interés: suplicándome no le hablase en el ínterin que los leía por no distraer su atención. Y cuando hubo acabado me dijo con calma y reposo... puedo solo decir a Vm. en amistad y confianza, que el Ministerio por ahora no dirige sus vistas hacia la América Meridional; y así me parece mejor que dejemos el asunto para cuando los negocios de la España se hayan terminado.
Más adelante en la misma misiva, Miranda le comunicaba a Saturnino Rodríguez Peña su opinión acerca de la entrevista:
De esta importante Conferencia, hemos sacado el saber como piensa este gobierno en el día hacia nuestra América a saber: 1º— que en cuanto los españoles propusieron una alianza contra la Francia; en aquel punto nos abandonaron y sacrificaron a su interés sin el menor remordimiento. 2°— que en cuanto han percibido, que nosotros deseamos ser independientes de los franceses, ya afectan indiferencia; para vendernos su amistad o protección lo más caro que sea posible. 3°— que como perciben, que aquel continente no se presta a una dirección e influjo en materias de Gobierno y Comercio, quieren manifestar indiferencia en cuanto a la forma de Gobierno que quieren adaptar en el país— como no sea el de Fernando VII, su digno aliado.[7]
Podemos obtener algunas conclusiones de estas dos cartas que cruzaron los patriotas. En primer lugar que ambos seguían bregando por la independencia absoluta de las colonias españolas en América. En segundo lugar, la desilusión de ambos acerca de la conducta de los ministros y representantes diplomáticos ingleses de alentar en un momento a los movimientos revolucionarios y finalmente abandonarlos de acuerdo a las conveniencias de Gran Bretaña. En tercer lugar la resolución tomada en ambos lados del Atlántico por los patriotas de continuar con su lucha por la Independencia con sus propios medios, sin contar con ayudas extrañas, como decía Rodríguez Peña: obrar por nosotros mismos, y no someternos. El camino hacia la independencia estaba pactado.
A los pocos días de haberse producido los sucesos del 1º de enero de 1809 en Buenos Aires, y como consecuencia de ellos, Liniers envió una nota a la Junta Central de España donde pedía su relevo a su cargo de virrey con las siguientes palabras:
[...] dije que aquí se necesitaba un virrey lleno de energía y probidad, y sobre todo de dos regimientos de tropas veteranas, y oficiales propios para mandos subalternos. Mi pronóstico ha estado muy a pique de verificarse el día 1º de este año y sólo el todo poderoso, y el genio bienhechor de España ha podido inspirarme las medidas con que he salvado por tercera vez estos interesantes dominios. Por lo tanto a pesar de hallarme pobre, cargado de empeños, y con ocho hijos, vuelvo a suplicar se me releve de este destino, [...][8]
Como consecuencia de esta nota y de las informaciones que recibía la Junta Central instalada en Sevilla, se tomó la decisión de proceder al relevo de Liniers. En efecto, la Junta recibía noticias adversas al virrey provenientes de la Junta de Montevideo, presidida por Francisco Javier Elío y de Joaquín de Molina, que era el enviado de España en Buenos Aires. El 16 de febrero de 1809 la Junta Suprema Gubernativa de España e Indias nombró a Baltasar Hidalgo Cisneros como Virrey de Río de la Plata. Cisneros se encontraba en ese momento desempeñando el cargo de Capitán General del departamento de Cartagena, en la actual Colombia. En un oficio, la Junta le indicaba además que se trasladase a la mayor brevedad a su nuevo destino.[9]
Pocos día después, la Junta Central cambió esta orden y le pidió a Cisneros que se trasladase a España para recibir instrucciones. Es interesante leer estas instrucciones pues nos indican los conocimientos que tenía el Gobierno Español de los acontecimientos y conspiraciones que se urdían en el Río de la Plata. Estas recomendaciones van cambiando cada pocos días a medida que diversos informes provenientes del Río de la Plata se recibían en España.
En el primer oficio fechado en Sevilla el 5 de marzo de 1809 le recomendaban a Cisneros “la suspensión de la Junta de Gobierno que se ha formado en Montevideo” y más adelante agregaba: “Los sentimientos de los vecinos de Montevideo y de Buenos Aires son unos mismos, todos quieren ser españoles, todos obedecen a su legítimo soberano y el cuerpo nacional que los representa, [...]”.[10]
El nueve de marzo la Junta central le recomendaba a Cisneros que se enviara a España a Javier Elío y proponían como gobernador de Montevideo a dos posibles candidatos: Juan Manuel Cagigal o a Vicente Nieto.[11] Finalmente Nieto fue nombrado para la gobernación de Montevideo según oficio del 10 de marzo de 1809, con el encargo de que sosegara el enfrentamiento entre Liniers y Elío.[12]
Una nueva comunicación a Cisneros de parte de la Junta Central, de fecha 24 de marzo de 1809, agregó instrucciones para el desempeño de su cargo de virrey. Con respecto a las juntas similares a la de Montevideo consideraba “que la existencia de estos cuerpos en América no sólo es incompatible con las relaciones que subsisten entre ella y la metrópoli, sino también con las circunstancias particulares de las mismas colonias, [...] Agregaba que es necesario cortar de raíz “las ideas que podrían conducir a aquellos dominios a aspirar a la independencia [...] Por este motivo es necesario disolver las juntas. Además añadía que “se olvide el principio abominable de la opresión [...] ejerciendo un gobierno liberal.[13]
El día 3 de abril la Junta Central adicionó nuevas consideraciones de acuerdo a noticias recibidas del Río de la Plata. Esta serie de móviles reflejan un endurecimiento de la posición de España con respecto a los acontecimientos de Buenos Aires y Montevideo y en especial para el virrey Liniers y los patriotas del Río de la Plata. En primer lugar prevenía a Cisneros de las maquinaciones de los partidarios de la Princesa Carlota. Relataba la captura del médico Paroissien y las cartas de Saturnino Rodríguez Peña a los revolucionarios. Indicaba que la conducta del Liniers comenzaba a parecer sospechosa. Que las cartas de Juan Martín de Pueyrredón al Cabildo de Buenos Aires estaban dirigidas a promover la independencia del país y que era necesario proceder a la captura de ese individuo. En vista de estos hechos la Junta Central entendía que había que fortalecer el partido del gobernador Elío, al que consideraba leal a España. Recomendaba que Liniers fuera trasladado a la Península y que fueran expulsados todos los franceses del Virreinato. Le indicaban a Cisneros que sería conveniente fijar la residencia inicial en Montevideo y que su ocupación fuera la de desanimar las ideas de independencia. Que recién se trasladarse a Buenos Aires cuando las circunstancias lo recomendaran.[14]
Como podemos observar, las recomendaciones de la Junta Central fueron cada vez más inflexibles con los patriotas de Buenos Aires y con el virrey Liniers, a quien consideraban sospechoso. Se tornan partidarios de Elío, gobernador de Montevideo, a quien ven como un verdadero patriota español. Recomiendan además, disolver las juntas en América. En todas estas recomendaciones al nuevo virrey, advertimos que Cisneros tenía, antes de llegar a Buenos Aires, pleno conocimiento de los movimientos revolucionarios en el Río de la Plata y que una parte de la población del virreinato alentaba las ideas de independencia.
Cuando Cisneros llegó al Río de la Plata, nuevos acontecimientos se produjeron en el Virreinato que confirmarán estas presunciones de España acerca de la posible independencia y determinarán los acontecimientos de mayo del año 1810.
En Chuquisaca, ciudad del Alto Perú,[15] donde funcionaba la Audiencia de Charcas, y la Universidad, se produjo un levantamiento contra la autoridad del Presidente, Ramón García Pizarro. El Presidente Pizarro había elevado a la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca los pliegos traídos por Goyeneche con las propuestas de la Infanta Carlota y su intención de asumir la regencia en América del Sur mientras su hermano, Fernando VII estuviera prisionero de Napoleón. La Universidad rechazó la propuesta pero comenzaron a circular rumores diciendo que Liniers y el Presidente Pizarro deseaban imponer la regencia de Carlota y entregar el Alto Perú a la Corte de Brasil.
Por la ciudad circulaban panfletos subversivos, en especial el redactado por Bernardo Monteagudo, Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, que abogaba a favor de la libertad y la independencia. El 24 de mayo el Presidente arrestó a Jaime Zudañez, que era defensor de naturales y abogado de la Audiencia. El motín comenzó por la noche con el pueblo reclamando la libertad de Zudañez y se transformó en revuelta el 25 de mayo de 1809 con una insurrección en Chuquisaca. La Audiencia se reveló contra el Presidente Pizarro y lo depuso. Constituyó una junta con el nombre de Audiencia Gobernadora, nombrando como Comandante General de Armas a Juan Antonio Álvarez de Arenales.[16] La Audiencia envió comunicaciones informando acerca de estos acontecimientos a Liniers en Buenos Aires y a la ciudad de La Paz.
La noticia se conoció en Buenos Aires el 17 de junio. Felipe Contucci, que seguía en comunicación con la princesa Carlota, le comunicó la novedad del siguiente modo:
Ayer a las diez de la noche ha llegado un posta de la ciudad de Charcas con la noticia de haberse puesto preso al presidente de la Audiencia, Teniente General de los reales ejércitos, y haber tenido que huir el reverendo arzobispo con otros magistrados y eclesiásticos de la primera jerarquía de resultas de conmoción hecha por varios ministros de la Audiencia y otros del pueblo.[17]
Liniers, estaba al tanto de que pronto llegaría Cisneros para relevarlo de su cargo de virrey, no hizo nada para apaciguar este alzamiento, en espera que su sucesor tomara las medidas del caso.
Los agentes enviados por Chuquisaca comunicaron la rebelión a los patriotas de La Paz y el 16 de julio estalló también una revuelta en esa ciudad. Un Cabildo Abierto destituyó a las autoridades y separó de sus cargos al gobernador intendente, Tadeo Dávila y al obispo Remigio de la Santa y Ortega. Se nombró a una junta denominada Junta Tuitiva de los derechos de Fernando VII cuyo presidente fue Pedro Domingo Murillo. La junta estaba conformada sólo por americanos.[18]
Esta es la proclama que se emitió en esos días y que transcribe un testigo:
Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria: hemos visto con indiferencia por más de tres siglos, sometida nuestra primitiva libertad, al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos: hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título, y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.[19]
La junta de La Paz fue la primera instalada en América Española compuesta por nacidos en territorio americano, a diferencia de las de Chuquisaca y de Montevideo donde sus miembros eran europeos. Esta proclama nos revela el carácter de la Junta que ya en el año 1809, antes que en Buenos Aires, declaraba una forma de independencia al decir: “levantar el estandarte de la libertad”, y proponía un “sistema nuevo de gobierno”. Veremos cómo los miembros de esas primeras juntas recibieron tratamientos diferentes. En efecto, poco tiempo después, estos levantamientos fueron sofocados, pero, mientras que los miembros de las juntas de Montevideo y Chuquisaca, —compuesta por españoles europeos—, fueron respetados y sobreseídos de sus acciones los primeros y condenados a penas menores los segundos, los miembros de la junta instalada en La Paz, que eran americanos, fueron reprimidos violentamente y sus cabecillas, ajusticiados.
Debido a las prevenciones que Cisneros había recibido de la Junta Central, decidió desembarcar primero en Montevideo y desde allí asegurarse que su llegada a la capital fuera recibida sin inconvenientes. Su arribo fue el día 30 de junio de 1809 y desembarcó el primero de julio siendo recibido con gran algarabía por el pueblo de Montevideo. Con este texto el Cabildo agasajó al nuevo virrey del Río de la Plata:
Con el jubilo que caracteriza a este Cuerpo cuando tiene que obedecer preceptos de su Rey y Señor natural, [...] cree que la sumisión y vasallaje de este pueblo en las demostraciones de vivas y regocijo con que por las calles y plazas ha tenido este Ilustre Cabildo el honor de acompañar a V. E. de que se da el mismo Ayuntamiento la mas feliz enhorabuena por la acertada elección de S. M. representada su augusta persona en la Suprema Junta Central Gubernativa de España e Indias, y de quien somos sus mas humildes vasallos, acreditan el grande regocijo que ha causado en todo este pueblo la llegada de V. E. al él, y la Completa lealtad que profesan todos estos habitantes a su amadísimo Rey don Fernando 7.º a quien ha defendido y defenderá este su mas amante pueblo hasta derramar la ultima gota de su sangre . Dios guarde a V. E. muchos años. Sala Capitular de Montevideo, julio l° de 1809.[20]
La amistosa recepción del Cabildo de Montevideo y del gobernador Javier Elío, fueron transmitidas en una carta firmada por Cisneros a Martín de Garay, secretario de la Junta Central de España. En ella le comunicaba que había recibido a los protagonistas de la intentona de deponer a Liniers el 1º de enero de 1809, encabezados por Martín de Álzaga,[21] a los que calificó de “desterrados” que son, “según la voz común, los más instruidos, y mejores patriotas”. En cambio de Liniers afirma que es un “déspota, a quien domina una francesa avara”. Cisneros se trasladó a Colonia del Sacramento para recibir a Liniers y tomar posesión de su cargo, llevando una escolta de 500 hombres “como para hacerme respetar en caso necesario”[22]
Cisneros invitó a Liniers a cruzar el Río de la Plata para que le entregase el mando pero éste se negó. En efecto, en una nota enviada a Cisneros, Liniers aceptaba la designación del nuevo virrey pero objetaba la designación de Vicente Nieto como gobernador de Montevideo y de Javier Elío como subinspector de las tropas del Virreinato. Además se quejaba de la conformidad con la conducta de la Junta de Montevideo y que fuera aprobada su insurrección contra la autoridad de Buenos Aires.[23]
En una nueva carta enviada a Martín de Garay, Baltasar Hidalgo de Cisneros relató los acontecimientos que lo llevaron a ocupar el cargo de Virrey del Río de la Plata. Los miembros del Cabildo, la Audiencia y el Tribunal de Cuentas de Buenos Aires cruzaron el río y juraron obediencia al nuevo virrey. En efecto, Cisneros llegó a Colonia el 13 de julio donde ya se encontraban las corporaciones de la capital. El día siguiente prestó juramento ante dichos cuerpos. Le envió a Liniers una misiva imponiéndolo de todo lo actuado y mandó a Vicente Nieto, que había sido nombrado gobernador de Montevideo en reemplazo de Elío, a Buenos Aires para que asumiera el mando mientras él permanecía en Colonia.[24]
Cisneros seguía temiendo un levantamiento de los cuerpos de patricios de Buenos Aires y por este motivo llamó a los jefes de ese regimiento a Colonia. Junto con dichos jefes también llegó Liniers el 26 de julio. Ambos magistrados tuvieron varias conferencias en las que aclararon sus diferencias, por lo que Cisneros decidió finalmente presentarse en Buenos Aires. La recepción en la capital del virreinato fue cordial y disipó los temores del nuevo virrey. En la misma nota que envió a Martín de Garay Cisneros describe la recepción que tuvo en Buenos Aires:
[...] resolví mí paso a, esta Ciudad a, la que habiendo llegado el 29 a las dos de la tarde fui recibido por las tropas y el pueblo con las mayores demostraciones de jubilo que continuaron por la noche y la siguiente con iluminación general, músicas y concurrencia a mí palacio de todo genero de personas y sexos asegurando á. V. E. que hasta este momento habiendo desaparecido las hablillas y rumores que inquietaban los ánimos, no veo mas que subordinación y respeto.[25]
Sin
embargo, no se cumplieron estas expectativas del virrey. Antes de un año se
encontraría depuesto por la Revolución de Mayo viajando en un navío con rumbo
a España.
Cuando llegó Cisneros como Virrey del Río de la Plata, se encontró con varios problemas que debía solucionar. Disipados sus primeros temores acerca de la oposición del pueblo de Buenos Aires y luego de la cordial bienvenida de que fue objeto, se le presentaba un panorama económico y político complicado. En primer lugar el virreinato no tenía recursos suficientes con qué pagar sus obligaciones; en segundo lugar debía remediar las sublevaciones producidas en el Alto Perú, en Chuquisaca y La Paz que todavía se encontraban en manos rebeldes y que Liniers no había intentado sofocar; en tercer lugar tenía que solucionar los procesos que había dado lugar la sublevación del primero de enero de 1809 en Buenos Aires, siendo sus miembros notorios realistas como Martín Álzaga; por último, disminuir la amenaza que existía en la ciudad por parte de los partidarios de alguna forma de independencia, de lo cual estaba el virrey suficientemente advertido.
Cisneros se abocó con diligencia a resolver estos problemas. Acerca de la falta de dinero en las arcas del virreinato la solución que halló fue la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio extranjero, especialmente el inglés. La principal fuente de recursos del virreinato eran los aranceles que se aplicaban al comercio exterior por medio de la aduana de Buenos Aires. Esta apertura fue al poco tiempo limitada una vez que fue solucionada la falta de numerario, por insistencia de los partidarios del monopolio comercial con España.
En cuanto a los desórdenes del alto Perú, Cisneros organizó un ejército desde Buenos Aires al mando de Vicente Nieto que se dirigió a sofocar la asonada de Chuquisaca mientras que Goyeneche reprimía con sangre la revuelta de La Paz, con tropas provenientes del Perú. A los derrotados les aplicó la pena de muerte, lo que provocó un gran descontento entre los patricios de Buenos Aires cuando se enteraron de estos sucesos.
Además, el virrey Cisneros perdonó a los participantes del motín del 1º de enero de 1809 y a los miembros de la Junta de Montevideo y cerro los procesos seguidos a sus protagonistas. En ambos casos los rebeldes eran europeos. El trato cruel recibido por los revolucionarios de La Paz, cuya junta estaba formada por americanos, contrastó con la benevolencia con que el virrey trató y perdonó a los protagonistas europeos que habían cometido revueltas similares.
El último problema importante que Cisneros debió afrontar en el Río de la Plata fue el de la conjura de los patriotas de Buenos Aires, que aspiraban a alguna forma de independencia. En efecto, continuaba la esperanza de convencer a la princesa Carlota que asumiera el poder en el virreinato. Manuel Belgrano y Felipe Contucci seguían en comunicación con ella. Por otro lado se hicieron varias reuniones secretas para lograr algún acuerdo para tomar el poder pero fueron infructuosas. Cisneros intentó sofocar este peligro y adoptó medidas con el objeto de tener vigilados a estos patriotas.
Estos hechos se produjeron simultáneamente en la segunda mitad del año 1809. Todos ellos tuvieron incidencia en los sucesos de la Revolución de Mayo del año siguiente. Sin embargo trataré en detalle, cada uno de ellos en forma independiente en los próximos capítulos.
Al llegar a Buenos Aires, el virrey Cisneros se encontró con que el tesoro público se hallaba falto de fondos. Los recursos de la Aduana eran la principal fuente de ingresos del Virreinato del Río de la Plata junto con los provenientes de la minería del Alto Perú, por el momento en manos rebeldes.
Los ingleses eran los principales interesados en el libre comercio con el objetivo de colocar los productos manufacturados que producían sus fábricas y que ya no podían introducir en el continente europeo. España e Inglaterra en este momento, 1809, eran dos naciones aliadas y era intención de Gran Bretaña achicar las barreras arancelarias y políticas en las colonias españolas de América. Recordemos que Napoleón ocupaba gran parte de Europa y había cerrado los puertos al comercio inglés.
Veamos cómo describía en junio de 1809, el estado comercial del Río de la Plata, el embajador británico en Río de Janeiro, Lord Strangford, en una carta al ministro de relaciones exteriores inglés, George Canning, poco antes de la llegada de Cisneros a Buenos Aires:
La admisión de las manufacturas británicas ya no se permite más abiertamente en Buenos Aires. Sin embargo, los artículos de esa clase encuentran camino dentro de ese establecimiento, con todas las desventajas y gastos complicados que acompañan al comercio no autorizado. En Montevideo todavía se las recibe, pero con el pago de derechos tan exorbitantes que su admisión no puede considerarse un favor concedido al comercio de Gran Bretaña. He visto declaraciones de gastos tenidos en el desembarco de varios cargamentos, y muchas personas me aseguraron que el promedio de estos casos no es menor de cincuenta y tres por ciento. Se espera seriamente, que se concluirá rápidamente algún arreglo sobre este asunto entre los dos gobiernos.[26]
El sistema de espionaje del Ministerio de Relaciones Exteriores británico funcionaba en forma eficiente, recibía informaciones constantes acerca de los acontecimientos del Plata, en los temas políticos y en especial, en lo referente al comercio.
Cuando el virrey Cisneros ya estaba instalado en Buenos Aires, a fines de Septiembre, Alexander Mackinnon, un importante comerciante inglés, en una carta dirigida a Canning, le informaba acerca de un memorial enviado al virrey en nombre de un grupo de hacendados solicitándole la apertura del puerto de Buenos Aires a las manufacturas inglesas. Se trataba de la célebre Representación de los Hacendados,[27] escrita por Mariano Moreno a favor del comercio libre. Además, en esta comunicación, le solicitaba al Ministro de relaciones Exteriores británico el envío de un cónsul que intervenga ante las autoridades en nombre de los comerciantes ingleses.
Este párrafo es parte del texto:
Tengo el honor de hacerle llegar, [...] la copia de un memorial confeccionado en nombre de unos veinte mil terratenientes y cultivadores de este país y presentado al Virrey por sus representantes, contra el memorial del agente del consulado de Cádiz y los pocos viejos mercaderes españoles de aquí; quienes, como ya le he afirmado, son partidarios de las compañías con privilegios de España, y por lo tanto opositores acérrimos de la apertura de los puertos para un intercambio comercial con Gran Bretaña. Este memorial, aunque muy verboso, ha producido una honda impresión, y me afirman, personas que están ocupadas en la preparación de papeles respecto a la apertura de los puertos, que con seguridad esto tendrá lugar en el curso de diez días: cosas de esta índole son despachadas aquí con suma lentitud; quizá más que en la vieja España.[28]
En realidad la apertura tardó más que lo que suponía el comerciante inglés, recién en la primera semana de noviembre de 1809 salió la reglamentación del comercio con países neutrales. Los puntos fundamentales fueron:
Los productos deben ser consignados a comerciantes españoles. Se admiten todos los productos a excepción de aquellos prohibidos. Los productos similares a los manufacturados en el país pagarán un derecho del 12½ %. Los cueros vacunos pagarán a la salida de la aduana el 12½ %. La lana de vicuña, quina, lana de oveja, sebo, cacao, y fibra animal pagarán el 20%. La exportación de oro y plata no está permitida.
El 10 de diciembre de 1809, el inglés Mackinnon
le escribía nuevamente a Canning comentándole las medidas adoptadas por
Cisneros con respecto al comercio. Comenzó manifestándole que alguna de las
disposiciones no han sido publicadas pero que, como muestra de amistad personal,
el virrey le hizo llegar una copia. Comenta que los tejidos de lana inglesa
tendrán un arancel del 33½ % y que los de algodón un 12½ % más. Que el
gobierno aspiraba obtener un renta con el comercio y que no se era “un
comercio libre como es llamado muy impropiamente” sino simplemente un “comercio
directo”.[29]
A pesar de conceder estos permisos, Cisneros comenzó a limitar el comercio con los británicos. Impuso restricciones a los comerciantes obligándoles a que despachasen sus mercaderías y que emprendieran el regreso a Europa impidiéndoles permanecer en Buenos Aires. Esto provocó numerosas quejas al gobierno que se manifestó en cartas de protesta o en pedidos de permanencia en la ciudad. Intervino activamente el Capitán Doyle, comandante de la flota británica establecida en el Río de la Plata.[30]
Vemos que de acuerdo con estos testimonios, la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio con naciones amigas, y en especial Gran Bretaña, tenía grandes limitaciones impuestas por el Virrey Cisneros, tanto en lo que respecta a las tasas de aduana como a la permanencia en la ciudad de súbditos y comerciantes ingleses. El comerciante británico Mackinnon tal vez tuviera razón al considerar que no se trataba de comercio libre, sino que era comercio directo, es decir sin que la mercadería tuviera que pasar por puertos españoles.
Este escrito de Mariano Moreno fue presentado al Virrey Cisneros el 30 de septiembre de 1809. Sostenía la conveniencia de autorizar el comercio libre con naciones amigas, en especial con Inglaterra. Está basado en un sólido conocimiento teórico de las nociones de economía política que se desarrollaron por economistas ingleses a fines del siglo XIII, posiblemente leídas en traducciones al español o al francés. En efecto, Moreno cita en este texto expresamente a Adam Smith, Gaetano Filangieri y Gaspar Melchor Jovellanos.
La libertad de comercio era una necesidad sentida por los criollos de Buenos Aires. Los españoles europeos mantenían el monopolio comercial. Todas las mercaderías que llegaban al puerto debían provenir de España, especialmente del puerto de Cádiz y, de la misma forma, las exportaciones de los productos de la colonia debían exportarse únicamente al puerto de Cádiz u otros de España.
El 16 de agosto de 1809, cuando todavía no se había cumplido un mes de la llegada de Cisneros a Buenos Aires, dos comerciantes ingleses solicitaron al virrey que permitiera la apertura del puerto para mercaderías de procedencia extranjera, alegando que Inglaterra y España eran ahora naciones aliadas.[31] El Virrey encomendó al Cabildo y al Consulado para que emitieran dictamen acerca de la conveniencia de implementar estas medidas. Ambas instituciones aprobaron la solicitud del Virrey Cisneros. A pesar de esto, el apoderado del Consulado de Cádiz, Miguel Fernández de Agüero, que representaba a los comerciantes de la Península, pidió información acerca del asunto y escribió un dictamen oponiéndose a la demanda. Mariano Moreno, contestando al apoderado de Cádiz y a los comerciantes españoles, escribió el célebre alegato conocido como “La representación de los hacendados”, presentado al Virrey el 30 de septiembre de 1809.[32]
Es conveniente transcribir el título completo del escrito cuando fue publicado, porque en sí mismo aclara muchas dudas con respecto al pensamiento del autor y de aquellos patricios de la ciudad de Buenos Aires antes del pronunciamiento de Mayo de 1810.[33]
Representación que el apoderado de los Hacendados de las Campañas del Río de la Plata dirigió al Excelentísimo señor Virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros en el Expediente promovido sobre proporcionar ingresos al Erario por medio de un franco Comercio con la Nación Inglesa.[34]
Es un escrito de Moreno en nombre de los “Labradores y Hacendados” de ambas márgenes del Río de la Plata, respondiendo al representante de los intereses del monopolio del comercio por parte de los españoles europeos que se oponían a los intereses de los estancieros y productores agropecuarios americanos del Virreinato. Pero podemos tomarlo también como un alegato teórico acerca de la libertad de comercio en forma general y como ejemplo del pensamiento de las mentes más esclarecidas del Río de la Plata poco tiempo antes de la revolución.
Comenzaba diciendo que “no puede ser verdadera ventaja de la tierra la que no recaiga inmediatamente en sus propietarios y cultivadores.” Continuaba con la insinuación de una amenaza de rebelión, que como sabemos, ya estaba latente a mediados de 1809.[35]
Mencionaba que para solucionar la falta de
recursos del erario del Virreinato, era necesario el ingreso de los recursos que
obtendría la Aduana del “permiso a los mercaderes ingleses, para que
introduciendo en esta Ciudad sus negociaciones, puedan exportar los frutos del
país.”[36]
Continuaba Moreno diciendo que a pesar de la aprobación del proyecto del Virrey Cisneros por parte del Cabildo y el Consulado, se produjo “el descontento y enojo de algunos comerciantes de esta Ciudad: grupos de tenderos formaban por todas partes murmuraciones y quejas.” [37] Este descontento fue acompañado por la oposición de los comerciantes de Cádiz.
Moreno marcaba la diferencia entre los labradores y hacendados que viven del noble trabajo de la tierra, —sus mandantes— y los comerciantes y tenderos, que vivían del trueque y no de la producción.
A continuación expuso los argumentos que justificaban el libre comercio y comenzó a desarrollar una respuesta a los argumentos de los comerciantes de Cádiz, y a los españoles europeos de Buenos Aires. En primer lugar esgrimió la idea de la “Ley de la necesidad” y las consecuencias que derivan de un Estado sin recursos. Entendía que en ese Estado, “los vínculos de la seguridad interior están disueltos, que los peligros exteriores son irresistibles”.[38] Agregaba que, de no permitir el ingreso legal de las mercaderías inglesas, éstas entrarán de cualquier forma debido al contrabando, cosa que ya estaba sucediendo. Moreno escribe con ironía lo siguiente:
¿qué cosa más ridícula puede presentarse que la vista de un comerciante que defiende a grandes voces la observancia de las leyes prohibitivas del comercio extranjero a la puerta de su tienda, en que no se encuentran sino géneros ingleses de clandestina introducción?[39]
Seguidamente Moreno pasa a considerar los principios de la economía de los estados, lo que demuestra su sapiencia de las nuevas ideas económicas de los pensadores ingleses. Transcribo un párrafo que pone de manifiesto su comprensión de la economía política:
Las ciencias tienen todas ciertos principios, que siendo fruto de una dilatada serie de experiencias y conocimientos, se reconocen superiores a toda discusión, y sirven de regla para derivar otras verdades por una aplicación oportuna: tal es en la economía política la gran máxima de que un país productivo no sea rico mientras no se fomente por todos los caminos posibles la extracción de sus producciones, y que esta riqueza nunca será sólida mientras no se forme de los sobrantes que resulten por la baratura nacida de la abundante importación de las mercaderías, que no tiene y le son necesarias.[40]
Con respecto al contrabando generalizado, Moreno cita al economista italiano Gaetano Filangieri.[41] También cita a Adam Smith y a Jovellanos en el siguiente párrafo:
Si V. E. Desea obrar nuestro bien, es muy sencilla la ruta que conduce a él; la razón y el célebre Adam Smith, que según el sabio español que antes cité [Filangieri], es sin disputa el Apóstol de la economía política, hacen ver que los gobiernos en las providencias dirigidas al bien general, deben limitarse a remover los obstáculos: este es el eje principal sobre el que el Sr. Jovellanos fundó el luminoso edificio de su discurso económico sobre la ley Agraria.[42]
A continuación Moreno comenzó a rebatir las justificaciones esgrimidos por los comerciantes españoles para no permitir el comercio libre. Con referencia al argumento de que el comercio con los ingleses arruinará a las manufacturas españolas nos dice que “las fábricas nacionales jamás pudieron proveer enteramente el consumo de América.” Ni siquiera el consumo de la Península.[43] El segundo argumento de los comerciantes españoles consistía en el temor de arruinar a los comerciantes de Buenos Aires. Moreno le responde diciendo que los verdaderos creadores de riqueza son los que confeccionan o producen los objetos de cambio, “son los agricultores y artesanos” y no los comerciantes que ciertas veces se aprovechan y ponen precios exorbitantes a su intervención.[44] El tercer argumento consistía en que el comercio con los ingleses produciría una falta de moneda que sería funesto para el gobierno como a la Provincia. “Los extranjeros nos llevarán la plata”. Moreno consideraba ridículo este argumento pues entendía que la plata metálica es una mercancía más, similar a “los cueros, el sebo, la lana, la crin y demás producciones de esta Provincia.”[45]
En la segunda parte, Moreno rebate las manifestaciones del apoderado del Consulado de Cádiz que pronostican diversos males si se admitiera el libre comercio con los ingleses: que la industria de España sería destruida, que sería la ruina del comercio de Buenos Aires, que “producirá una entera extracción de nuestra moneda”, se resentirá la agricultura, que la industria del Virreinato quedará arruinada a la vez que sufrirán igual suerte las provincias interiores, que rompería los lazos de las colonias con la Península, que corren peligro la religión y las buenas costumbres. Moreno replica a cada uno de estos argumentos de forma contundente.[46]
Es interesante ver las razones con las que Moreno rebate el argumento acerca de que la industria quedará arruinada.[47] Cita a Filangieri: “Cuando los propietarios de terrenos son ricos, es rico el Estado; si estos son pobres el Estado también es pobre.” Todos los que les proveen “trabajarán más y serán mejor pagados por los propietarios de los terrenos, cuando ellos vendan más caros sus productos.”[48]
La tercera parte consistía en refutar las razones del apoderado del Consulado de Cádiz que proponía otros arbitrios para socorrer al tesoro del Virreinato en lugar de la apertura del comercio. Ellos consistían en pedir un empréstito a los habitantes del Virreinato, aumentar los impuestos, crear un impuesto a las propiedades, reducir los sueldos de la administración, pedir auxilios monetarios a Chile y a Perú, establecer un juego de lotería y, finalmente, la correcta observación de la leyes y la extinción del contrabando. Moreno nuevamente expone numerosas pruebas que rebaten estas argumentaciones.[49]
Para concluir, Moreno especifica siete puntos que piden los hacendados para reglamentar el comercio:
Primero: que se extienda el libre comercio por el plazo de dos años.
Segundo: que las mercaderías inglesas se expendan por medio de españoles.
Tercero: que cualquiera persona por el solo hecho de ser natural del Reino esté facultado para estas consignaciones.
Cuarto: que la introducción de la mercadería pague los mismos derechos que aquellos permisos especiales.
Quinto: que cada introductor esté obligado a exportar la mitad de lo importado en frutos del país.
Sexto: Asignar derechos de exportación a los frutos del País.
Séptimo: que las mercaderías textiles de algodón que puedan entorpecer o debilitar lo producido en las Provincias interiores paguen un veinte por ciento más que lo establecido para equilibrar la competencia.[50]
Vimos que Moreno, aunque partidario del comercio libre, solicitaba en esta última disposición una protección especial para la industria textil del interior del Virreinato.
El 6 de noviembre de 1809 fue aprobado el permiso para la introducción de efectos de manufactura de procedencia de Buques amigos. En efecto, se permitió “admitir en las actuales circunstancias [...] la introducción y extracción de Frutos del País.”[51] Pero esta disposición contenía muchas restricciones al comercio pues no fueron contempladas todas las propuestas de Moreno. El comercio no fue tan libre como querían los hacendados de ambas márgenes del Plata.
Como vimos en capítulos anteriores, el 25 de mayo de 1809 se había producido una revuelta en la ciudad de Chuquisaca[52], en el Alto Perú, hoy república de Bolivia, pero que en ese momento formaba parte del Virreinato del Río de la Plata. La Audiencia tomó a su cargo el gobierno. Poco después, el 16 de julio, se produjo otra asonada en la ciudad de La Paz, encabezada por Pedro Domingo Murillo y Juan Pedro de Indaburu. Pidieron cabildo abierto y obtuvieron la renuncia del gobernador y del obispo. Se constituyó una junta que se llamó Junta Tuitiva.
El Virrey Liniers tuvo noticias de estos acontecimientos pero no realizó acciones contra los rebeldes pues sabía de la llegada de su reemplazante, Cisneros, y prefirió esperar antes de comprometerse en una represión. El 8 de agosto de 1809, estando ya Cisneros en Buenos Aires a cargo del Virreinato, designó al Mariscal de Campo Vicente Nieto, como presidente de la Audiencia y gobernador de la Intendencia de Charcas, y ordenó a dicha Audiencia a liberar al antiguo gobernador, Ramón García Pizarro.[53] Nieto conformó un ejército compuesto por tropas de la capital, especialmente del cuerpo de Patricios, y se dirigió hacia el Alto Perú. A fines de octubre, Nieto ya se encontraba en la ciudad de Jujuy desde donde dirigió una proclama apaciguadora al “pueblo fiel, dócil y generoso” de la ciudad de La Plata con un lenguaje conciliatorio.[54]
También el intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, procedió a preparar tropas destinadas a reprimir los alzamientos de Charcas y La Paz,[55] y desde el Perú, el Virrey, José Fernando de Abascal, encomendó al Brigadier José Manuel de Goyeneche, que oficiaba de Presidente de la Audiencia de Cuzco, organizar un ejército de 4500 hombres con el objetivo de reprimir a los revoltosos. Entendía que su intervención se justificaba pues, aunque las ciudades sediciosas pertenecían al Virreinato del Río de la Plata, la gran distancia hacía que tuviera que tomar intervención desde el Perú. En una comunicación al Secretario de Estado de España le anunciaba que: “Estos malvados se han valido de los mismos falsísimos pretextos que los quiteños, esparciendo por este Virreinato papeles subversivos conspirando al alboroto general para conseguir la independencia,”[56]
En Quito, hoy la capital de Ecuador, también se había producido una revuelta el 10 de agosto de 1809. Se conformó una junta denominada Soberana de Quito. A los pocos meses la revuelta fue sofocada por tropas enviadas por el Virrey del Perú.
El coronel Juan Ramírez, segundo en el mando de las tropas reclutadas en Perú para reprimir a los rebeldes de Chuquisaca, en un informe a la Junta Gobernativa de España, hace un relato pormenorizado de la campaña. Los rebeldes esperaban a los realistas en una colina cercana a la ciudad de La Paz, pero luego del primer ataque “abandonaron su campamento con seis cañones, todos sus pertrechos y algunos muertos y heridos, precipitándose dispersos y fugitivos en los Andes,”[57] Tomaron prisionero al comandante y presidente de la junta, Pedro Murillo y a otras cabezas de la insurrección. Las tropas del Virrey del Perú entraron en La Paz el 25 de octubre de 1809.[58]
A fines de diciembre de 1809 se conocieron en Buenos Aires los sucesos del Alto Perú, el Virrey Cisneros publicó los bandos recibidos concernientes a la represión de las juntas de Charcas y de La Paz. En el parte enviado por Goyeneche decía: “Tengo el honor de instruir a V. E. De la feliz conclusión y exterminio de los rebeldes [...] y he dispuesto que ambas cabezas se presenten en esta Plaza colgadas de una horca.” Además, agregaba que, al llegar Nieto a Chuquisaca, procedió a poner en libertad al depuesto gobernador, Pizarro.[59]
En Febrero de 1810 se conoció en Buenos Aires la sentencia que Goyeneche aplicó a los responsables de la rebelión de La Paz, impreso publicado por la Imprenta de los Niños Expósitos. Fueron ejecutados el 29 de enero: Pedro Domingo Murillo, Gregorio García Lanza, Buenaventura Bueno, Juan Bautista de Sagarnaga, Melchor Ximenez, Mariano Graneros, Juan Antonio Figueroa y Apolinar Jaen, bajo los cargos de“reos de la alta traición, infames, aleves, y subversivos del orden público, y en su consecuencia los condeno a la pena ordinaria de horca, a la que serán conducidos, arrastrados a la cola de una bestia de alabarda, y suspendidos por mano de verdugo, hasta que naturalmente hayan perdido la vida,[...] se les cortarán las cabezas a Murillo y Jaen,” Cabezas que fueron colgadas de clavos, y expuestas en lugares públicos en la ciudad de La Paz.[60] Además, numerosos patriotas de La Paz fueron exiliados, algunos a las islas Filipinas, a las islas Malvinas, a la ciudad de Salta o a Buenos Aires, otros puestos a trabajar en las minas de Potosí.[61]
En Chuquisaca, cuando se conocieron las noticias de lo sucedido en La Paz, la Audiencia rebelde aceptó la intimación de Nieto y depuso las armas. A pesar de ello, muchos revolucionarios fueron puestos en prisión. Arenales fue enviado a los calabozos del Callao. Pero la represión no fue tan cruel como la que practicó Goyeneche. La revolución de Chuquisaca no había sido tan radical como la de La Paz. Bartolomé Mitre considera que la aprobación del virrey Cisneros a las matanzas del La Paz “contribuyó a hacer más odioso el nombre de Cisneros entre los americanos, [...] puso de manifiesto la política parcial del gobierno peninsular, que castigaba con el destierro y el último suplicio en una parte, el mismo hecho que había alentado y premiado en Montevideo, sólo porque unos eran americanos y otros españoles.”[62]
El segundo problema que encaró Cisneros fue el planteado por la posible condena a los miembros de la Junta rebelde de Montevideo, —que se había opuesto a la autoridad del virrey Liniers—, y el conato de golpe del primero de enero de 1809, que intentaba suplantar la autoridad de Liniers por una junta similar a las de España. Ambos pronunciamientos fueron protagonizados por españoles europeos. Veremos el disímil tratamiento que depararon las autoridades españolas a las revueltas protagonizadas por europeos en contraste con la despiadada represión a los miembros de las juntas integradas por criollos.
A los pocos días de llegado Cisneros a Montevideo, el 5 de julio de 1809 envió una carta a la Junta Central de España donde manifestaba sus impresiones acerca de la población de Montevideo y la de Buenos Aires, sus conceptos acerca de Javier Elío y de los protagonistas de la asonada del primero de enero de 1809. Reproduzco gran parte de ese texto pues nos indica cuál era el pensamiento de los españoles europeos acerca de los sucesos y los individuos protagonistas de los últimos acontecimientos en el Río de la Plata:
Considerando el cuidado en que deberá haber puesto a. S. M. los últimos pliegos que se le dirigieron con las ocurrencias de Buenos Aires en el día l° de enero, me apresuro a, participar a V. E. mi feliz arribo el 30 del pasado al puerto de esta Plaza, por la que fue inmediatamente saludada mi insignia y cumplimentado por su digno Gobernador Interino D. Francisco Xavier Elio, y por los cuerpos municipales; a la siguiente mañana hice mi entrada publica manifestando estos nobles patriotas el mayor regocijo con sus repetidas aclamaciones al nombre de nuestro Augusto Soberano y autoridad que lo representa, en cuya forma llegué a la iglesia matriz, en la que se Canto una solemne misa y Te Deum, pasando después a la Casa del Gobierno que me estaba preparada donde recibí los homenajes de todas las autoridades, cuerpos militares y civiles que a porfía se esmeraban en manifestar su complacencia y amor al Soberano, considerando mi llegada como el remedio de todos sus apuros; en efecto el hallarse aquí desterrados cuatro individuos del cuerpo municipal de Buenos Aires, precisamente según la voz común, los más instruidos, y mejores patriotas, pude instruirme de ellos, como de los demás antecedentes que tiene este gobernador del estado en que se encuentra aquel desgraciado pueblo,[63]
A continuación Cisneros, en la misma carta, expresa su impresión acerca de Elío: “hallándome convencido con lo que llevo visto hasta ahora, que la eficacia, el tesón y patriotismo de este Gobernador D. Xavier Elío, y Junta que formaron para el mismo objeto, han sido el sostén de esta hermosa provincia.”[64]
Estas observaciones, que destacaban el accionar patriota de los sublevados el primero de enero, encabezados por Martín de Álzaga, en combinación con Javier Elío, que presidía la Junta de Montevideo, guiarán el proceder del Virrey Cisneros en lo que concierne a resolver los problemas que acarrearon las diferentes rebeliones y la creación de Juntas en el virreinato. Sin embargo, estas medidas acentuarían el descontento y la enemistad de los criollos.
El 30 de julio de 1809 se auto disolvió la
Junta de Montevideo, reconoció la autoridad de Cisneros y expresó que el
objeto de su creación había sido el de “no obedecer a Don Santiago
Liniers por no creerlo buen servidor del Rey,”[65]
Estas acciones de Cisneros se conocieron en Buenos Aires y, en una carta que Felipe Contucci le escribió a la Princesa Carlota, nos muestra la conmoción que esto produjo en la ciudad, de tal forma que casi anticipa la revolución que se desencadenaría el año siguiente. Contucci expresó ese sentimiento de la siguiente forma: “una sensación extraordinaria [provocó] en este pueblo por cuanto veía aprobada la junta de Montevideo y premiada aquella ciudad [...] Tal era la fermentación que creíamos había llegado el momento feliz para poder aspirar a la proclamación de V. A. Real por regenta [...] pero la delicadeza de los principales actores de que no se confirmase el carácter de revolucionario que le se le ha querido dar a esta ciudad todo lo suspendió.” Contucci hace responsable a Liniers de que no se produjera la rebelión pues pretendía entregar su mando tranquilamente.[66]
Además, Cisneros premió a Elío con el puesto de Inspector de las tropas urbanas de Buenos Aires y del regimiento de Patricios. Esto provocó la reprobación de este nombramiento en los cuerpos militares criollos por lo que Cisneros se vio obligado “para no exasperar más los ánimos” a enviar a Javier Elío de vuelta a España.[67]
Con respecto a los sublevados el primero de
enero de 1809 en Buenos Aires, Cisneros, invocando por motivos de “la
tranquilidad pública y unión de los habitantes de esta Provincia,” decretó
que “se sobresea en la prosecución del proceso, archivándose en el
archivo secreto después de sacarse testimonio para dar cuenta a Su
Majestad...”[68]
Mariano Moreno, en un escrito que consta en esa misma causa, también se mostró partidario de absolución de los revoltosos del primero de enero, alegando lo siguiente: “Creemos pues de justicia la declaración de su inculpabilidad; y que será muy conveniente aun por razones políticas volverlos al concepto público que les granjearon sus anteriores servicios,”[69] Tal vez Moreno intentara establecer un antecedente acerca de la forma de resolver este conflicto pensando en la situación de los revoltosos del Alto Perú, con la intención de que se les aplicara el mismo criterio. Los sucesos posteriores demostrarían que estaba equivocado.
Cisneros publicó el 22 de septiembre un impreso dirigido a los habitantes de Buenos Aires donde resumió lo que había resuelto en la causa del primero de enero en los términos que vimos anteriormente, pero, además, restituyó los cuerpos militares españoles: los de Vizcaínos, Catalanes, Gallegos, que Liniers había suprimido luego de los disturbios de enero, a los que se les restituyeron sus banderas y sus armas, pero perdieron sus anteriores denominaciones y pasaron a revistar como el cuerpo del Comercio.[70]
Juan Manuel Beruti nos cuenta en su diario que el 8 de octubre desembarcaron en el puerto de Buenos Aires “los señores Martín de Álzaga y sus compañeros Villanueva, Santa Coloma, Reynals y Neira de Arellano, los que vinieron de Montevideo donde se encontraban y en derechura se dirigieron [...] a las casas consistoriales [...] donde fueron recibidos por el excelentísimo Ayuntamiento...[71]
El Virrey Cisneros, a los pocos días de su llegada a Buenos Aires, intentó pacificar los ánimos de la población, que estaban alterados por la rebelión protagonizada por el Cabildo de la capital del día primero de enero de 1809 y la actitud del Cabildo de Montevideo que no reconocía la autoridad de Buenos Aires. Sus intenciones están registradas en una carta que envió a Martín de Garay, secretario de la Junta Central de España, fechada en Buenos Aires, el 19 de agosto de 1809.
Cisneros expresó en esa carta el propósito de reducir el número de las tropas en armas que servían en la Capital y en Montevideo “cuyo número no considero podrá sostenerse con los crecidos sueldos que le señaló mi antecesor”[72] Además, entendía que la presencia de extranjeros “en los cuerpos de tropas es bastante crecido” por lo que se irá “deshaciendo de ellos” en la medida en que zarpen naves suficientes pues no sería seguro que todos fueran juntos en un solo buque. Asimismo, aunque pensaba nombrar a Javier Elío como inspector de las tropas urbanas de la Capital, esto había disgustado a la población y, por este motivo, Cisneros asumió en su persona la inspección de las tropas y envió a Elío a España.[73] La primera medida que tomó, el 11 de septiembre, fue la reducción de las tropas, en especial la del regimiento de Patricios, alegando la falta de dinero en las arcas del Estado y la imposibilidad de pagar los sueldos.[74] Pero la intención oculta era disminuir el poder de los criollos que se basaba en la fuerza del regimiento de Patricios, comandado por Cornelio Saavedra.
El día 19 de septiembre, Cisneros anunció una serie de medidas restrictivas con la intención de aplacar los ánimos dispuestos a la rebelión. Para ello hizo colocar un bando “en las plazas y sitios acostumbrados” denominado “Auto de buen gobierno” para que nadie pudiese alegar desconocer estas medidas. Citaré alguna de ellas: Prohibió “en las calles y plazas las canciones torpes y deshonestas” que ofendieran a la religión. Prohibió fijar pasquines y papeles anónimos y anunció castigos a los que infringieran esta disposición. Anunció medidas contra aquellos que no tuvieran un empleo o los que pidieran limosna. Prohibió los juegos de azar en los cafés, fondas, posadas y pulperías. Además, para abrir pulperías se requería licencia del gobierno y las que no lo tuvieran debían cerrar. Fijó restricciones a uso de armas y prohibió galopar en las calles de Buenos Aires.[75]
Pero poco más de un mes después, Cisneros comprendió que, a pesar de estas medidas, la rebelión anidaba en las ideas de muchos criollos. Por ese motivo dispuso crear un Juzgado de Vigilancia con el objetivo de ejercer un control más severo sobre la población.
Que [...] cele y persiga, no sólo a los que promuevan o sostengan las detestables máximas del partido francés, y cualesquiera otro sistema contrario a la conservación de estos Dominios en unión y dependencia de le Metrópoli, bajo le amable dominación de nuestro Augusto Soberano, sino también a los que para llegar a tan perversos fines esparcen falsas y funestas noticias sobre el estado de le nación, inspiran desconfianza del gobierno, y autoridades constituidas, intenten alterar sus formas establecida por las Leyes, y en fin a todos los que directa o indirectamente atacan le seguridad del Estado, y del orden público, y para que tenga el debido cumplimiento le expresada Real resolución, he nombrado con esta fecha y comisionado pera su ejecución el Señor Oidor Don. Antonio Caspe y Rodríguez Fiscal del Crimen de este Real Audiencia. Y lo comunico a V m. pera su inteligencia y en le confianza de que persuadido de lo interesente de [nuestro] objeto que podrá cortar excesos que preparan fatales consecuencias al paso que será, el apoyo de le seguridad de los ciudadanos de honor y probidad, contribuirá por su parte a que tenga su más cabal, cumplido desempeño. Buenos Aires, noviembre 25 de 1809.
Baltasar Hidalgo de Cisneros = [Firmado] [76]
El 18 de diciembre Cisneros publicó un impreso
con los alcances de la Comisión de Vigilancia. Entre sus disposiciones figuraba
lo siguiente: “Cualquiera individuo que fuere delatado ante la comisión de
vigilancia, de haber producido noticias falsas, fijado, extendido, leído, o
retenido anónimos, o papeles relativos a variar la forma de gobierno, o que
sean injuriosos a éste y demás autoridades constituidas será inmediatamente
extrañado de estos dominios, bastando que se justifique el delito con la prueba
privilegiada que la ley previene,”
El segundo artículo decía que en el caso de producirse una conmoción
que presuntamente estaba anunciada para el primero de enero de 1810 emplearía
las armas por “la autoridad que el Rey me ha confiado”.
El tercer artículo decía: “Últimamente todos los jefes así civiles como militares quedan encargados de celar, y hacer cumplir y ejecutar las providencias contenidas en los bandos públicos, sobre el uso de armas prohibidas, reuniones de gentes y demás”.[77]
El 25 de diciembre de 1809 se había publicado un pasquín anónimo en Buenos Aires. La Comisión de Vigilancia pudo descubrir al autor mediante una denuncia. Cisneros le comunicó a Martín de Garay acerca de los resultados esta operación con las siguientes palabras:
[Se habían producido] “especies sediciosas contra el gobierno de que públicamente se hablaba en los cafés y tertulias, me puso en la precisión de establecer un juzgado de vigilancia a cargo del activo y celoso fiscal del crimen de esta real audiencia Don Antonio Caspe con tan buenos resultados que no solo se ha logrado cortar aquel pernicioso cáncer, si que se ha descubierto (Cosa no Común) el autor de varios anónimos seductivos y diabólicos que se esparcían en esta ciudad y se remitían a las interiores, era un maestro de escuela llamado Don Francisco Xavier Argerích y uno de sus discípulos el que los escribía y el que lo delató, pero tuvo aviso anterior y fugo antes que se le averiguase y persiguiese para su aprehensión, he despachado requisitorias, aunque recelo se haya dirigido al Brasil que es el asilo de todos nuestros reos, que logran escaparse;
Además, en la misma misiva Cisneros cree vislumbrar la causa del descontento reinante en Buenos Aires:
...de las continuas y prolijas indagaciones que ejecuta la vigilancia he deducido como cierto que uno de los principales disgustos que existen en este pueblo especialmente entre la oficialidad y tropa, es el celo con que advierten las distinciones que ha merecido a S. M. el pueblo de Montevideo y el poco mérito con que se ha mirado el sobresaliente, que ellos consideran y es efectivo de haberse mantenido sumisos a las autoridades constituidas.[78]
Estas disposiciones destinadas a ejercer un control policial sobre la población de Buenos Aires tuvieron el resultado de predisponer a los vecinos en contra de Cisneros y precipitaron los acontecimientos de mayo de 1810.
Para comprender la actividad revolucionaria que realizaron los patriotas durante el año 1809 en el Virreinato del Río de la Plata podemos utilizar distintas fuentes: las inmediatas, como ser las cartas intercambiadas entre ellos, en especial las dirigidas a la Princesa Carlota por Manuel Belgrano y las misivas entre Saturnino Rodríguez Peña y otros patriotas con Francisco Miranda. También las comunicaciones que denunciaban diversas sospechas de actividades en contra de la Corona Española, producida por partidarios realistas o autoridades españolas, especialmente los virreyes y gobernadores. La correspondencia entre las autoridades españolas referentes a las sospechas de movimientos subversivos y las medidas represivas tomadas por dichas autoridades ya fueron tratadas en páginas previas.
Todas estas fuentes se originaron en los momentos mismos en que se desarrollaban los acontecimientos. Pero además haremos uso de las memorias de los protagonistas que escribieron sus impresiones luego de producirse la Independencia que reflejan e iluminan los acontecimientos. Podremos decir que durante ese año, 1809, hubo intensa actividad revolucionaria y también acciones represivas y contrarrevolucionarias en el Virreinato del Río de la Plata.
Entre los múltiples ejemplos que existen, comenzaremos por citar una carta que escribió Felipe Contucci a Francisco Miranda el 22 de agosto de 1809 en la que describe elocuentemente el pensamiento de algunos patriotas y pone de relieve su objetivo que era lograr la venida de la Princesa Carlota como regente a la cabeza del virreinato. La parte del texto que nos interesa es:
Después que llegué a esta capital (que fue a fines de abril) halle un gran partido por la independencia absoluta apoyado por las personas mas distinguidas de estos reinos, y principié a intimarme con los sujetos que hacían la primera figura en este importante negocio, los cuales después de oírme, se han explicado en los términos siguientes “Ciertamente hemos convenido en la importancia y necesidad de propender la independencia de la América, de toda dominación europea, sea cual fuese pero no podemos conformar con ideas de constitución democrática, por que después de haber examinado, discutido y comparado cuanto es necesario para ello, es visto que falta todo, y que seríamos infelices en intentarlo. Por tanto hemos adoptado el sistema de que si entre la independencia de la América española por una forma monárquica, regular y conveniente, para cuyo fin están tomadas todas las medidas necesarias de que ni podemos ni debemos separarnos. Los derechos, el talento y las virtudes de S. A. R. la Señora Infanta de España Princesa de Portugal y Brasil, doña Carlota Joaquina de Borbón son dignos de nuestra mayor veneración y respeto, y nuestra honradez jamás nos podrá hacer olvidar unos títulos tan respetables. Perdida la España llamaremos a la Señora Infanta para fijar el gobierno, y nosotros seremos dichosos, y los pueblos gobernados por una persona de la familia a quien toca la sucesión al trono, serán igualmente felices.”[79]
Según esta carta, Contucci le comunicaba a Miranda acerca de que existía un grupo de patriotas que aspiraba a la independencia absoluta de España, pero que luego de reuniones y discusiones se había adoptado la idea de una Regencia independiente, pero presidida por un miembro de la familia real, la princesa Carlota Joaquina, hermana del rey prisionero de Napoleón, Fernando VII. De estas ideas participaban muchos patriotas como Manuel Belgrano y el Deán Funes. Esta iniciativa no dio resultados a consecuencia de las presiones contrarias que se hicieron sobre la princesa por parte de la Junta Central Española, de algunos de los diplomáticos ingleses, y finalmente la traición de la Princesa a la causa patriota luego de denunciar al inglés Paroissien, que traía correspondencia de Saturnino Rodríguez Peña desde Río de Janeiro, y hacerlo prender en Montevideo.[80] Estas cartas nos ilustran de la comunicación que existía entre los partidarios de la independencia residentes en Buenos Aires, y los exiliados en Río de Janeiro y Londres.
También las autoridades españolas estaban al tanto de las actividades de propaganda revolucionaria y de los objetivos de independencia de los patriotas. Por ejemplo el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, se dirigía a la Junta Central de España informando acerca de los sucesos de la ciudad de La Paz, en el Alto Perú, diciendo de los rebeldes que estaban “esparciendo por este Virreinato papeles subversivos conspirando al alboroto para conseguir la independencia”[81]
El 27 de noviembre de 1809, el virrey Cisneros
envió una circular a los intendentes del virreinato, Córdoba, Salta, Potosí,
La Plata, La Paz, Cochabamba y Paraguay, advirtiendo acerca de actividades
revolucionarias. Tenía aviso de que existían “anónimos y papeles
sediciosos que de esta capital se han dirigido a algunas ciudades de esas
provincias, y de ellas a ésta, para conmover e inflamar los ánimos en diversos
sistemas perjudiciales a la causa del Rey, y conservación del orden público,”
Seguidamente instaba a las autoridades de cada distrito a evitar “la
propagación de especies, o papeles seductivos, persiguiendo no sólo a los que
promuevan, o sostengan las máximas detestables del partido francés, y
cualquier otro sistema contrario a la conservación de estos dominios en unión
y dependencia de la metrópoli,”[82]
Además de las conspiraciones en Buenos Aires, se produjeron los alzamientos revolucionarios de Charcas, La Paz y Quito, que fueron violentamente reprimidos por las autoridades españolas, por lo que podemos decir que el año 1809, en el Virreinato del Río de la Plata se vivía un clima de conspiración y malestar entre los criollos con los españoles europeos y con las autoridades del virreinato. Esto fue agravado por las represiones en el Alto Perú y las medidas restrictivas y de vigilancia aplicadas por el Virrey Cisneros.
A continuación analizaremos algunos relatos de los protagonistas de estos sucesos que plasmaron en sus memorias poco tiempo después de los sucesos de Mayo de 1810.
Manuel Belgrano, en su Autobiografía, nos cuenta sus impresiones acerca de los acontecimientos en que participó durante los años previos a la Revolución de Mayo. Luego de la derrota inglesa en la segunda invasión de 1807, entabló conversaciones con el general inglés Robert Crawford. Con él habló de la independencia de las colonias españolas y el general inglés pronosticó que para lograr la Independencia de las colonias todavía faltaría un siglo.[83] Belgrano ironiza acerca de los errores de apreciación humanas con la siguiente frase:
¡Tales son en todo los cálculos de los hombres! Pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos.[84]
Belgrano encontró que no tenía mucho apoyo de sus compatriotas para lograr la independencia absoluta de España, y por ello concibió la idea de formar un partido a favor de la infanta Carlota. Mantuvo correspondencia con la Princesa desde 1808 hasta 1809 sin lograr resultados. Intentó convencer al Virrey Liniers de sus propósitos pero la llegada a Montevideo del virrey reemplazante, Cisneros, frustró sus expectativas. Sin embargo, nos relata acerca de una reunión que tuvo lugar en la casa de Juan Martín de Pueyrredón en los días previos a la llegada de Cisneros, con el objeto de impedir la asunción del nuevo virrey a Buenos Aires y comenzar una revolución. Asistieron también Cornelio Saavedra, Martín Rodríguez, y otros comandantes. Pero alguno de los jefes españoles europeos desaconsejaron el intento. La conspiración fue denunciada y Pueyrredón marchó prisionero. Belgrano tuvo que buscar refugio fuera de la Capital.[85] Finalmente, con la ayuda de algunos patriotas, Pueyrredón logró escapar a Río de Janeiro.
Cisneros, ya en Buenos Aires, auspició la creación de un periódico y encomendó esta tarea a Manuel Belgrano. Fue el Diario de Comercio, que apareció a comienzos de 1810. Esta actividad permitió a los amigos de la independencia reunirse y sin despertar sospechas. Belgrano lo cuenta de esta forma: “y tuvimos este medio ya de reunirnos los amigos sin temor, habiéndole hecho éstos entender a Cisneros que si teníamos una junta en mi casa, sería para tratar los asuntos concernientes al periódico;[86] Éstos fueron los acontecimientos descriptos por Manuel Belgrano en los años previos a la Revolución de Mayo.
Cornelio Saavedra nos cuenta en su autobiografía que el hecho de que Cisneros perdonara a los revoltosos de la intentona de deponer a Liniers el primero de enero de 1809, “lejos de haber atemperado el hervor de las pasiones entre los contendores lo hizo subir al más alto grado.[87] Agrega además que días previos a la llegada de Cisneros a Buenos Aires, mientras el nuevo virrey se encontraba en Montevideo, se realizaron varias reuniones con el objeto, propuesto por los americanos, de no reconocer a Cisneros y proclamar gobierno propio. Saavedra se oponía a estos planes y su argumento había sido que no era tiempo, y en ellas pronunció la famosa frase: “no es tiempo, dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos.”[88]
Juan Ramón Balcarce, en su Relación
Autobiográfica nos relata que luego de la invasión a España por las
tropas francesas “se ramifican en Buenos Aires las ideas de independencia,
que se hicieron sentir desde las invasiones de los ejércitos británicos. Los
jefes Balcarce y [Martín] Rodríguez se explican y se estrechan en estos
mismos sentimientos, concurren a conferencias privadas con otros ciudadanos
y jefes militares, y principian a formar la opinión de los oficiales del
cuerpo de su mando.”[89]
Confrontando estos testimonios, podemos decir que en el año 1809, existían en el virreinato del Río de la Plata múltiples actividades revolucionarias, en especial de proselitismo y propaganda, a los que se agregan los levantamientos de Chuquisaca y La Paz, que fueron sangrientamente sofocados. Las autoridades españolas estaban al tanto de estos actos y dispusieron medidas para reprimirlos. Todos estos acontecimientos fueron configurando el escenario de revolución que se desencadenaría en Mayo de 1810.
[1] Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Emecé Editores, Buenos Aires, 2001, p. 112.
[2] Juan Manuel Beruti, op. cit. p. 113.
[3] Ricardo Levene, “Asonada del 1 de enero de 1809”, en Historia de la Nación Argentina, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1941, Tomo V, p. 477.
[4] Cornelio Saavedra, “Memoria Autobiográfica”, en Biblioteca de Mayo, op. cit. p. 1041-1047.
[5] Mayo Documental,
op. Cit. Tomo VII, p. 56.
[6] Ibidem, Tomo
VII, p. 215-218.
[7] Ibidem, Tomo VII, p. 266-267.
[8] Ibidem,
Tomo VII, p. 89.
[9] Ibidem,
Tomo VIII, p. 19-20.
[10] Ibidem, Tomo VIII, p. 72.
[11] Ibidem, Tomo VIII, p. 94.
[12] Ibidem, T. VIII, p. 96.
[13] Ibidem, T. VIII, p. 152-153.
[14] Ibidem, T. VIII, p. 169-176.
[15] En la actualidad, la ciudad que se llamaba Chuquisaca, se denomina Sucre. Está situada en Bolivia. A comienzos del siglo XIX también era conocida por La Plata o Charcas.
[16] Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina, Editorial Kraft, Buenos Aires, 1913, Tomo II, p. 358-359.
[17] Mayo Documental, op.
cit., Tomo IX, p. 86.
[18] Vicente Fidel López, Historia..., op. cit. Tomo II, p. 360.
[19] Biblioteca de Mayo, op. cit., Tomo IV, p. 3165-3166.
[20] Mayo Documental, op. cit. Tomo IX, p. 123.
[21] Los deportados por Liniers a Carmen de Patagones luego de la revuelta fracasada del 1º de enero fueron rescatados por una fragata de Montevideo, enviada por Elío, que los trasladó a ese puerto.
[22] Mayo Documental, op.
cit., tomo IX, p. 133-124.
[23] Ibidem, Tomo IX, p. 148-149.
[24] Ibidem, Tomo IX, p. 261.
[25] Ibidem, Tomo IX, p. 262.
[26] Ibidem, Tomo IX, p. 88.
[27] Le dedicaré un capítulo
especial a la Representación de los hacendados.
[28] Ibidem, Tomo X, p. 117-121.
[29] Ibidem, Tomo X, p. 184-185.
[30] Ibidem, Tomo X, p. 238.
[31] Ricardo Levene, Historia de la Nación Argentina, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1941, tomo V, p. 494.
[32] Ibidem, p. 498-499.
[33] En realidad, esta carátula
corresponde al escrito publicado por Mariano Moreno en 1810, luego de
producida la Revolución de Mayo. En la presentación original de 1809 no
lleva título. Comienza: “El apoderado de los Labradores y
Hacendados...”
[34] Augusto E. Mallié, compilador, La revolución de Mayo a través..., op. cit., Tomo III, p.1.
[35] Ibidem, Tomo III, p. 4.
[36] Ibidem, Tomo III, p. 5.
[37] Ibidem, Tomo III, p. 7.
[38] Ibidem, Tomo III, p. 10 – 11.
[39] Ibidem, Tomo III, p. 15.
[40] Ibidem, Tomo III, p. 29.
[41] Ibidem, Tomo III, p. 31.
[42] Ibidem, Tomo III, p. 38-39.
[43] Ibidem, Tomo III, p. 62.
[44] Ibidem, Tomo III, p. 64-65.
[45] Ibidem, Tomo III, p. 70-71-
[46] Ibidem, Tomo III, p. 62-86.
[47] Ibidem, Tomo III, p. 78-81.
[48] Ibidem, Tomo III, p. 79.
[49] Ibidem, Tomo III, p. 88-97.
[50] Ibidem, Tomo III, p. 101-103.
[51] Diego Luis Molinari, Representación de los hacendados de Mariano Moreno, Facultad de Ciencias Económicas, Buenos aires, 1939, p. 396.
[52] La ciudad de Chuquisaca se la conoce como la ciudad de los cuatro nombres con las que se la llamaba indistintamente, lo que puede prestarse a confusión. Antiguamente se denominaba: Charcas, Chuquisaca, La Plata y así aparecen en los diversoa escritos. Hoy se llama Sucre y es la capital de Bolivia
[53] Mayo Documental, op. cit. Tomo IX, p. 191-192.
[54] Ibidem, Tomo X, p. 103.
[55] Ibidem, Tomo IX, p. 285-286.
[56] Ibidem, Tomo X, p. 110-111.
[57] Ibidem, Tomo X, p. 137.
[58] Ibidem, Tomo X, p. 138,
[59] La revolución de Mayo...,
op. cit., Tomo I, p. 215-217.
[60]
Ibidem, Tomo I, p. 292.
[61] Biblioteca de Mayo, op. cit., Tomo IV, p. 3194-3199.
[62] Bartolomé Mitre, Historia
de Belgrano, op. cit. Tomo I, p. 287-288.
[63] Mayo Documental, op. cit. Tomo IX, p. 133-134.
[64] Ibidem, Tomo IX, p. 133.
[65] Ibidem, Tomo IX, p. 171.
[66] Ibidem, Tomo IX, p. 201.
[67] Ibidem, Tomo IX, p. 264.
[68] Ibidem, Tomo IX, p. 320.
[69] Ibidem, Tomo IX, p. 319.
[70] La revolución de Mayo
a través..., op. cit. Tomo I, p. 192.
[71] Juan Manuel Beruti, op. cit. p.133-134.
[72]
Mayo Documental,
Tomo IX, p. 263.
[73] Ibidem, Tomo IX, p. 264.
[74] La Revolución de Mayo..., op. cit., Tomo I, p. 173-176.
[75]
Ibidem, Tomo I, p. 177- 184
[76]
Mayo documental, op.
cit., Tomo X, p. 149-150.
[77]
La Revolución de Mayo, op.
cit., Tomo I, p. 247-250.
[78] Mayo Documental, op. cit., Tomo X, p. 327 y 328.
[79] Mayo documental, op. cit., Tomo IX, p. 273.
[80] Ibidem, Tomo IX, p. 146. También ver: p. 210, 229, (cartas de Belgrano); p. 185, (carta de Funes); p. 209, (viaje de Juan Martín de Pueyrredón a Río de Janeiro con recomendación a la Princesa);
[81] Ibidem, Tomo X, p. 111.
[82] Biblioteca de Mayo, op. cit., Tomo XVIII, p. 15963-15964.
[83] Manuel Belgrano, “Autobiografía...” en Biblioteca de Mayo, op. cit., Tomo II, p. 963.
[84] Idem, Ibidem.
[85] Ibidem, Tomo II, p. 964-966.
[86] Ibidem, Tomo II, p. 966.
[87] Cornelio Saavedra, “Memoria Autógrafa”, en Biblioteca de Mayo, op. cit. Tomo II, p. 1050.
[88] Idem, Ibidem.
[89] Juan Ramón Balcarce, “Relación Autobiográfica” en Biblioteca de Mayo, op. cit. Tomo II, p. 1767.